Jesús dijo esta parábola, usándola como un instrumento de enseñanza para traer luz a una gran verdad. En la parábola, vemos el beneficio hacia los hombres claramente – y también vemos el beneficio de Dios. Vea usted, la parábola del hijo pródigo no es sólo acerca del perdón de un hombre perdido. Es más aún, sobre el deleite del padre que corre hacia él.
Usted conoce la historia. Un hombre joven tomó la porción de su herencia del padre y la desperdició viviendo perdidamente. Él terminó sin dinero, con su salud y su espíritu arruinados, y en su punto más bajo decidió regresar a su padre. Las Escrituras nos dicen, “Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó” (Lucas 15:20).
Note que nada impidió el perdón del padre hacia el joven. No había nada que el joven tenía que hacer – ni aún confesar sus pecados – porque el padre había ya hecho provisión para la reconciliación. Verdaderamente, todo sucedió por iniciativa del padre: él corrió hacia su hijo y lo abrazó tan pronto como vio que el joven venía por el camino. La verdad es que, el perdón nunca es un problema para un padre amoroso. De igual manera, nunca es un problema para nuestro Padre cuando él ve un hijo arrepentido.
Así que el perdón simplemente no es el punto de esta parábola. De hecho, Jesús dejó en claro que no fue suficiente que el hijo hubiese sido meramente perdonado. El padre no abrazó a su hijo sólo para perdonarlo y dejar que siga su camino. No, ese padre anhelaba más que la restauración de su hijo. Él quería la compañía de su hijo, su presencia, y comunión.
Aunque el pródigo fue perdonado y tenía favor una vez más, aún él no estaba instalado en la casa del padre. Cuando lo fuese, sólo entonces estaría satisfecho el padre, su gozo estaría completo cuando su hijo fuese traído para hacerle compañía. Ese es el punto de esta parábola.
En los ojos del padre, el joven de antes estaba muerto. Ese hijo estaba ya fuera de sus pensamientos completamente. Ahora, en los ojos del padre, el hijo que había retornado a casa era un hombre nuevo. Y su pasado nunca más sería recordado. El padre estaba diciendo en esencia, “En cuanto a mí me concierne, tu viejo yo está muerto. Ahora camina conmigo como un nuevo hombre. Así es como yo te veo. No hay necesidad de que vivas bajo culpa. No sigas hablando de tu pecado, de que tú no eres digno. El problema del pecado ha sido resuelto. Ahora entra confiadamente a mi presencia y comparte de mi misericordia y gracia. ¡Tú eres mi deleite!
Usted conoce la historia. Un hombre joven tomó la porción de su herencia del padre y la desperdició viviendo perdidamente. Él terminó sin dinero, con su salud y su espíritu arruinados, y en su punto más bajo decidió regresar a su padre. Las Escrituras nos dicen, “Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó” (Lucas 15:20).
Note que nada impidió el perdón del padre hacia el joven. No había nada que el joven tenía que hacer – ni aún confesar sus pecados – porque el padre había ya hecho provisión para la reconciliación. Verdaderamente, todo sucedió por iniciativa del padre: él corrió hacia su hijo y lo abrazó tan pronto como vio que el joven venía por el camino. La verdad es que, el perdón nunca es un problema para un padre amoroso. De igual manera, nunca es un problema para nuestro Padre cuando él ve un hijo arrepentido.
Así que el perdón simplemente no es el punto de esta parábola. De hecho, Jesús dejó en claro que no fue suficiente que el hijo hubiese sido meramente perdonado. El padre no abrazó a su hijo sólo para perdonarlo y dejar que siga su camino. No, ese padre anhelaba más que la restauración de su hijo. Él quería la compañía de su hijo, su presencia, y comunión.
Aunque el pródigo fue perdonado y tenía favor una vez más, aún él no estaba instalado en la casa del padre. Cuando lo fuese, sólo entonces estaría satisfecho el padre, su gozo estaría completo cuando su hijo fuese traído para hacerle compañía. Ese es el punto de esta parábola.
En los ojos del padre, el joven de antes estaba muerto. Ese hijo estaba ya fuera de sus pensamientos completamente. Ahora, en los ojos del padre, el hijo que había retornado a casa era un hombre nuevo. Y su pasado nunca más sería recordado. El padre estaba diciendo en esencia, “En cuanto a mí me concierne, tu viejo yo está muerto. Ahora camina conmigo como un nuevo hombre. Así es como yo te veo. No hay necesidad de que vivas bajo culpa. No sigas hablando de tu pecado, de que tú no eres digno. El problema del pecado ha sido resuelto. Ahora entra confiadamente a mi presencia y comparte de mi misericordia y gracia. ¡Tú eres mi deleite!
David Wilkerson
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