jueves, 30 de diciembre de 2010

Bautizado en el Espíritu Santo.


“Yo a la verdad os he bautizado con agua; mas él os bautizará con Espíritu Santo”.
(Mr 1:8)

El bautismo en el Espíritu Santo, algo tan sencillo como la obra redentora de Jesús, al alcance de todos, algunos lo han hecho un proceso complicado y dogmático, alejado de las intenciones de nuestro Creador. Se ha convertido—en ciertas sectas o instituciones—en peldaño emocional y simbólico establecido, como premisa para ser admitido en el redil de la congregación eclesiástica.

El Hijo de Dios nos prometió la venida del Espíritu Santo en su gigantesca obra de crear la Iglesia de Jesucristo, enfatizando que esa obra no sería emocional, sino instructiva, transformando nuestra mente y sembrando Palabra de Dios en nuestros corazones (Jn 16:2-13). Alabamos a Yahweh Dios porque es digo de alabanzas y adoración, pero no como estandarte cristiano o santo. La verdadera adoración es el hombre nacido en la piedad y la fe que se alcanza por el oír y meditar la Palabra de Dios, porque “todo aquel que invocare el nombre del Señor será salvo” (Rom 10:13-17).

Así ha ocurrido en estos casi 2000 años. Los humanos que han aceptado en el transcurso de los siglos a Jesús como su Señor y Salvador, han experimentado un bautismo en Espíritu Santo; es decir, en la profundidad de su ser, el Espíritu de Dios se manifiesta en sus conciencias, haciéndoles ver con seguridad que sus pecados han sido perdonados, que esa “vieja carga” ha sido quitada de encima, que un proceso regenerativo ha comenzado y una nueva vida—diferente a la anterior—ha florecido, donde comenzamos a ver nuestro mundo circundante con otra perspectiva, empeñándonos desde entonces, ha caminar en dirección a Dios: orando, estudiando su Palabra Divina encerrada en la Santa Biblia, y sintiendo la necesidad de comunicar eso que ahora entendemos y que antes ignorábamos. Esa nueva vida es el reflejo de “que si alguno esta en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Cor 5:17).

No es que para tener el Espíritu Santo nuestras manifestaciones deben ahora convertirse en sumamente emocionales y públicas. Cada ser humano tiene su propia personalidad y carácter, así como diferentes culturas en que han sido criados. La manifestación del Espíritu de Yahweh no se asocia con simplicidades o euforias pasajeras, sino adoradores en verdad, más que nada allí donde estamos a solas con Dios, y no podemos fingir con actos exteriores—ya sean producto del deseo sincero o teatral—y es por ello que el Señor nos advierte claramente que: “Cuando pues haces limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti como hacen los hipócritas en las sinagogas….sea tu limosna en secreto…Y cuando oras, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en las sinagogas, y en los cantones de las calles, para ser vistos de los hombres…mas tú, cuando oras, éntrate en tu cámara, y cerrada tu puerta, ora a tu Padre…y tu Padre que ve en secreto, te recompensará en público” (Mt 6:2-7).

La manifestación del Espíritu Santo no es saltar, no es caerse, no es brincar, no es hablar en lenguas angelicales—o demoníacas—porque ambos: ángeles y demonios hablan la misma lengua, solo que unos se mantienen fieles a Dios y otros sus enemigos en rebeldía.

No es levantar las manos para que os vea el líder de tu congregación o vecino, y así seas contado entre “los fieles”. No; el Espíritu Santo y su misión es algo más que tales sencilleces; esas pueden ser señales que en determinados momentos Dios use para llamar la atención—entre los inconversos—y mover su sed de aspavientos (1 Cor 14:22); pero el bautismo del Espíritu Santo que el Señor prometió a su pueblo es darnos espiritualmente un nuevo nacimiento con los medios y fuerzas necesarias para “dejando el viejo hombre que estaba viciado conforme a los deseos del error” (Ef 4:22-24), podamos comenzar una nueva vida espiritual, convirtiéndonos en templo del Espíritu Santo (1 Cor 6:19). Es ese nuevo hombre que crece a semejanza del carácter del Hijo de Dios, andando según los mandamientos de Yahweh por el único poder del Espíritu Santo; por ello Jesús nos dice: “Si guardareis mis mandamientos, estaréis en mi amor; como yo también he guardado los mandamientos de mi Padre, y estoy en su amor” (Jn 5:10).

