Una gran bendición se hace nuestra cuando se nos hace sentar en lugares celestiales. ¿Cuál es esta bendición? Es el privilegio de la aceptación: “Nos hizo aceptos en el Amado [Cristo]” (Efesios 1:6). La palabra griega “acepto” significa: “altamente favorecido”. Es diferente al uso en nuestro idioma, donde significa: “recibido como aceptable”, lo que implica algo que puede ser soportado, dando a entender una actitud de: “puedo vivir con esto”. Sin embargo éste no es el uso que Pablo le da a dicha palabra. La aplicación que Pablo la de a la palabra “aceptos” se traduce así: “Dios nos favorecido altamente. Somos muy especiales para Él porque estamos en nuestro lugar en Cristo”.
A causa de que Dios aceptó el sacrificio de Cristo, ahora Él ve solamente un hombre corporal: Cristo y aquéllos que están unidos a Él por la fe. Nuestra carne ha muerto a los ojos de Dios. ¿Cómo? Jesús se deshizo de nuestra vieja naturaleza en la Cruz. De tal manera que ahora, cuando Dios nos mira, Él sólo ve a Cristo. A cambio, nosotros necesitamos aprender a vernos a nosotros mismos como Dios nos ve. Eso significa no enfocarnos únicamente en nuestros pecados y debilidades, sino en la victoria que Cristo ganó para nosotros en la Cruz.
La parábola del hijo pródigo nos provee de una poderosa ilustración de la aceptación que viene cuando se nos da una posición celestial en Cristo. Usted conoce la historia: Un joven le pidió a su padre la herencia que le correspondía y la derrochó en una vida pecaminosa. Luego, una vez que se fue moral, emocional y físicamente a la quiebra, pensó en su padre. El estaba convencido de que había perdido todo su favor. Y temía que su padre estuviera lleno de ira y odio hacia él.
Las Escrituras nos dicen que este joven quebrantado estaba lleno de dolor por su pecado y clamó: “No soy digno. He pecado contra el cielo”. Esto representa a aquéllos que vienen a un arrepentimiento según Dios.
El hijo pródigo se dijo a sí mismo: “Me levantaré e iré a mi padre” (Lucas 15:18). Él estaba ejercitando la bendición de tener acceso, su privilegio de poder acceder. ¿Están entendiendo la figura? El hijo pródigo se había tornado de su pecado, había dejado el mundo atrás y había tenido acceso a la puerta abierta que su padre le había prometido. Estaba caminando en arrepentimiento y estaba apropiándose de dicho acceso.
Entonces, ¿Qué pasó con el hijo pródigo? “Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó” (Lucas 15:20). ¡Qué escena tan hermosa! El hijo pecador fue perdonado, abrazado y amado por su padre, sin ira ni condenación alguna. Cuando recibió el beso de su padre, él supo que había sido aceptado.
A causa de que Dios aceptó el sacrificio de Cristo, ahora Él ve solamente un hombre corporal: Cristo y aquéllos que están unidos a Él por la fe. Nuestra carne ha muerto a los ojos de Dios. ¿Cómo? Jesús se deshizo de nuestra vieja naturaleza en la Cruz. De tal manera que ahora, cuando Dios nos mira, Él sólo ve a Cristo. A cambio, nosotros necesitamos aprender a vernos a nosotros mismos como Dios nos ve. Eso significa no enfocarnos únicamente en nuestros pecados y debilidades, sino en la victoria que Cristo ganó para nosotros en la Cruz.
La parábola del hijo pródigo nos provee de una poderosa ilustración de la aceptación que viene cuando se nos da una posición celestial en Cristo. Usted conoce la historia: Un joven le pidió a su padre la herencia que le correspondía y la derrochó en una vida pecaminosa. Luego, una vez que se fue moral, emocional y físicamente a la quiebra, pensó en su padre. El estaba convencido de que había perdido todo su favor. Y temía que su padre estuviera lleno de ira y odio hacia él.
Las Escrituras nos dicen que este joven quebrantado estaba lleno de dolor por su pecado y clamó: “No soy digno. He pecado contra el cielo”. Esto representa a aquéllos que vienen a un arrepentimiento según Dios.
El hijo pródigo se dijo a sí mismo: “Me levantaré e iré a mi padre” (Lucas 15:18). Él estaba ejercitando la bendición de tener acceso, su privilegio de poder acceder. ¿Están entendiendo la figura? El hijo pródigo se había tornado de su pecado, había dejado el mundo atrás y había tenido acceso a la puerta abierta que su padre le había prometido. Estaba caminando en arrepentimiento y estaba apropiándose de dicho acceso.
Entonces, ¿Qué pasó con el hijo pródigo? “Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó” (Lucas 15:20). ¡Qué escena tan hermosa! El hijo pecador fue perdonado, abrazado y amado por su padre, sin ira ni condenación alguna. Cuando recibió el beso de su padre, él supo que había sido aceptado.
David Wilkerson
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