domingo, 28 de marzo de 2010

No encubrimiento, ni tolerancia de la pederastia


ANTE UNA OCASIÓN SIN IGUAL LA IGLESIA

Los graves señalamientos contra algunos sacerdotes católicos, vinculados al acoso y abuso de menores, y que prefiguran un cuadro de inhibición por parte del papa Benedicto XVI, cuando era obispo de Munich, colocan a la Iglesia frente a un claro desafío: limpiar su prestigio y eliminar por completo la lacra de la pederastia.La publicación de informes en que presuntamente se establece que el entonces obispo Joseph Ratzinger, cabeza actual de la Iglesia Católica, autorizó a un sacerdote a que volviera a su trabajo parroquial, sin que hubiera terminado un tratamiento para superar la pedofilia, echa nuevas sombras sobre la jerarquía de una institución milenaria que realiza una importante labor evangelizadora y social a través de sus cientos de millones de feligreses en todo el mundo. Sobre todo porque el sacerdote en cuestión volvió a cometer abusos en la parroquia que le fue asignada.El papa Benedicto XVI, como guardián de la ortodoxia dentro de la Iglesia, fue durante muchos años presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe y en el pasado se ha mostrado inflexible con sacerdotes que se inclinan hacia teologías de mayor contenido y activismo de solidaridad social. Se le cuestiona, sin embargo, la forma con que manejó el caso de los abusos atribuidos a aquel sacerdote alemán. Más aún, se revela ahora que no hizo nada por castigar los abusos de otro cura, esta vez en el estado de Wisconsin, que abusó durante años de decenas de niños sordomudos. Aunque Benedicto XVI, y su secretario de Estado, Tarcisio Bertone, fueron puestos al tanto de la situación, el portavoz de la Santa Sede alega en estos momentos que no hicieron nada puesto que, al momento de conocerse las acusaciones, el cura de Wisconsin estaba muy enfermo y a punto de morir. Para la mayoría de los católicos, y para cualquier persona con un mínimo de sensibilidad hacia el abuso que se le inflige a los niños, no es excusa que un sacerdote esté enfermo para condenarlo por sus horribles delitos. Si fuera así, muy pocos criminales de guerra nazi hubieran podido ser procesados en su vejez.Esta crisis de pederastia clerical, que sacude en fecha tan señalada a la Iglesia Católica, no es nueva, pero tomó mayor relevancia a partir del escándalo surgido en Irlanda el año pasado, cuando se publicó un informe del Gobierno en el que se aseguraba que la Arquidiócesis de Dublín y miembros de la jerarquía católica encubrieron, durante décadas, los abusos a miles de niños. Como reacción a dicho informe, el Papa envió a los irlandeses una carta pastoral, con la esperanza de que ayudara “en el proceso de penitencia, alivio y renovación”.De hecho, en los últimos ocho años la Iglesia ha investigado a unos 3,000 sacerdotes acusados de pederastia; ha suspendido del estado clerical a alrededor de 300, sin contar a otros 300 que han pedido la dispensa aceptando su culpa. Pero no es suficiente. No percibe el mundo todavía una verdadera voluntad de apartar para siempre a los culpables, y de llevar a cabo un proceso de transformación interna que restablezca la confianza y credibilidad que tradicionalmente ha tenido la Iglesia.
Es por eso que, la Santa Sede y el resto de la jerarquía católica, deben dejar a un lado las excusas y, al suplicar el perdón a las víctimas y sus familias, como todos esperamos que hagan, dejar bien claro que, en lo adelante, no habrá encubrimiento ni tolerancia para tan repugnantes delitos.Que los mismos serán procesados bajo el Derecho Canónico y bajo la ley secular como lo dictan la responsabilidad y la sensibilidad ante cualquier caso de abuso contra la inocencia.


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