Nada tiene que ver en creer que desde entonces no serás pecador, ni tendrás caídas, altos y bajos. No es eso, sino que ahora cuentas con la ayuda de Dios, para vencer aquellos baluartes espirituales que te hacían vivir en desconcierto, inseguridad; y eras destinado a la muerte espiritual adjunta a sus consecuencias eternas.

El humano mientras habite en este cuerpo mortal siempre de una u otra forma será pecador, y de ahí la importancia de la Resurrección de Cristo, venciendo a la muerte y dándonos la certeza esperanzadora que un dia seríamos desatados de este cuerpo que perece, y revestidos con uno inmortal a semejanza de cuando él se transfiguró en presencia de sus apóstoles (9:2-8). Mientras habitemos en esta vasija que envejece habrá lucha y discordia incesante—traída a nuestra mente—entre el deseo de la carne y la conciencia de lo que nos afirma el espíritu. Es inevitable, y el apóstol san Pablo nos lo refleja, confirmando la eterna liberación cuando Cristo aparezca nuevamente, en palabras instructivas tales cuales: “Porque lo que hago, no lo entiendo; ni lo que quiero hago; antes lo que aborrezco, aquello hago…Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; mas veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi espíritu…” (Rom 7:15-25).

No temas si eres rechazado porque no hablas en lenguas o no gritas saltando en la congregación. Nada tienes que hacer obligado para que seas un hijo del Santísimo; sino aceptar en fe a tu Cristo, como Salvador y Señor. Si te expulsan de alguna congregación porque no crees la caterva de dogmas y doctrinas emocionales, entonces ve a otra, y si un dia todas te empujan a la soledad con Dios; entra pues a tu cámara, y él en secreto te escuchará y guiará a fuentes de aguas vivas. Y recuerda que nuestras sociedades un dia acabarán, y en el Reino de Dios, es él quien te juzgará, y no aquellos que pretenden tener potestad sobre la grey de Dios. Cuando te sientas solo recuerda al salmista inspirado que en la Palabra de Dios nos dice: “Aunque mi padre y mi madre me dejaran, Yahweh con todo me recogerá” (Sal 27:10).

Ese nuevo hombre, nueva criatura e hijo de Dios nacido por la fe en Cristo Jesús, y cultivado por la obra del Espíritu Santo, es el que el Señor le describió al religioso Nicodemo (Jn 3:3-7); advirtiéndole de antemano que era algo tan cierto como que él era el Unigénito del Creador, pero a su vez invisible e inexplicable ante los ojos humanos, porque: “El viento de donde quiere sopla, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde vaya; así es todo aquel que es nacido del Espíritu” (Jn 3:8).

Miles y millones de cristianos en el transcurso de los siglos han aceptado—por fe—a Cristo Jesús, y el Espíritu Santo ha comenzado en ellos el proceso de su obra instructiva y regeneradora, haciendo que entiendan las Sagradas Escrituras comenzando esa nueva vida que hemos analizado. El pasado es dejado atrás clavado en la Cruz del Calvario gracias al Hijo Mesías (Apoc 5:8-13).

Ellos han emprendido un nuevo viaje eterno sin final, porque un dia (1 Tes 4:16-17) todos los que creímos seremos resucitados o transformados inmortalmente (1 Cor 15:51-54), desatados de esa lucha carnal que nos oprime cuando lágrimas destilan desde nuestras pupilas, al experimentar tantas injusticias que nos rodean y afectan desde que vemos el sol bajo éste mundo desconcertante; sin embargo, gracias a ese nacimiento espiritual que comenzó un dia, la Puerta al Edén eterno nunca se nos volverá a cerrar.
http://profeciasyteologia.blogspot.com/2010/07/bautizado-en-el-espiritu-santo.html

Alejandro Roque

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