Jose Arregi, teólogo franciscano vasco, ha roto su silencio público con una carta que denuncia las maniobras del obispo Munilla para que le "destierren"de aquí, porque por lo visto, "es agua sucia".
Con gente como este Munilla, que son los que copan la curia, la Iglesia católica cae en picado, hacia su conversión en una secta rara y peligrosa…
La iglesia católica que se proclama ministro de la vida, encadena y ahoga todo aquello que se presenta dentro de ella como nuevo, en cambio apuntala todas sus ruinosas anticuallas.
Ella que proclama renovar todo en Cristo, es hostil a renovarse a sí misma.Hay épocas en que se hace necesario tener oídos ansiosos de novedad para evitar que desaparezca el espíritu de Jesús (Mt 11,15; Mc8;18). Muchas veces el mayor peligro con que se enfrenta una iglesia institucional no es el de las ideas nuevas, si no la no existencia de ideas
Ella que proclama renovar todo en Cristo, es hostil a renovarse a sí misma.Hay épocas en que se hace necesario tener oídos ansiosos de novedad para evitar que desaparezca el espíritu de Jesús (Mt 11,15; Mc8;18). Muchas veces el mayor peligro con que se enfrenta una iglesia institucional no es el de las ideas nuevas, si no la no existencia de ideas
José Arregi, Pido la palabra
Hace siete meses, en la víspera de Nochebuena, me quedé sin palabra como Zacarías. Y me vuelve a la memoria la historia de aquel sacerdote de Jerusalén temporalmente mudo, padre del profeta precursor de Jesús. Nació su hijo tan deseado y nadie sabía cómo llamarlo, salvo su madre Isabel, pues las madres saben siempre el nombre sagrado y único de cada hijo. “Se llamará Juan”, decía ella, es decir: “Dios consuela” (¿cómo podía llamarse si no?). Pero nadie le hacía caso. ¿Y qué decía el padre de la criatura? Poco podía decir estando como estaba transitoriamente mudo, pero quería ratificar la decisión de su sabia y resuelta mujer. Entonces, pidió por señas una tablilla, y en ella escribió: “Juan es su nombre. Dios es consuelo”. Y luego siguió hablando.
¡Bien por Zacarías! Yo no llego ni a los flecos de su túnica sacerdotal, pero es la hora de decidir. Ya pasó el invierno, pasó la flor cuaresmal del laurel, la blanca flor del espino blanco también pasó, y las golondrinas volvieron (¡qué pena que este año hayan venido tan pocas!). Todo está tan verde en Arantzazu que hasta la peña blanca parece verde. No es una hora fácil, pero está llena de Dios. Me siento en paz y sin rencor, pero he de resolverme.Monseñor Munilla, obispo de San Sebastián desde hace seis meses, ya se ha resuelto. Hace diez días citó al superior provincial –junto con el vicario– de esta provincia franciscana a la que pertenezco, para transmitirles órdenes tajantes:
“Debéis callar del todo a José Arregi. Yo no puedo, hasta dentro de dos años [hasta que haya tomado las riendas de la diócesis], adoptar directamente esta medida contra él. Pero ahora debéis actuar vosotros. Os exijo que lo hagáis”. Y pidió a mi provincial y vicario provincial que me destinen a América a trabajar con los pobres, y ello –les dijo– como “como medida de gracia”, como “ocasión de gracia”. Soy – les dijo también – “agua sucia que contamina a todos, a los de fuera de la Iglesia al igual que a los de dentro”. O irme a América o callar del todo: he ahí la alternativa.
Soy consciente de la gravedad de la hora y de la gravedad de mi decisión, pero me siento en el deber de decir: NO. No puedo acatar estas órdenes del obispo. Y creo que no debo acatarlas, en nombre de lo que más creo: en nombre de la dignidad y de la palabra, en nombre del evangelio y de la esperanza, en nombre de la Iglesia y de la humanidad que sueña. En nombre de Jesús de Nazaret, a quien amo, a quien oro, a quien quiero seguir. En nombre de Jesús, que nos enseñó a decir sí y a decir no. En nombre del Misterio de compasión y de libertad que el bendito Jesús anunció y practicó con riesgo de su vida. No callaré.
