“Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4:16). “En quien tenemos seguridad y acceso con confianza por medio de la fe en él” (Efesios 3:12). Estos versículos nos hablan de que venir al Señor con confianza con nuestras presentes, le agrada a Él.
Cuando Dios nos dice que vayamos a su trono confiadamente, con seguridad, no se refiere a una sugerencia. Es su preferencia, y debemos tomarla en cuenta. Así que, ¿de dónde obtenemos esta confianza, este acceso seguro para la oración?
“La oración eficaz del justo puede mucho” (Santiago 5:16). La palabra “eficaz”, acá leída, proviene de una palabra cuya raíz griega significa: “una posición firme”. Sugiere una actitud inconmovible, sólida. También implica la palabra “fervor” que se refiere a una confianza construida sobre una evidencia contundente, una prueba absoluta que respalda la petición. Ambas palabras juntas: “fervor eficaz”, significan venir a los atrios del Señor, con el pleno convencimiento de tener un caso muy bien elaborado. Esto va mucho más allá de las emociones, los gritos o un entusiasmo exagerado.
Dicha oración sólo puede venir de un siervo que busca la Palabra de Dios y está plenamente persuadido de que el Señor está obligado a cumplirla. De hecho, es importante que ninguno de nosotros vaya a la presencia de Dios sin traer consigo su Palabra. El Señor quiere que traigamos sus promesas, que se las recordemos, que lo comprometamos con éstas y nos pongamos de pie, firmes, sobre dichas promesas.
Vemos la demostración de esto en Hechos 10, cuando Pedro recibió una visión. Dios le dijo al apóstol: “Unos hombres vienen a tu puerta, y te pedirán que vayas con ellos. Yo los he enviado, Pedro, así que quiero que vayas con ellos, sin duda alguna”.
¿Qué nos enseña este pasaje? Dice que cuando Dios declara que algo es verdad, nosotros debemos creerlo y asumir dicha posición, sin consultar con la carne. Simplemente, no podemos medir la veracidad de la Palabra de Dios, haciendo un examen de cómo estamos o cuán dignos somos. Si lo hacemos, simplemente terminaremos viendo que somos indignos. Y nos convenceremos a nosotros mismos de no reclamar su Palabra, ni apropiarnos de ella.
Más aun, se nos ha dado ayuda para acercarnos al trono de gracia de Dios. La Biblia dice que nosotros hacemos nuestras peticiones en el trono de Dios y que Cristo es nuestro intercesor o abogado. Tenemos también al Espíritu Santo, parado a nuestro lado en los atrios del Padre. El Espíritu es nuestro “paracleto”, es decir, el consejero. Él se para junto a nosotros para hacernos acordar los decretos divinos y la constitución divina sobre la que se basa la Palabra de Dios.
De esa forma tenemos estas increíbles promesas, de un abogado y un consejero, parados al lado nuestro, para darnos confianza al venir al trono de Dios.
“La oración eficaz del justo puede mucho” (Santiago 5:16). La palabra “eficaz”, acá leída, proviene de una palabra cuya raíz griega significa: “una posición firme”. Sugiere una actitud inconmovible, sólida. También implica la palabra “fervor” que se refiere a una confianza construida sobre una evidencia contundente, una prueba absoluta que respalda la petición. Ambas palabras juntas: “fervor eficaz”, significan venir a los atrios del Señor, con el pleno convencimiento de tener un caso muy bien elaborado. Esto va mucho más allá de las emociones, los gritos o un entusiasmo exagerado.
Dicha oración sólo puede venir de un siervo que busca la Palabra de Dios y está plenamente persuadido de que el Señor está obligado a cumplirla. De hecho, es importante que ninguno de nosotros vaya a la presencia de Dios sin traer consigo su Palabra. El Señor quiere que traigamos sus promesas, que se las recordemos, que lo comprometamos con éstas y nos pongamos de pie, firmes, sobre dichas promesas.
Vemos la demostración de esto en Hechos 10, cuando Pedro recibió una visión. Dios le dijo al apóstol: “Unos hombres vienen a tu puerta, y te pedirán que vayas con ellos. Yo los he enviado, Pedro, así que quiero que vayas con ellos, sin duda alguna”.
¿Qué nos enseña este pasaje? Dice que cuando Dios declara que algo es verdad, nosotros debemos creerlo y asumir dicha posición, sin consultar con la carne. Simplemente, no podemos medir la veracidad de la Palabra de Dios, haciendo un examen de cómo estamos o cuán dignos somos. Si lo hacemos, simplemente terminaremos viendo que somos indignos. Y nos convenceremos a nosotros mismos de no reclamar su Palabra, ni apropiarnos de ella.
Más aun, se nos ha dado ayuda para acercarnos al trono de gracia de Dios. La Biblia dice que nosotros hacemos nuestras peticiones en el trono de Dios y que Cristo es nuestro intercesor o abogado. Tenemos también al Espíritu Santo, parado a nuestro lado en los atrios del Padre. El Espíritu es nuestro “paracleto”, es decir, el consejero. Él se para junto a nosotros para hacernos acordar los decretos divinos y la constitución divina sobre la que se basa la Palabra de Dios.
De esa forma tenemos estas increíbles promesas, de un abogado y un consejero, parados al lado nuestro, para darnos confianza al venir al trono de Dios.
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