Hace unos días atrás visité por razones personales, una sala de atención de un Hospital Público. Estaba llena de gente. La característica que saltaba a la vista y atacaba el olfato era la falta de pulcritud y de higiene de la mayoría de las personas apiñadas allí. Los adultos, y especialmente los niños, se presentaban desprolijos y faltos de higiene. Y no pude menos que admirar a esos médicos que atendían, no ya por un corto rato, sino cada hora, todos los días, a esas personas necesitadas, pero descuidadas de sí mismas.
Esa imagen quedó rondando en mi retina y en mi memoria. Y precisamente hoy leí Santiago 2:1-4, 8-9...
- “Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo sea sin acepción de personas. Porque si en vuestra congregación entra un hombre con anillo de oro y con ropa espléndida, y también entra un pobre con vestido andrajoso, y miráis con agrado al que trae la ropa espléndida y le decís: Siéntate tu aquí en buen lugar; y decís al pobre: Estate tú allí en pie, o siéntate aquí bajo mi estrado; ¿no hacéis distinciones entre vosotros mismos, y venís a ser jueces con malos pensamientos?”
- “Si en verdad cumplís la ley real, conforme a la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, bien hacéis; pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado, y quedáis convictos por la ley como transgresores”
¿Hago yo acepción de personas? Quizás no lo hago “entre rico y pobre”, sino entre “pulcro y no tanto”, o entre “limpio y sucio”
¡Que consideración a tener en cuenta!
- “Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto se hace culpable de todos” (Santiago 2:10)
Puedo estar bien en cumplir muchos principios de la Palabra de Dios, pero... ¿Qué hay con respecto a éste?
Santiago 2:12-13 dice:
- “Así hablad, y así haced, como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad. Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia; y la misericordia triunfa sobre el juicio”
Más allá de las razones o motivos que llevan a las personas a ser de una y otra manera en su aspecto exterior, todos, sean ricos o pobres, limpios o sucios, necesitan de la misericordia de Dios en sus vidas.
Dios la manifestó enviando a Jesucristo:
- “Y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Corintios 5:15)
Los instrumentos para llevar esa misericordia a la humanidad somos cada uno de nosotros, que ya lo conocemos:
- “Para que aprobéis lo mejor, a fin de que seáis sinceros e irreprensibles para el día de Cristo, llenos de frutos de justicia que son por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios” (Filipenses 1:110-11)
Leamos Isaías 64:6...
- “Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia, y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento”
Recordemos: Nuestra condición delante de Dios era como “trapo de inmundicia” pero El no nos dejó de lado... Actuemos de la misma manera con otros...
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