Me consta que el gobierno de mi provincia franciscana se opone en conciencia a ejecutar las órdenes del obispo, pero doy por seguro que tarde o temprano se verán forzados a hacerlo, pues los tentáculos de la jerarquía eclesiástica son extensos y poderosos. Pero quiero dejarlo muy claro: el gobierno de mi provincia franciscana no tendrá ninguna responsabilidad en las medidas que se vayan a tomar. El obispo y sus curias superiores serán los únicos responsables.¿Y cuáles son las razones del obispo?
Es muy probable que la razón de fondo sea aquel asunto de la carpeta, cuya existencia y cuyo nombre (“mafia”) ha reconocido Monseñor Munilla ante mí mismo y ante muchos sacerdotes de la diócesis, aunque, eso sí, explicando el contenido a su manera. Pero no es ésa, evidentemente, la razón que ahora aduce. El obispo me atribuye numerosos errores y herejías teológicas. He mantenido con él varias conversaciones que en realidad han sido severos interrogatorios con el Catecismo de la Iglesia Católica en la mano. No aprobé el examen, y no porque desconozca el Catecismo, sino porque no acepto que sea la única formulación válida y vinculante de la fe cristiana en nuestro tiempo. Si la fe de la Iglesia es el Catecismo tal como Monseñor Munilla lo entiende y explica, admito sin reservas que soy hereje.
Pero, ¡Dios mío!, ¿qué es una “herejía”? ¿Existe acaso mayor herejía que el autoritarismo, el dogmatismo y el miedo? ¿Cómo es que no hemos aprendido todavía cuántas verdades han resultado luego mentiras y cuántas herejías del pasado son ahora opinión común? ¿Por qué, si no, Juan Pablo II pidió tantas veces perdón por condenas pronunciadas en el pasado? ¿Cómo es que en este siglo XXI, en esta era de la información acelerada y globalizada, seguimos empeñados en poseer la verdad y en impedir la expresión de las opiniones, incluso de aquellas que se consideran erradas? ¿Cómo es que aún confundimos la fe con creencias y la identificamos con formulaciones, y no hemos aprendido que sólo merece fe el Indecible más allá de la palabra? ¿Cómo es que creemos tan poco en la madurez de los hombres y de las mujeres de hoy para discernir lo que han de pensar y hacer? ¿Cómo es que confiamos tan poco en el Espíritu Santo que habita en todos los corazones? ¿Y cómo es que en la Iglesia, en nombre de la verdad, se persiguen más los errores teológicos que la mentira, el orgullo, la ambición y la avaricia, por no decir la pederastia?
Pero ésta es mi Iglesia. En ella he aprendido a respirar y a vivir. En ella he descubierto que no hay fronteras entre los de dentro y los de fuera, y que todos somos buscadores, peregrinos, hermanos, y que todos nos movemos, vivimos y somos en el corazón de Dios. En ella, también entre quienes piensan de otra manera, tengo infinidad de hermanas y de hermanos, cada uno con su error y sus heridas, cada uno con su fuente de agua limpia en el fondo de su ser. También Monseñor Munilla es mi hermano, aunque los dos hayamos de soportar este conflicto.Esta es mi Iglesia y en ella me quedaré. Pero en ella quiero ser libre y, como antiguamente Zacarías, yo también pido una tablilla. No callaré sino ante el Misterio.
José Arregi
Para orar
Guíame, dulce luz, en medio de las tinieblas que rodean,guíame hacia adelante.La noche es oscura y estoy lejos de mi casa.¡Guíame hacia adelante!Guarda mis pies.No pido ver el horizonte lejano,un paso me basta.(John Henry Newman)
Hace siete meses, en la víspera de Nochebuena, me quedé sin palabra como Zacarías. Y me vuelve a la memoria la historia de aquel sacerdote de Jerusalén temporalmente mudo, padre del profeta precursor de Jesús. Nació su hijo tan deseado y nadie sabía cómo llamarlo, salvo su madre Isabel, pues las madres saben siempre el nombre sagrado y único de cada hijo. “Se llamará Juan”, decía ella, es decir: “Dios consuela” (¿cómo podía llamarse si no?). Pero nadie le hacía caso. ¿Y qué decía el padre de la criatura? Poco podía decir estando como estaba transitoriamente mudo, pero quería ratificar la decisión de su sabia y resuelta mujer. Entonces, pidió por señas una tablilla, y en ella escribió: “Juan es su nombre. Dios es consuelo”. Y luego siguió hablando.
