jueves, 7 de enero de 2010

Para leer


El perdón nos hace libres

El evangelista Lucas ve otro tipo de relación entre el perdón y la Cruz de Cristo. No es la cruz la intermediaria del perdón sino Jesús, que en la cruz da el más emotivo ejemplo de perdón. Jesús ruega por los que le crucifican: “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). En estas palabras deja Jesús una herencia de amor y perdón para que nosotros sigamos su ejemplo. Su conducta tiene carácter de ejemplaridad. En la mentalidad de Lucas, Jesús cabeza de nuestra fe, nos precede con su ejemplo para que nosotros le sigamos e imitemos. Esta oración nos enseña cómo podemos y debemos perdonar sin pensar nunca que las exigencias del perdón son excesivas, algo por encima de nuestras fuerzas.
En la oración de Jesús está la clave del éxito en el perdón. Si oramos repitiendo estas palabras: “Padre perdónalos”, no pensaremos que estamos cumpliendo una exigencia que está por encima de las posibilidades de nuestra voluntad.
Esa oración es más bien una manera de dirigirnos al Padre y de ver en él la verdadera motivación de nuestro perdón. Esta oración nos libera también del poder de los hombres; en efecto, ella pone distancias entre nosotros y los demás al mismo tiempo que nos hace comprender las razones de su comportamiento.
Cuando algunas personas nos hieren y nos ofenden, no saben en realidad muchas veces lo que hacen. Nos hieren porque ellas mismas están heridas, porque padecen complejos de inferioridad y la única manera de hacerse notar y sentirse superiores es pinchar y molestar. En realidad son ellas las únicas perjudicadas. Pero si yo repito las palabras de Jesús en la cruz no necesito saltar por encima de mi indignación y dominarme. Para sentirme capaz de perdonar me basta con no considerar al ofensor como un enemigo sino simplemente como una persona que se siente ella misma herida. Perdonar a esa persona no significa por mi parte un gesto de debilidad sino una manifestación de mi libertad y fortaleza. Por el contrario, si no perdono, el otro sigue ejerciendo poder sobre mí, es él quien determina mi manera de pensar y sentir. El perdón me libera de ese poder extraño porque el otro ya no es un adversario sino un individuo herido y obcecado, incapaz de obrar de otra manera. Incluso en el caso de que llegara a crucificarme no ejercería poder sobre mí.
Así lo sintió Jesús en la cruz. Los hombres pudieron hacerle sentir exteriormente los efectos de su maldad pero no pudieron llegarle a lo más profundo de su interior donde él seguía orando por ellos con una oración que les hacía transparente su obcecación y su ignorancia. En los Hechos de los Apóstoles cuenta Lucas cómo los discípulos se comportaban de la misma manera que Jesús. Por ejemplo en el caso de Esteban, que muere con las mismas palabras de Jesús en los labios. Rezaba mientras era apedreado.
Artículo extractado


Anselm Grün

Editorial Narcea

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