Cuando usted tenga el peor dolor, vaya a su lugar secreto de oración y llore toda su amargura. Jesús lloró. Pedro llevó consigo el dolor de negar al mismo Hijo de Dios ¡y lloró amargamente! El caminó solo por las montañas, llorando de tristeza. Esas lágrimas amargas produjeron en él un dulce milagro, y el volvió, para sacudir el reino de Satanás.
Hace años, una mujer que había pasado por una mastectomía, escribió un libro titulado: Primero, llore. ¡Cuán cierto! Recientemente hablé con un amigo a quien se le acababa de diagnosticar un cáncer terminal. “Lo primero que uno hace”, me dijo, “es llorar hasta que no quedan más lágrimas. Luego uno comienza a acercarse a Jesús, hasta que sabes que sus brazos te tienen asido fuertemente”.
Jesús nunca aparta sus ojos de un corazón que llora. Él dijo: “Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú” (ver Salmos 51:17). Jamás oiremos al Señor decir: “¡Guarda la compostura!, ¡ponte de pie y toma tu medicina! o ¡Aprieta los dientes y sécate las lagrimas!” ¡No! Jesús guarda cada lágrima en su frasco eterno.
¿Tiene usted algún dolor? Entonces adelante, llore. Y siga llorando hasta que las lágrimas dejen de correr. Pero que esas lágrimas sean solamente producto del dolor, no de la incredulidad ni de la autocompasión.
Aliéntese en el Señor. Cuando la neblina lo rodee y no pueda ver ninguna salida para su dilema, recuéstese en los brazos de Jesús y simplemente confíe en Él. ¡Él debe hacerlo todo! Él quiere su fe, su confianza. Él quiere que usted clame en alta voz: “¡Jesús me ama! ¡Él está conmigo! ¡Él no me va a fallar! ¡Él está obrando en este mismo instante! ¡No seré defraudado! ¡No seré derrotado! ¡No me convertiré en una víctima de Satanás! ¡No perderé el sentido ni la dirección! ¡Dios está de mi lado! ¡Yo lo amo y Él me ama!”
Hace años, una mujer que había pasado por una mastectomía, escribió un libro titulado: Primero, llore. ¡Cuán cierto! Recientemente hablé con un amigo a quien se le acababa de diagnosticar un cáncer terminal. “Lo primero que uno hace”, me dijo, “es llorar hasta que no quedan más lágrimas. Luego uno comienza a acercarse a Jesús, hasta que sabes que sus brazos te tienen asido fuertemente”.
Jesús nunca aparta sus ojos de un corazón que llora. Él dijo: “Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú” (ver Salmos 51:17). Jamás oiremos al Señor decir: “¡Guarda la compostura!, ¡ponte de pie y toma tu medicina! o ¡Aprieta los dientes y sécate las lagrimas!” ¡No! Jesús guarda cada lágrima en su frasco eterno.
¿Tiene usted algún dolor? Entonces adelante, llore. Y siga llorando hasta que las lágrimas dejen de correr. Pero que esas lágrimas sean solamente producto del dolor, no de la incredulidad ni de la autocompasión.
Aliéntese en el Señor. Cuando la neblina lo rodee y no pueda ver ninguna salida para su dilema, recuéstese en los brazos de Jesús y simplemente confíe en Él. ¡Él debe hacerlo todo! Él quiere su fe, su confianza. Él quiere que usted clame en alta voz: “¡Jesús me ama! ¡Él está conmigo! ¡Él no me va a fallar! ¡Él está obrando en este mismo instante! ¡No seré defraudado! ¡No seré derrotado! ¡No me convertiré en una víctima de Satanás! ¡No perderé el sentido ni la dirección! ¡Dios está de mi lado! ¡Yo lo amo y Él me ama!”
David Wilkerson
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