Cuando hablamos de la cruz de Jesús o de la crucifixión, muchas veces no pensamos que se trata de un crimen contra el Maestro. Desde el punto de vista religioso o espiritual, pensamos que simplemente la crucifixión fue una opción de Jesús para darnos vida, o que fue así la voluntad del padre. Damos gracias a Dios por ese sacrificio voluntario en la cruz del Calvario y, raramente, nos paramos a pensar en lo que de persecución, crimen y muerte injusta hay en la cruz de Jesús. Y no lo debemos olvidar, porque fueron los compromisos de Jesús, su enfrentamiento con los poderosos de la tierra, su lucha a favor de los pobres y de los oprimidos, su condena de acumulación de riquezas y su toma de partido a favor de los más desfavorecidos, lo que ganó la antipatía, el odio y la persecución de los poderosos de la época. También los religiosos estuvieron implicados en el asesinato de Jesús. Por tanto, además de su vertiente de sometimiento a la voluntad del Padre, estaba la persecución y el odio de los poderosos contra él, que le llevó a que le quitaran la vida cruelmente. Y es que, además de morir voluntariamente y por la voluntad del Padre, también moría porque toda su vida se oriento a hacer la voluntad de ese Padre celestial. No sólo, pues, mató a Jesús, la voluntad del Padre, sino la mala voluntad de los que se oponían a que en el mundo reinara esa voluntad divina representada por Jesús mismo. Así, la misión de Jesús estuvo marcada, desde su nacimiento, por su Evangelio, que era el evangelio de los pobres, y desde el lugar teológico, el de los pobres, lanzaba sus mensajes de salvación, liberación y búsqueda de la justicia en contra de los poderosos del mundo. Y esto le llevó al asesinato de la cruz.
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