martes, 13 de julio de 2010

Todos con la roja


No podemos sustraernos a lo que rodea este país en el que vivimos y desde el que redactamos esta revista. Hablamos del estallido de sentimientos, lágrimas, gritos, carreras y abrazos que ha seguido a la consecución de la Copa del Mundial de fútbol de 2010 en África del Sur.
Por si alguien pudiera pensar que ser protestante no es sentir lo nuestro, el terruño, la patria, se equivoca de pleno; todo lo contrario. Aunque nos sabemos ciudadanos de un Reino y un destino más allá de lo que vemos, este extender las manos al cielo es compatible –y diríamos que casi necesario- con el hecho de tener las raíces hundidas en la tierra, los recuerdos, el aire y la brisa que nos vieron nacer. Y además, por qué no reconocerlo, muchos somos aficionados al fútbol. Hoy en España las portadas de los diarios, las noticias de las televisiones, y hasta muchos coches con sus banderas no hacen más que proclamar que “la roja” es Campeona del mundo por primera vez en su historia. Hemos vivido estos momentos con pasión, y de manera paralela, no podemos dejar de pensar en ese sentimiento de unidad como nación, de relativizar –aunque sea por unos momentos- la crisis económica, los problemas y demás circunstancias complejas de la vida personal, social y política. No vamos a caer en la futilidad de quitar trascendencia a todo esta explosión de sentirse unidos en lo esencial, codo a codo como país, superiores a cualquier diferencia secundaria, aspirando a un ideal mejor por encima de cualquier dificultad, dispuestos a soñar y luchar por nuestros sueños. Pero queremos interpretar que esta identidad la tenemos grabada en lo más profundo de nuestro ser, forma parte de nuestro ADN como seres humanos. Simplemente situaciones especiales la sacan a flote, nos la recuerdan. Pero la realidad es que la fiesta por Copa del Mundo de fútbol desaparecerá, dejando un reguero de recuerdos. Pero la vida en Jesús no terminará, porque como él mismo dijo el cielo y la tierra pasarán, pero sus palabras permanecerán para siempre. Sólo en Jesús (no en religiones, ni iglesias, ni templos) los seres humanos encontraremos la expresión plena de nuestro ADN espiritual, en parte en esta tierra, y en plenitud cuando la vida física se apague. Dios quiere que seamos parte de una nación sin razas, unidos en El, para celebrar juntos la mayor victoria que jamás haya existido en el universo: la del bien sobre el mal, la del amor sobre el odio, la de la humildad sobre el orgullo. Y esa victoria, por su generosidad sin límites, es también nuestra. ¿Lo celebramos?
ProtestanteDigital.com

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