miércoles, 29 de diciembre de 2010

As mulleres cristians galegas y el sacerdocio



Cuando en la historia surge alguna causa que parece traer salvación, se apuntan inmediatamente todos los que no quieren servir esa causa sino servirse de ella: inventores fracasados, picapleitos sin éxito etc. el enemigo más grande de las causas más santas son algunos de sus defensores, como es el caso de estás mujeres de Irimia Que se hacen llamar “Mulleres Cristians galegas”, toda la comunidad cristina tiene derecho a pedir a las mujeres que aspiran al ministerio, que examinen bien si buscan un sacerdocio pretendiendo un servicio o “un salto a la fama” esto también sirve para los varones pero entre los varones no se da hoy este atractivo clásico de lo prohibido que se expresa en aquellas frases ya viejas: el divorcio es una cosa que solo interesa a los casados (Lidia Falcón); el matrimonio es una cosa que solo interesa a los curas (Simone de Beauvoir); y ahora el sacerdocio es una cosa que solo interesa a las mujeres.
Esto quiere decir que el acceso al ministerio no puede ser defendido para resolver ningún problema personal (ni siquiera ese sentimiento de culpabilidad machista que nos pode molestar a muchos varones).
Si algún día nuestra iglesia ordena mujeres sacerdotes sospecho, que en los comienzos tendrá que hacerlo con cuentagotas y no como ruptura de presa y esto seguirá suponiendo frustraciones para muchas mujeres que les costara aceptar que su propio rechazo se deba a razones personales y les será más fácil seguir atribuyéndolo a razones sexistas.
El feminismo ("religioso radical") es parte de una fuerza revolucionaria más amplia, organizada contra la Iglesia actualmente. Los hombres y las mujeres feministas rechazan los dogmas más básicos de la fe, todo patriarcado, todo papel natural, toda autoridad jerárquica, aún la de Dios. Insisten en que la realidad no es fija sino infinitamente adaptable. Su objetivo es la autonomía absoluta. No están contentas con la libertad "legal" para adoptar lo que la Iglesia llama el mal, exigen que Ella se les una en llamar bien al mal.

Naturalmente, la Iglesia debe decirles la verdad. Tal como el Papa Juan Pablo II dio el ejemplo, sencillamente siendo fiel a su deber, cuando escribió su encíclica "Veritatis Splendor", la Iglesia no puede cambiar la realidad para acomodarse a la voluntad del pecador o dar su bendición a cualquier cosa inmoral que quiera hacer. Pero las disidentes perciben las enseñanzas morales de la Iglesia como un reproche y por eso llegan a odiar a la Iglesia, como si ésta, por afirmar sus enseñanzas, no estuviera mostrando la realidad, sino creándola. "No serviré", gritan, "Que se haga Mi voluntad".

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