¡Bien por Zacarías! Yo no llego ni a los flecos de su túnica sacerdotal, pero es la hora de decidir. Ya pasó el invierno, pasó la flor cuaresmal del laurel, la blanca flor del espino blanco también pasó, y las golondrinas volvieron (¡qué pena que este año hayan venido tan pocas!). Todo está tan verde en Arantzazu que hasta la peña blanca parece verde. No es una hora fácil, pero está llena de Dios. Me siento en paz y sin rencor, pero he de resolverme.Monseñor Munilla, obispo de San Sebastián desde hace seis meses, ya se ha resuelto. Hace diez días citó al superior provincial –junto con el vicario– de esta provincia franciscana a la que pertenezco, para transmitirles órdenes tajantes:
“Debéis callar del todo a José Arregi. Yo no puedo, hasta dentro de dos años [hasta que haya tomado las riendas de la diócesis], adoptar directamente esta medida contra él. Pero ahora debéis actuar vosotros. Os exijo que lo hagáis”. Y pidió a mi provincial y vicario provincial que me destinen a América a trabajar con los pobres, y ello –les dijo– como “como medida de gracia”, como “ocasión de gracia”. Soy – les dijo también – “agua sucia que contamina a todos, a los de fuera de la Iglesia al igual que a los de dentro”. O irme a América o callar del todo: he ahí la alternativa.
Soy consciente de la gravedad de la hora y de la gravedad de mi decisión, pero me siento en el deber de decir: NO. No puedo acatar estas órdenes del obispo. Y creo que no debo acatarlas, en nombre de lo que más creo: en nombre de la dignidad y de la palabra, en nombre del evangelio y de la esperanza, en nombre de la Iglesia y de la humanidad que sueña. En nombre de Jesús de Nazaret, a quien amo, a quien oro, a quien quiero seguir. En nombre de Jesús, que nos enseñó a decir sí y a decir no. En nombre del Misterio de compasión y de libertad que el bendito Jesús anunció y practicó con riesgo de su vida. No callaré.
Me consta que el gobierno de mi provincia franciscana se opone en conciencia a ejecutar las órdenes del obispo, pero doy por seguro que tarde o temprano se verán forzados a hacerlo, pues los tentáculos de la jerarquía eclesiástica son extensos y poderosos. Pero quiero dejarlo muy claro: el gobierno de mi provincia franciscana no tendrá ninguna responsabilidad en las medidas que se vayan a tomar. El obispo y sus curias superiores serán los únicos responsables.¿Y cuáles son las razones del obispo?
Es muy probable que la razón de fondo sea aquel asunto de la carpeta, cuya existencia y cuyo nombre (“mafia”) ha reconocido Monseñor Munilla ante mí mismo y ante muchos sacerdotes de la diócesis, aunque, eso sí, explicando el contenido a su manera. Pero no es ésa, evidentemente, la razón que ahora aduce. El obispo me atribuye numerosos errores y herejías teológicas. He mantenido con él varias conversaciones que en realidad han sido severos interrogatorios con el Catecismo de la Iglesia Católica en la mano. No aprobé el examen, y no porque desconozca el Catecismo, sino porque no acepto que sea la única formulación válida y vinculante de la fe cristiana en nuestro tiempo. Si la fe de la Iglesia es el Catecismo tal como Monseñor Munilla lo entiende y explica, admito sin reservas que soy hereje.
Pero, ¡Dios mío!, ¿qué es una “herejía”? ¿Existe acaso mayor herejía que el autoritarismo, el dogmatismo y el miedo? ¿Cómo es que no hemos aprendido todavía cuántas verdades han resultado luego mentiras y cuántas herejías del pasado son ahora opinión común? ¿Por qué, si no, Juan Pablo II pidió tantas veces perdón por condenas pronunciadas en el pasado? ¿Cómo es que en este siglo XXI, en esta era de la información acelerada y globalizada, seguimos empeñados en poseer la verdad y en impedir la expresión de las opiniones, incluso de aquellas que se consideran erradas? ¿Cómo es que aún confundimos la fe con creencias y la identificamos con formulaciones, y no hemos aprendido que sólo merece fe el Indecible más allá de la palabra? ¿Cómo es que creemos tan poco en la madurez de los hombres y de las mujeres de hoy para discernir lo que han de pensar y hacer? ¿Cómo es que confiamos tan poco en el Espíritu Santo que habita en todos los corazones? ¿Y cómo es que en la Iglesia, en nombre de la verdad, se persiguen más los errores teológicos que la mentira, el orgullo, la ambición y la avaricia, por no decir la pederastia?
