jueves, 10 de marzo de 2011

El desierto



Este es un lugar desolado, seco, oscuro, estéril e inhabitado. La vida vegetal y animal son casi nulas si las comparamos con las tierras fértiles.
Este cuadro nos habla de incomunicación, de carencia de recursos, donde no hay a que echarle las manos. Dios lleva a sus hombres y a su pueblo una vez tras otra al desierto. Deuteronomio 8:2-4, narra que allí Dios afligió a su pueblo, le hizo tener hambre, quería saber que había en sus corazones. No porque no lo supiera, sino porque nosotros somos los que necesitamos saber qué tenemos dentro. Se vive en los extremos por mucho o por nada. Podemos sobrevalorar nuestra conducta y la autoestima se eleva. La inclinación natural es mirar la mota en el ojo del otro y no ver la viga en el nuestro. San Pablo decía: “Ninguno tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura” Romanos 12:3.
En el desierto se aprende a depender solamente de Dios. Su pueblo clamó a él en su angustia, cuando sus almas desfallecían, y él los libró Salmo 107: 4-9.


En el desierto maduramos. Nuestra medida real es la que tenemos allí, mientras somos probados. Jesús apenas era un recién nacido cuando tuvo que cruzar el desierto con sus padres. Antes de recibir la aprobación del Padre para recibir su ministerio, lo probaron y tentaron después de cuarenta días de ayuno en el desierto (Mateo 4:1). Entonces comenzaron a ocurrir maravillas.

“Pero he aquí yo la atraeré y la llevaré al desierto, y hablaré a su corazón (Oseas 2:14). Allí en la tierra seca se nos conoce (Oseas 13:5). ¡Qué difícil se nos hace estar quietos, ocultos; pero es allí donde Dios nos habla al corazón!. Si quieres conocer a Dios; si no quieres ser un mediocre, un parlante que repite todo lo que oye, que vive de una experiencia prestada, Dios te llevará al desierto.


Nuestro padre Abraham salio sin saber a dónde iba, dejó la civilización y caminó a lo ancho de la tierra; no tuvo lugar fijo: De él vendrá toda una nación, como también el Mesías, y todas las simientes de la tierra serían benditas en él. El honor era grande, pero tenía su precio. Al leer sobre su vida, encontramos huellas del trato de Dios en él. Fue un hombre formado en el ministerio divino. El resultado fue positivo, Tenía una fe acrisolada.
Una de las tragedias que experimentamos es la perdida de la fe. ¡Con qué facilidad nos desinflamos! Pero este hombre no fue así. El escritor de la carta a los romanos dice: “No se debilito en la fe al considerar su cuerpo, que estaba ya como muerto (siendo casi de cien años), o la esterilidad de la matriz de Sara. Romanos 4:19
Y no solo que mantuvo su fe, sino que se fortalecía en fe, cada vez más, plenamente convencido de la fidelidad de Dios. Cuando lo asaltaban los temores y las dudas, cuando la realidad lo golpeaba en pleno rostro haciéndole ver su imposibilidad, elevaba su pensamiento a Dios, con los ojos abiertos a la dimensión espiritual; contemplaba a Dios majestuoso, omnipotente, omnisciente, omnipresente, ¡todo lo sabe, todo lo puede!... y comenzaba a darle gloria y alabanza hasta alcanzar un nivel de fe cada vez mayor. Esa fe y obediencia trajeron al tan esperado Isaac (Romanos 4:16-24)

En Gálatas 5:22, encontramos la fe como un fruto del espíritu. En 1 Corintios 12:8, aparece como un don que reparte el espíritu. La primera crece y se expresa como producto de los árboles de Dios, pues “sin fe es imposible agradar a Dios”. La segunda, no es producto del árbol. El don de la fe es para que crean los que no pueden creer. Los ejemplos bíblicos dicen que muchos fueron liberados por su fe, mientras que otros, como el paralítico que encontraron Pedro y Juan, fueron liberados por la fe de los que ministraban. El desierto produce hombres de este talante.

