Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré” (Salmos 27:4). El rey David sabía que tenía que haber más en el conocer a Dios; él sentía que había algo del Señor que él no había obtenido y no descansaría hasta encontrarlo. Él dijo, en resumen: “Hay una hermosura, una gloria, una emoción respecto al Señor que yo aun no he visto en mi vida. Quiero saber lo que se siente al tener una comunión sin interrupciones con mi Dios. Quiero que mi vida sea una oración viviente. Sólo así me visualizo por el resto de mis días”.
El rostro de Dios es su semejanza, su reflejo. Al responder el clamor del corazón de David por tener intimidad con Él, Dios dijo: “Buscad mi rostro” (Salmos 27:8). La respuesta de David fue: “Señor, cuando tú dijiste que busque tu rostro, la respuesta en mi corazón salto inmediatamente”. “Mi corazón ha dicho…Tu rostro buscaré, oh Jehová” (Salmos 27:8).
En respuesta, el Señor le reveló a David cómo satisfacer sus anhelos: reflejando a Dios en su propia vida, Él estaba instruyendo a David de esta manera: “Aprende de mí. Escudriña mi Palabra y pide entendimiento por el Espíritu, para que seas como yo. Quiero que tu vida refleje mi belleza al mundo”.
Esto no se trataba de un simple llamado a la oración; David ya había estado orando siete veces al día. De hecho, las oraciones de David fueron las que crearon en él, esta pasión por conocer al Señor. ¡No! Este era un llamado de Dios a tener hambre de un estilo de vida que refleje completamente quién es Jesús.
Vea, en el Calvario, Dios tomó un rostro humano. Jesús vino a la tierra como hombre, Dios en carne. Y lo hizo para poder sentir nuestro dolor, ser tentado y probado, tal como nosotros, y mostrárselo al Padre. Las Escrituras llaman a Jesús, la imagen misma (significa exacta semejanza) de Dios. Él es la misma imagen de la sustancia de Dios Padre (ver Hebreos 1:3), el mismo “acuñado”. En resumen, Él es “igual” que el Padre en todo sentido.
Hasta el día de hoy, Jesucristo es el rostro, o, la idéntica semejanza de Dios en la Tierra. Y a causa de Él, tenemos comunión ininterrumpida con el Padre. A través de la Cruz, tenemos el privilegio de “ver su rostro”, de tocarlo. Podemos vivir como Él vivió, testificando: “Yo no hago nada sino lo que veo y oigo del Señor”.
Hoy, cuando Dios dice: “Buscad mi rostro”, sus palabras tienen una mayor implicación que en cualquier otro momento de la historia. Con todo lo que está sucediendo en el mundo alrededor nuestro, ¿cómo debemos responder? Cuando David fue rodeado por una hueste de idólatras, Dios dijo: “Busca mi rostro”. Y lo hacemos con un propósito: ¡Que podamos ser más como Él! Que nos convirtamos en su imagen misma, para que todos lo que buscan al verdadero Cristo, lo vean en nosotros.
El rostro de Dios es su semejanza, su reflejo. Al responder el clamor del corazón de David por tener intimidad con Él, Dios dijo: “Buscad mi rostro” (Salmos 27:8). La respuesta de David fue: “Señor, cuando tú dijiste que busque tu rostro, la respuesta en mi corazón salto inmediatamente”. “Mi corazón ha dicho…Tu rostro buscaré, oh Jehová” (Salmos 27:8).
En respuesta, el Señor le reveló a David cómo satisfacer sus anhelos: reflejando a Dios en su propia vida, Él estaba instruyendo a David de esta manera: “Aprende de mí. Escudriña mi Palabra y pide entendimiento por el Espíritu, para que seas como yo. Quiero que tu vida refleje mi belleza al mundo”.
Esto no se trataba de un simple llamado a la oración; David ya había estado orando siete veces al día. De hecho, las oraciones de David fueron las que crearon en él, esta pasión por conocer al Señor. ¡No! Este era un llamado de Dios a tener hambre de un estilo de vida que refleje completamente quién es Jesús.
Vea, en el Calvario, Dios tomó un rostro humano. Jesús vino a la tierra como hombre, Dios en carne. Y lo hizo para poder sentir nuestro dolor, ser tentado y probado, tal como nosotros, y mostrárselo al Padre. Las Escrituras llaman a Jesús, la imagen misma (significa exacta semejanza) de Dios. Él es la misma imagen de la sustancia de Dios Padre (ver Hebreos 1:3), el mismo “acuñado”. En resumen, Él es “igual” que el Padre en todo sentido.
Hasta el día de hoy, Jesucristo es el rostro, o, la idéntica semejanza de Dios en la Tierra. Y a causa de Él, tenemos comunión ininterrumpida con el Padre. A través de la Cruz, tenemos el privilegio de “ver su rostro”, de tocarlo. Podemos vivir como Él vivió, testificando: “Yo no hago nada sino lo que veo y oigo del Señor”.
Hoy, cuando Dios dice: “Buscad mi rostro”, sus palabras tienen una mayor implicación que en cualquier otro momento de la historia. Con todo lo que está sucediendo en el mundo alrededor nuestro, ¿cómo debemos responder? Cuando David fue rodeado por una hueste de idólatras, Dios dijo: “Busca mi rostro”. Y lo hacemos con un propósito: ¡Que podamos ser más como Él! Que nos convirtamos en su imagen misma, para que todos lo que buscan al verdadero Cristo, lo vean en nosotros.
David wilkerson
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