Si terminamos el año pasado mal, el nuevo lo hemos empezado peor. Me refiero a la lista de asesinatos que en el entorno familiar se están produciendo y que pese a las medidas tomadas van en aumento. Ni órdenes de alejamiento, ni campañas educativas, ni pulseras detectoras parecen ser eficaces ante esta ola de violencia que no cesa, como el rayo que cantara en su poema Miguel Hernández. Aunque nuestro presidente del Gobierno nos asegura que el estado de las familias en España es saludable, la realidad es otra porque estamos batiendo tristes plusmarcas: la cifra de divorcios se ha disparado, el número de abortos es mayor que nunca y la cantidad de agresiones con resultado de muerte en el seno del matrimonio y de la pareja va a más ¡Cómo será la situación que hasta los organismos gubernamentales responsables de diseñar las políticas sociales están sumamente preocupados por los datos actuales!
Y si los números ya asustan hasta a los más liberales, es señal de que hay unas líneas rojas que se han cruzado y que cualquiera que tenga dos dedos de frente los contempla como insoportables. A pesar de ello, todavía hay quien se empeña en hacernos creer que la situación de las familias en España es excelente, lo cual indica que alguien nos toma por tontos.
Centrándonos en las agresiones en el entorno conyugal y de pareja, parece haberse establecido definitivamente la expresión violencia machista como la mejor definición del grave problema. Lo que comenzó siendo denominado violencia doméstica y poco después se redefinió como violencia de género, ha terminado siendo acuñado como violencia machista. Es sabida la importancia que resulta la exactitud de los términos, si queremos hacer un buen diagnóstico de los problemas y, sobre todo, llegar a una solución.
Pues bien, la primera expresión, violencia doméstica, era confusa y hasta contradictoria, si tenemos en cuenta que la palabra doméstico tiene asociaciones con lo que es moderado o tratable. La segunda, violencia de género, no hacía justicia a la realidad, al dejar en el aire el origen perverso de las agresiones. Hubiera sido una expresión acertada si las agresiones fueran en ambos sentidos, del hombre hacia la mujer y de la mujer hacia el hombre, pero como la inmensa mayoría son del primer sentido, no es adecuada.
De ahí que violencia machista sea la que finalmente se ha impuesto, existiendo incluso códigos periodísticos que aconsejan se defina así la agresión cuando se informe sobre el suceso. Se trata en definitiva de identificar no solo a los agresores sino a la ideología que es móvil de esas agresiones. Esa ideología, que desemboca en tal comportamiento, es el machismo. No sé lo que pensaríamos si salieran a la calle un grupo de hombres reclamando sus derechos machistas, con pancartas y lemas como ´Nosotros mandamos, nosotros matamos´. O qué diríamos si los machistas se asociaran, al sentirse acosados por las campañas mediáticas en contra de ellos, para proteger y seguir ejerciendo su derecho al machismo. Sería aberrante e impensable que algo semejante, que es una provocación en toda regla, pudiera darse y, sobre todo, que una sociedad sana lo tolerase. Después de todo, una de las máximas de la democracia es que la libertad es sagrada, siempre y cuando no dañe la libertad del otro; o en otras palabras, mi libertad termina donde empieza la libertad ajena. Por lo tanto, el machismo no tiene derecho a esa libertad de expresión, porque el ejercicio de la misma supone el quebranto de la libertad del otro. Esto es de Perogrullo.
Pues bien, las feministas partidarias del aborto y de su ampliación han salido a la calle para reclamar sus derechos con lemas como ´Nosotras parimos, nosotras decidimos´. Un lema que tal vez no hubieran podido esgrimir, en el caso de que sus madres hubieran militado bajo esa misma bandera. Pero en fin, así es la vida. Se niega a otros lo mismo que nos ha sido dado. Las clínicas abortistas se sienten acosadas de ejercer sus prácticas, porque grupos pro-vida se han manifestado delante de las mismas en defensa de los no nacidos. Y la reacción gubernamental ha sido fulminante: no se va a tolerar que el derecho al aborto se vea menoscabado por la acción de grupos de presión. Más bien hay indicios de todo lo contrario: en el caso de que ganen las elecciones se ampliarán las posibilidades de abortar.
Pero si se habla de violencia machista ¿por qué no se habla de violencia feminista? ¿O es que el aborto no es violencia? ¿Y no procede su justificación de esa ideología que se conoce con el nombre de feminismo? Si el machismo, cuya expresión más aborrecible es la agresión a la mujer, es condenable ¿No lo es esa clase de feminismo, cuya expresión más aborrecible es la agresión al no nacido? ¿Por qué el primero es detestable y el segundo es encomiable? ¿Por qué el primero es retrógrado y criminal y el segundo es progresista y justo? ¿No son violentos los dos? ¿Cómo es posible que haya una distorsión tan profunda en conceptos que son equiparables? Solo hay una respuesta: la propia perversión de la mente y el corazón de quienes así los definen y defienden.
Si vamos a ser firmes, y debemos serlo, con la violencia machista, seámoslo también con la violencia feminista. Si en el descuido de la primera hay vidas en juego, las hay más en el descuido de la segunda, toda vez que ahí no hay posibilidad ni siquiera de órdenes de alejamiento ni pulseras detectoras, estando el no nacido a expensas del arbitrio de lo que se quiera hacer con él. Sin embargo, a esto se le llama derecho. Un derecho que arrasa con el derecho a la vida que tiene el otro, lo cual es la trasgresión rotunda del sagrado principio de la libertad en democracia.
Ya que es tan importante educar a las nuevas generaciones de niños para que no adopten pautas de conducta machista que pueden desembocar en violencia, debemos educar también a las nuevas generaciones de niñas para que no adopten pautas de conducta feminista, que también pueden acabar en violencia, tal como estamos comprobando.
