viernes, 18 de junio de 2010

El miedo de la Iglesia a la crítica



Gonzalez Faus
Entre el amor y el poder la institución eclesial le tiene miedo a Dios o, matizando más, a que Dios sea el que se reveló en Jesús y no el de una idea religiosa general de Dios, tal como dijo Dietrich Bonhoeffer. Porque, en ese caso no se puede apelar a Dios para justificar cosas que el evangelio de Jesús no aprobaría. De ahí la tendencia clara a apelar a un Cristo divino antes que al Jesús humano que debería dar rostro a ese Cristo.
Puedo añadir que ese miedo lo comprendo porque creo conocer mi propia pasta y la pasta humana. Otra cosa es que tema que de esa manera la institución eclesial acabe cumpliendo en ella la advertencia de Jesús: que quien pretende salvar su vida la pierde y sólo quien la pierde por el Reino de Dios y el evangelio acaba salvándola. Pero comprendo el miedo que da la incómoda inestabilidad del Reino de Dios, y lo tentadora que resulta la cómoda instalación en este mundo.
El resultado de ese miedo es, en mi opinión, que la institución eclesial se parece hoy mucho más a la institución judía del siglo i con la que Jesús chocó hasta costarle la vida, que a la comunidad de hijos (libres), hermanos (iguales) y servidores (solidarios) que debía brotar el seguimiento de Jesús. Creo que, en el Vaticano II, la Iglesia “salió de Egipto”, es decir: de su pretensión de ser “sociedad perfecta” que no era más que una casa de esclavitud. Luego se encontró en medio del desierto y comenzó está Dios con nosotros o no”.
Creo que la Iglesia debería aprender de la historia previa del pueblo de Dios, para no repetir aquellos mismos pecados. Pero me parece que ese aprendizaje le da muchísimo miedo, y esconde ese miedo con gritos de aparente valentía para desafiar al mundo, pero escurriendo el bulto de su propia conversión institucional que es el que verdaderamente la asusta.
Como he dicho, todo eso tiene que ver con si la Iglesia es una institución del Dios-Amor, que “ama tanto al mundo como para entregarle lo mejor de sí” (Juan 3,16) y que se despoja de su dignidad divina para acercarse al mundo empecatado al que ama, o si es una institución del Dios-Poder, que condena al mundo y pone su dignidad en distanciarse de los hombres.Un obispo australiano publicó hace poco un libro titulado Poder y sexualidad en la Iglesia.
En el primer capítulo explica que la conferencia episcopal de su país le encargó estudiar los casos de pederastia (y añado yo entre paréntesis una pregunta que aún no he oído a nadie: ¿cómo es que todos esos casos han aparecido en el mundo rico y no en el mundo pobre?) Pues bien: al adentrarse en su estudio fue llegando a la conclusión de que el problema no era exclusivamente de sexualidad sino sobre todo de poder. Y al entrar por esos senderos fue tropezando con la oposición y las amenazas de la curia. Hasta que terminó presentando su dimisión, y contando la historia de su investigación en un libro. La institución estaba dispuesta a resolver un problema de moral personal, pero no una raíz de poder institucional.
Lo que implicaría para la Iglesia perder ese miedo al evangelio lo expuse hace ya años en un artículo (“Para una reforma evangélica de la Iglesia”) que apareció primero en la Revista catalana de teología y luego fue recogido en un libro (Iglesia ¿de dónde vienes? ¿A dónde vas?), publicadopor Cristianisme i justicia. Remito allí si alguien quiere más concreciones. Ahora añadiría sólo dos cosas:
1. Lo más urgente es una profunda reforma de la curia romana: que la ponga al servicio de la autoridad eclesiástica (constituida por todo el colegio episcopal y su cabeza) en lugar de funcionar como una pantalla que se interpone entre el cuerpo y la cabeza. Que, para eso, los miembros de la curia dejen de ser obispos (cumpliendo el concilio de Calcedonia que decía que no se consagre a nadie obispo sin una iglesia) y, de este modo, deje de ser una plataforma que favorece el carrerismo, la búsqueda de honores humanos religiosamente vestidos y el irse situando para estar en posiciones favorables según soplen los vientos.
2. De momento, no espero una primavera cercana en la Iglesia. Probablemente habremos de soportar aún tiempos más recios e inviernos más fuertes, hasta que la fuerza del Espíritu pueda con la resistencia de la institución y la Iglesia comprenda como Pablo que “le es duro cocear contra el evangelio”.

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