Elías era un varón aprobado por Dios. Dios lo usó en un momento de decadencia, de confusión moral y espiritual. Su ministerio era sentencioso y contundente. Fogoso y determinante. Este profeta fue el restaurador del orden y de la ley. Debió enfrentar con el poder de Dios el poder de las tinieblas. Cuando el desataba los recursos de Dios para la tarea, ocurrían milagros, señales, maravillas, sanidades, prodigios. Un solo hombre le basto a Dios para convulsionar toda una nación. Por tierras lejanas lo buscaron sin encontrarlo. Cerró los cielos, los abrió, retó al rey, destrozo a los profetas de Baal después de que bajara fuego del cielo por su oración. Pero mientras tanto debió pasar por la escuela de Dios. Hasta que el arroyo se secó, lo alimentaron unos cuervos. Alimentado por una viuda, no tuvo objeciones ni le turbó la conciencia comer lo único que ella tenía. Aun los llamados cristianos lo criticarían hoy. Lo que muchos no entienden es que no habrá obra sin obreros. El obrero en este aspecto es lo más importante para Dios. Por eso ni a él ni a la viuda, ni al hijo de está, les falto cuando otros morían de necesidad. Dios ocupa el primer lugar en el orden de las prioridades.


Hay que poner a Dios en primer término, la palabra de Dios no puede ser postergada; el obedecerla desata el poder que ella encierra.
San pablo, otro varón de soledad, estuvo tres años escondido después de ser llamado. No consulto con carne y sangre. ¿De donde aprendió tanto?
“conozco un hombre en Cristo, que hace catorce años (si en el cuerpo no lo sé; si fuera del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe) fue arrebatado al tercer cielo y conozco al tal hombre (si en el cuerpo no lo sé; si fuera del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe) que fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar 2 Corintios 12: 2-4
Pablo cruzó el desierto. Cárceles, azotes, persecuciones, hambre, enfermedades, falsos hermanos 2 Corintio 11: 24-33; 12:1-8. ¡Jamás se dio por vencido! Se mantuvo firme en Dios valiente y esforzado. Cuando tomamos conciencia de nuestra muerte, cuando menguamos, el Señor puede crecer en nosotros. Cuando ya no tienes muletas ni bastones para apoyarte, cuando estás incomunicado en tu destierro, en la soledad, pasando por la esterilidad, en la tierra seca, sin provisiones, cuando nadie parece acordarse de ti, cuando parece que Dios y los hombres te abandonaron, nunca te rebeles y te quejes. Extiende tus raíces bien hondas en busca del agua, porque verdaderamente hay agua de vida en esos momentos duros. Desde luego que no es superficial, es una experiencia profunda en Dios. Cristo fue abandonado por Dios y por los hombres cuando exclamó: Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado? (Mateo 27:46).
Miles de almas dieron otros resultados. Hoy día ocurre igual. Mientras hay quienes en el desierto reciben grandes revelaciones, otros no son aprobados allí. En la hora de la prueba:
“Se entregaron a un deseo desordenado en el desierto; y tentaron a Dios en la soledad. Y él les dio lo que pidieron; mas envío mortandad sobre ellos… Pero aborrecieron la tierra deseable; no creyeron a su palabra, antes murmuraron en sus tiendas, y no oyeron la voz del Señor. Por tanto, alzó su mano contra ellos para abatirlos en el desierto. (Salmo 106: 14-15; 24-26).
Mirad, hermanos que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad (Hebreos 3:12).
Cuando estamos en el desierto, descubrimos lo poco que tenemos para ofrecer a Jesús. No te desanimes. Aunque poco ponlo en manos del Señor. Descansa y observa a tu Señor hacer milagros con tu vida y a través de tu vida. Por su palabra fue hecho todo lo que se ve, de lo que no se veía. El profeta conocía el poder de esas palabras:

“Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corales; con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el dios de mi salvación.” Habacuc 3:17-18.