Y es que si en una barca solo se maneja un remo, el resultado será dar vueltas interminablemente en un círculo vicioso. Un círculo vicioso de violencia machista y feminista.
Wenceslao Calvo es conferenciante, predicador y pastor en una iglesia de Madrid
© W. Calvo, ProtestanteDigital.com (España, 2008).
Y si los números ya asustan hasta a los más liberales, es señal de que hay unas líneas rojas que se han cruzado y que cualquiera que tenga dos dedos de frente los contempla como insoportables. A pesar de ello, todavía hay quien se empeña en hacernos creer que la situación de las familias en España es excelente, lo cual indica que alguien nos toma por tontos.
Centrándonos en las agresiones en el entorno conyugal y de pareja, parece haberse establecido definitivamente la expresión violencia machista como la mejor definición del grave problema. Lo que comenzó siendo denominado violencia doméstica y poco después se redefinió como violencia de género, ha terminado siendo acuñado como violencia machista. Es sabida la importancia que resulta la exactitud de los términos, si queremos hacer un buen diagnóstico de los problemas y, sobre todo, llegar a una solución.
Pues bien, la primera expresión, violencia doméstica, era confusa y hasta contradictoria, si tenemos en cuenta que la palabra doméstico tiene asociaciones con lo que es moderado o tratable. La segunda, violencia de género, no hacía justicia a la realidad, al dejar en el aire el origen perverso de las agresiones. Hubiera sido una expresión acertada si las agresiones fueran en ambos sentidos, del hombre hacia la mujer y de la mujer hacia el hombre, pero como la inmensa mayoría son del primer sentido, no es adecuada.
De ahí que violencia machista sea la que finalmente se ha impuesto, existiendo incluso códigos periodísticos que aconsejan se defina así la agresión cuando se informe sobre el suceso. Se trata en definitiva de identificar no solo a los agresores sino a la ideología que es móvil de esas agresiones. Esa ideología, que desemboca en tal comportamiento, es el machismo. No sé lo que pensaríamos si salieran a la calle un grupo de hombres reclamando sus derechos machistas, con pancartas y lemas como ´Nosotros mandamos, nosotros matamos´. O qué diríamos si los machistas se asociaran, al sentirse acosados por las campañas mediáticas en contra de ellos, para proteger y seguir ejerciendo su derecho al machismo. Sería aberrante e impensable que algo semejante, que es una provocación en toda regla, pudiera darse y, sobre todo, que una sociedad sana lo tolerase. Después de todo, una de las máximas de la democracia es que la libertad es sagrada, siempre y cuando no dañe la libertad del otro; o en otras palabras, mi libertad termina donde empieza la libertad ajena. Por lo tanto, el machismo no tiene derecho a esa libertad de expresión, porque el ejercicio de la misma supone el quebranto de la libertad del otro. Esto es de Perogrullo.
Pues bien, las feministas partidarias del aborto y de su ampliación han salido a la calle para reclamar sus derechos con lemas como ´Nosotras parimos, nosotras decidimos´. Un lema que tal vez no hubieran podido esgrimir, en el caso de que sus madres hubieran militado bajo esa misma bandera. Pero en fin, así es la vida. Se niega a otros lo mismo que nos ha sido dado. Las clínicas abortistas se sienten acosadas de ejercer sus prácticas, porque grupos pro-vida se han manifestado delante de las mismas en defensa de los no nacidos. Y la reacción gubernamental ha sido fulminante: no se va a tolerar que el derecho al aborto se vea menoscabado por la acción de grupos de presión. Más bien hay indicios de todo lo contrario: en el caso de que ganen las elecciones se ampliarán las posibilidades de abortar.
Pero si se habla de violencia machista ¿por qué no se habla de violencia feminista? ¿O es que el aborto no es violencia? ¿Y no procede su justificación de esa ideología que se conoce con el nombre de feminismo? Si el machismo, cuya expresión más aborrecible es la agresión a la mujer, es condenable ¿No lo es esa clase de feminismo, cuya expresión más aborrecible es la agresión al no nacido? ¿Por qué el primero es detestable y el segundo es encomiable? ¿Por qué el primero es retrógrado y criminal y el segundo es progresista y justo? ¿No son violentos los dos? ¿Cómo es posible que haya una distorsión tan profunda en conceptos que son equiparables? Solo hay una respuesta: la propia perversión de la mente y el corazón de quienes así los definen y defienden.
Si vamos a ser firmes, y debemos serlo, con la violencia machista, seámoslo también con la violencia feminista. Si en el descuido de la primera hay vidas en juego, las hay más en el descuido de la segunda, toda vez que ahí no hay posibilidad ni siquiera de órdenes de alejamiento ni pulseras detectoras, estando el no nacido a expensas del arbitrio de lo que se quiera hacer con él. Sin embargo, a esto se le llama derecho. Un derecho que arrasa con el derecho a la vida que tiene el otro, lo cual es la trasgresión rotunda del sagrado principio de la libertad en democracia.
Ya que es tan importante educar a las nuevas generaciones de niños para que no adopten pautas de conducta machista que pueden desembocar en violencia, debemos educar también a las nuevas generaciones de niñas para que no adopten pautas de conducta feminista, que también pueden acabar en violencia, tal como estamos comprobando.
Y es que si en una barca solo se maneja un remo, el resultado será dar vueltas interminablemente en un círculo vicioso. Un círculo vicioso de violencia machista y feminista.
Wenceslao Calvo es conferenciante, predicador y pastor en una iglesia de Madrid
© W. Calvo, ProtestanteDigital.com (España, 2008).
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