domingo, 15 de noviembre de 2009

El asesinato de Ignacio Ellacuría



DANIEL LOZANO - ENVIADO ESPECIAL - 15/11/2009 21:00
Publico.es


Tengo que darles una mala noticia: han asesinado a toda mi familia. Y tengo que darles una buena noticia: he tenido la suerte de vivir con hombres que en este mundo de mentira han dicho la verdad y que, en este mundo de crueldad, han amado a los pobres".

Hoy se cumplen 20 años del asesinato de los jesuitas españoles de El Salvador. A Jon Sobrino, la mente más brillante de la Teología de la Liberación, conocido por sus encarnecidas batallas teológicas con el Papa Ratzinger, le salvó una casualidad, aunque él está convencido de que algo tuvo que ver su Dios, el llamado a quitar el pecado y el hambre del mundo.

Sobrino lloró las palabras que abren esta crónica pocos minutos después de conocer la masacre. Sabía que las balas marcadas con su nombre arrebataron la vida de otros cuerpos.

Los españoles Ignacio Ellacuría, rector de la Universidad Centroamericana (UCA) y conciencia crítica del país; Ignacio Martín-Baró, vicerrector y párroco predilecto de los campesinos de Jayaque; Segundo Montes, director del Instituto de Derechos Humanos, bautizado por los estudiantes como el Zeus de la UCA gracias a su barba de vikingo; Amando López, ex rector de la UCA de Managua; y Juan Ramón Moreno, uno de los grandes alfabetizadores del Gobierno sandinista, cayeron acribillados por el odio. Los mártires españoles no murieron solos. El jesuita salvadoreño Joaquín López y López, la cocinera Elba Ramos y su hija Celina Maricet tampoco pudieron evitar la garra de la injusticia.

"Ya es hora de ir a matar a los jesuitas". El general Juan Bustillo y los coroneles Ponce, Zepeda, Montano y Fuentes, miembros del Alto Estado Mayor salvadoreño, firmaron la sentencia de muerte. Otro coronel, Guillermo Benavides, director de la Academia Militar, la ejecutó. El batallón Atlacatl, una máquina de matar, fue el elegido. Hace 20 años, el odio se vistió de militar en El Salvador, como tantas veces en Centroamérica. Hoy, dos décadas de impunidad después, el presidente Mauricio Funes, ex alumno de la UCA, hará justicia con los mártires de esta universidad otorgándoles la máxima condecoración del país.

En la Centroamérica de la impunidad, "torturar y matar no es tan grave", dice Sobrino
¿Por qué? Ellacuría era luz y faro en una sociedad martirizada por la guerra civil. En 1985 fue mediador en el canje de la hija del presidente Napoléon Duarte por 22 presos políticos y 101 heridos de guerra del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN). Un posterior debate televisivo con el mayor Roberto DAubuisson (creador de los escuadrones de la muerte, autor intelectual del asesinato de Monseñor Romero y fundador del partido Arena, que durante años ha gobernado el país) le situó en el centro de la diana del odio ultra. Sus denuncias contra las violaciones de derechos humanos eran constantes.

Un crimen sin testigos
¿Cómo? Golpean con fiereza las puertas. Ellacuría, recién llegado de España, contesta: "Espérense, ya voy a abrirles, no estén haciendo ese desorden". Los acontecimientos se suceden con rapidez. "¡Tírense al suelo!", gritan los militares. "Esto es una injusticia, ustedes son una carroña". Las indignadas palabras de Martín-Baró preceden a los disparos.

Los cinco jesuitas españoles son ejecutados. Cuando cesan los tiros, aparece el padre Joaquín López. También es abatido. Ya de retirada, uno de los militares, el más sangriento, apodado Satanás, oye unos lamentos. Enciende un fósforo. Son Elba, la cocinera, y su hija Celina. Disparan una ráfaga de diez cartuchos contra ellas. La orden del coronel Benavides, "no quiero testigos", se cumple a rajatabla.

"Vivos están aquellos que murieron"
"Vivos están aquellos que murieron". Este verso de Alma Perdida ha acompañado durante dos décadas a los mártires de la UCA. Y también a sus supervivientes, los jesuitas Tojeira, Sobrino y Cortina. Los tres han luchado por la verdad, la justicia y el perdón, sabedores de que el martirio de sus compañeros, de su familia, aceleró el final de la guerra civil (los Acuerdos de Paz se firmaron en 1992).

Tojeira, sucesor de Ellacuría al frente del rectorado de la UCA, no será hoy completamente feliz. Faltan los mártires. Y falta Jon Cortina, creador de la Asociación Prebúsqueda de El Salvador, fallecido en 2005. Cortina rescató a decenas de niños secuestrados por los militares y entregados en falsas adopciones.

El indomable Tojeira, jugándose la vida, consiguió la condena del coronel Benavides y del sargento Mendoza. Sólo pagaron unos meses de cárcel, una amnistía les liberó.

"El resultado fue muy simple: la absolución de los ejecutores, la condena de los intermediarios y el encubrimiento del Alto Estado Mayor". Después de todo, como dice Sobrino, en la Centroamérica de la impunidad "torturar y matar no es tan grave".


--------------------------------------------------------------------------------------Y mientras la Iglesia de la liberación era perseguida y sus líderes más representativos, asesinados, ¿cuál fue la actitud del Vaticano? Yo creo que puede hablarse de cierta complicidad, ya que desde el comienzo condenó la teología de la liberación, impuso silencio a algunos de sus principales cultivadores y los acusó –también a los jesuitas de la UCA- de marxistas sin sentido crítico, de desviarse de la doctrina católica, de politizar la fe y ponerla al servicio de la subversión e incluso de apoyar la violencia. Acusaciones todas ellas infundadas que no se correspondían ni con su estilo de vida ni con su teología y que dejaban a los teólogos solos e indefensos ante los escuadrones de la muerte. Las cosas no han cambiado. El Vaticano sigue condenando a los teólogos y teólogas de la liberación -el último, Ion Sobrino, compañero de los mártires salvadoreños- y se resiste a reconocer como mártires a quienes trabajaron por la paz y fueron perseguidos por mor de la justicia, contraviniendo así las Bienaventuranzas, que son la carta fundacional del cristianismo.


Atrio.

Artículo extractado

http://www.atrio.org/?p=1932#comments

Juan José Tamayo

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