Es verdad… El puede crear por su palabra lo que no existe.
“¿Quién es esta que sube del desierto, recostada sobre su amado?” (Cantar de los cantares 8:5). Es la gloriosa Iglesia del Señor, imponente, esclarecida, ungida, sale aprobada del desierto. Ha honrado a su Señor y cabeza. Jesús dijo: “si alguno me sirviere, ni Padre le honrara” (Juan 12:26). Esta es la senda de los que vienen de grandes tribulaciones y han lavado sus ropas con la sangre del cordero y las han emblanquecido.
¿por qué Dios nos permite a veces tanta humillación? Bien sabemos que este trato, cuando viene de Dios es para quebrar en nuestras vidas todo lo que se interpone entre Dios y nosotros, que pretende impedir llegar a donde dios quiere llevarnos.
Moisés quería ver a Dios. Cuando dios accede al pedido de su siervo, antes de que este pudiera ver cumplido su deseo, debe “esconderlo” en la hendidura de la peña. Lo tapa con su mano y después de quitar la mano, le permite ver (Exodo 33:18-23). Las Escrituras nos ordenan que nos humillemos bajo la poderosa mano de Dios para que Él nos exalte cuando fuere el tiempo (1 Pedro 5:6). Cuando se siembra una semilla, pasa un tiempo oculta; crece, pero nadie la ve aunque está echando base (raíces). Luego cuando se manifiesta hacia arriba, cuando todos la ven, es una flor hermosa y perfumada que todos aprecian y quieren. Todos sabemos que todo lo que tiene de florido, lo tiene porque está enterrado. Es la raíz lo que sustenta la planta. Es la parte escondida u oculta la que sostiene y afirma la parte visible y bella.
En la rebelión de Coré (números 16) se levantaron doscientos cincuenta príncipes, todos ellos del consejo, varones de renombre. Se juntaron en contra de Moisés y Aarón. Está gente procuraba lo que no les pertenecía. Los tragó la tierra, y los doscientos cincuenta varones fueron consumidos por el fuego de Dios. Entonces Dios demostró a quién escogía (números 17). Cada tribu trajo una vara, con el nombre del príncipe grabado en ella, y la pusieron en el tabernáculo de reunión. Dios había prometido que la vara del varón a quién él había escogido, floreciera. Algo realmente maravilloso.
Así pasaron las varas una larga noche de espera, ocultas en el santuario. Esperaban la manifestación del poder de Dios que reivindicaría su escogido. Pero mientras la vara estuvo oculta de los ojos del pueblo, en un momento determinado, en la soledad de la noche, algo empezó a actuar en el tabernáculo: el poder de Dios el espíritu de la vida, sin raíces, sin tierra, sin agua, alterando completamente las leyes naturales. La vara no sólo reverdeció, sino que también floreció y fructificó. Así Dios reafirmó el sacerdocio sobre quienes escogió, pero tuvo que estar toda la noche en la soledad del santuario para ver Lugo la gloria de Dios.
La vara del tronco de Isaí es un vástago que retoñó de sus raíces (Isaías 11: 1-5). Pasó tres noches largas y oscuras oculto en el sepulcro, pero al tercer día algo empezó a actuar allí. El poder del Espíritu de vida entró en el cuerpo exánime de Cristo y lo resucitó, levantándolo de entre los muertos y en el poder que lo levantó, se sentó a la diestra del Padre, triunfante y victorioso.
Vale la pena pasar inadvertido, estar oculto en la hendidura de la peña. Pasar la noche en el santuario, estar humillado bajo esa poderosa mano de Dios y esperar que él te levante cuando sea el tiempo.


Articulo extractado

Juan José Churruarín

El precio de la unción

Editorial vida

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