Pero ésta es mi Iglesia. En ella he aprendido a respirar y a vivir. En ella he descubierto que no hay fronteras entre los de dentro y los de fuera, y que todos somos buscadores, peregrinos, hermanos, y que todos nos movemos, vivimos y somos en el corazón de Dios. En ella, también entre quienes piensan de otra manera, tengo infinidad de hermanas y de hermanos, cada uno con su error y sus heridas, cada uno con su fuente de agua limpia en el fondo de su ser. También Monseñor Munilla es mi hermano, aunque los dos hayamos de soportar este conflicto.Esta es mi Iglesia y en ella me quedaré. Pero en ella quiero ser libre y, como antiguamente Zacarías, yo también pido una tablilla. No callaré sino ante el Misterio.
José Arregi
Para orar
Guíame, dulce luz, en medio de las tinieblas que rodean,guíame hacia adelante.La noche es oscura y estoy lejos de mi casa.¡Guíame hacia adelante!Guarda mis pies.No pido ver el horizonte lejano,un paso me basta.(John Henry Newman)
A Pikaza lo querían enviar a Filipinas:
José, Déjame que te cuente una historia, de hace 26 años. No me gusta decir estas cosas, ya sabes, estoy en otras... Pero lo hago ahora, para tí y para los que te quieren, los que te queremos... En un caso como éste no me resisto a contarte lo que me hicieron hace 26 años... Mi buen provincial se resistiò entonces como verás (como creo que hará el tuyo, estoy seguro), pero la rueda de la institución superior suele seguir. Te lo cuento para animarte.
¿Tienen Ustedes casa en Filipinas? Mandad allí a Pikaza
El año 1984 andaba yo con problemas y la autoridad pertinente (Rector de la Universidad), de parte de la Autoridad Superior (Obispo de turno...), llamó a mi provincial y secretario y les dijo lo mismo que ha dicho Munilla al Provincial de José Arregui. Al mío le dijo:
¿No tenéis una casa en Filipinas? Mandarlo allí, que no hará daño, los filipinos aguantan todo, total allí las cosas importan menos, ... y así no dará aquì problemas, es por él y es por todos; así me manda el Obispo..., de parte de... .
Mi provincial que se llamaba José Gómez (animado por su secretario, que se llamaba Juan Laka, ambos muertos ya, en el seno del Señor) le contestaron al Sr. Fector y a su Obispo y al de Roma... (la cadena de siempre):
Dígale al Sr. Obispo, y al Monseñor o Cardenal de Roma, que yo no tengo ninguna razón para mandarle a Filipinas, ni a Bolivia (que está más cerca y es un lugar de esos que ustedes desprecian, donde les gusta desterrar a la gente...). Dígale que cumpliré lo que dice que ma mandan, siempre que me la den la orden firmada y bien sellada y autentificada por el Superior Supremo... que de lo contrario no voy a consentir que se mande de esa forma a un religioso... Y si hace daño aquí más daño hará en Filipinas o Bolivia... ¿o cree Usted que allí no tienen alma, ni conciencia, ni libertad...?..
Eso le dijo al rector y al obispo de turno el buen P. José Gómez, un gran cristiano, que había estado misionando en el altiplano de Bolivia y que sabía que no se puede obedecer a órdenes como esas... que no se puede mandar a Bolivia o Filipineas lo que "sobra" aquí.
Evidentmeente, el obispo de turno, de Madrid o de Roma no se atrevió a dar la orden, porque sabía que el día siguiente saldría en todos los medios... No la mandó. Me echaron de la Universidad y el P. José Gómez lloró por mí...
Yo, entonces, a los dos días, fui a hablar con el Rector (un hombre en el fondo bueno, pero un "mandado", ya se ha muerto, era de la Orden de Santo Domingo y yo, en el fondo, le quería...). Su nombre podéis verlo en cualquier anuario de la Iglesia Española. Fuí y le dije:
--Lo que has hecho no es de hombre y yo te creía un hombre... Hacer llorar a m i Provincial, que está enfermo de corazón.-- Es que me han mandado-- Esas cosas no se pueden mandar...-- Ya ves tú, es que yo...-- Te daré una idea: la próxima vez que te manden algo así le llamas a mi amá, le chantajeas hablando de estar cosas. Entonces serás un perfecto...
Miré y ví que el buen Rector, buen mandado, tenia lágrimas en los ojos. No era malo, de ninguna manera. Era un "mandado". No pude seguir hablando, él me dijo con los ojos que le perdonara. Le di la mano y salí del rectorado. Lo sentí cuando murió unos años después, de un cáncer malo...
