Ya sabemos que recientemente, al comenzar el milenio, Juan Pablo II se ha dirigido al mundo para pedir a Dios perdón (se lo tendría que haber pedido al mundo, a la humanidad) por los errores, barbaridades y culpas cometidas por los dos mil años de cristianismo: inquisición, persecución de judíos, herejes y brujas, bautismo a sangre y fuego, cruzadas, etc. Numerosos siguen siendo en la iglesia los hombres, las mujeres y los niños que están traumatizados por los duros golpes que reciben en la iglesia, hoy más bien psíquicos o morales, claro está. Tanto miedo o terror metidos en las cabezas y en las almas de tantas gentes a base de sermones terribles e implacables sobre el infierno y el demonio, o en las inmisericordes confesiones sacramentales en las que te sientes atacado o zarandeado por todos los flancos. Numerosas gentes que se han divorciado y que se han vuelto a casar son despreciadas y humilladas por Roma al no consentírseles acercarse a la comunión. Si trabajas en una institución eclesiástica y vas a tener un hijo fuera del matrimonio (ilegítimo, dicen) te echan (pero no te echan si abortas clandestinamente, claro); si te casas por lo civil o con un divorciado también corres la misma desgracia y te echan (si eres capaz de ocultarlo no, claro) no vale la honradez y sí la hipocresía. El cura que se casa tendrá mujer pero perderá la parroquia, aunque la parroquia quiera al cura (casado) las mujeres que tienen que ver con los curas son en general Evas y seductoras. Y los “frutos del celibato”, los hijos que los curas han tenido por ahí, por ahí andan sin padres, porque el cura prefirió, animado por la jerarquía, continuar sus tareas sacerdotales en contra o abandonando a la madre y al hijo o los hijos. Una vez más la ley eclesiástica, en este caso el celibato, se impone a los más elementales y fundamentales derechos humanos, como la familia, la mujer y los hijos. Tienen razón las mujeres al sentirse heridas y maltratadas por la iglesia católica romana institucional a pesar de todo lo que trabajan en ella Nada de sacerdocio de la mujer, nada en absoluto, ni siquiera esta permitido hablar del tema oficialmente. ¡Cuantas parroquias en el mundo entero se sostienen gracias al celoso y duro trabajo de las mujeres, monjas y seglares! La iglesia es desagradecida y arrogante, y eso se siente en el alma.
La intoxicación de las almas sigue su curso en doctrinas y actitudes de la iglesia a pesar que el concilio Vaticano II abrió puertas y ventanas. No importa el concilio Vaticano II fue pronto olvidado y enseguida enterrado. La iglesia católica romana no se reforma porque, al fin y a la postre, no lo quieren los jerarcas. Son ellos los incorregibles, interesadamente incorregibles, pues al cambio perderían mucho, prerrogativas, privilegios y prebendas, ese es un hecho cantante y sonante, perderían lo que, al parecer, más se quiere en este mundo, para bien o para mal: poder y dinero. Y eso no entra en sus planes, no va a estropear su carrera, la carrera que un día a dedo les regalaron las altas jerarquías y entre tanto el pueblo sigue aguantando y sufriendo sus dictados, son las victimas ¿hasta cuando?
Gumersindo Lorenzo Salas
Editorial salterrae
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