No sé si Munilla es un mandado como aquel Rector de la Pontificia que por orden superior quería mandarme a Filipinas... No sé si lloraría como él quedó casi llorando cuando yo le dije esas cosas
¿Tienen Ustedes casa en Filipinas? Mandad allí a Pikaza
El año 1984 andaba yo con problemas y la autoridad pertinente (Rector de la Universidad), de parte de la Autoridad Superior (Obispo de turno...), llamó a mi provincial y secretario y les dijo lo mismo que ha dicho Munilla al Provincial de José Arregui. Al mío le dijo:
¿No tenéis una casa en Filipinas? Mandarlo allí, que no hará daño, los filipinos aguantan todo, total allí las cosas importan menos, ... y así no dará aquì problemas, es por él y es por todos; así me manda el Obispo..., de parte de... .
Mi provincial que se llamaba José Gómez (animado por su secretario, que se llamaba Juan Laka, ambos muertos ya, en el seno del Señor) le contestaron al Sr. Fector y a su Obispo y al de Roma... (la cadena de siempre):
Dígale al Sr. Obispo, y al Monseñor o Cardenal de Roma, que yo no tengo ninguna razón para mandarle a Filipinas, ni a Bolivia (que está más cerca y es un lugar de esos que ustedes desprecian, donde les gusta desterrar a la gente...). Dígale que cumpliré lo que dice que ma mandan, siempre que me la den la orden firmada y bien sellada y autentificada por el Superior Supremo... que de lo contrario no voy a consentir que se mande de esa forma a un religioso... Y si hace daño aquí más daño hará en Filipinas o Bolivia... ¿o cree Usted que allí no tienen alma, ni conciencia, ni libertad...?..
Eso le dijo al rector y al obispo de turno el buen P. José Gómez, un gran cristiano, que había estado misionando en el altiplano de Bolivia y que sabía que no se puede obedecer a órdenes como esas... que no se puede mandar a Bolivia o Filipineas lo que "sobra" aquí.
Evidentmeente, el obispo de turno, de Madrid o de Roma no se atrevió a dar la orden, porque sabía que el día siguiente saldría en todos los medios... No la mandó. Me echaron de la Universidad y el P. José Gómez lloró por mí...
Yo, entonces, a los dos días, fui a hablar con el Rector (un hombre en el fondo bueno, pero un "mandado", ya se ha muerto, era de la Orden de Santo Domingo y yo, en el fondo, le quería...). Su nombre podéis verlo en cualquier anuario de la Iglesia Española. Fuí y le dije:
--Lo que has hecho no es de hombre y yo te creía un hombre... Hacer llorar a m i Provincial, que está enfermo de corazón.-- Es que me han mandado-- Esas cosas no se pueden mandar...-- Ya ves tú, es que yo...-- Te daré una idea: la próxima vez que te manden algo así le llamas a mi amá, le chantajeas hablando de estar cosas. Entonces serás un perfecto...
Miré y ví que el buen Rector, buen mandado, tenia lágrimas en los ojos. No era malo, de ninguna manera. Era un "mandado". No pude seguir hablando, él me dijo con los ojos que le perdonara. Le di la mano y salí del rectorado. Lo sentí cuando murió unos años después, de un cáncer malo...
No sé si Munilla es un mandado como aquel Rector de la Pontificia que por orden superior quería mandarme a Filipinas... No sé si lloraría como él quedó casi llorando cuando yo le dije esas cosas
¿Cómo podrá desprenderse la que es tan rica, la que tiene tan inconmovible verdad, tan segura doctrina, tan larga tradición, tan clara identidad, tan eficaz organización, tan fuerte autoridad, tan rica liturgia…? Por de pronto hay que recordar que “no es el discípulo más grande que su maestro (Lc 6,40), y que este “siendo de condición divina, decidió desprenderse de ella”( Flp 2,4). No será mucho esperar que la Iglesia decida hacer lo mismo. También a ella se le refiere aquello de que “ quien quiera ganar su vida la perderá” (Mc 8,35).
Si en estos tiempos nuevos, la Iglesia se sigue aferrando a su verdad, a su ley a su doctrina, a su identidad… y razonando que se trata de un patrimonio indiscutible, se ira convirtiendo en una secta acaso poderosa, acaso influyente y enarbolando el glorioso nombre de católica pero una secta al fin.
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