La tiara es una corona de tres franjas que resume los títulos del líder católico: padre de los reyes, rector del mundo y vicario de Cristo. Un accesorio que con los siglos se convirtió en el emblema del poder temporal de los papas.
Los posteriores pontífices se abstuvieron de portarlo e incluso su presencia fue sacada de la heráldica papal. El anterior escudo de Benedicto XVI llevaba, en su parte superior, sólo la mitra de obispo.
la tiara representa los tres poderes que detentan los Pontífices: el magisterio (definir qué es la verdad), santificar (perdonar los pecados y administrar los sacramentos) y gobernar (la Iglesia católica).
La tiara le simboliza por tanto como padre de los reyes, rector del mundo y vicario de Cristo. Por ahora, sólo aparece en su escudo de armas.
Para el teólogo José María Castillo la novedad supone un retroceso. «Lo que cualquiera puede pensar es que el Papa elimina un signo claramente religioso (la mitra) y lo sustituye por uno estrictamente político (la tiara), que es imperial y, por tanto, autoritario».
Cuando veo a una treintena de obispos en una catedral arropando a un compañero que alcanza tan alto rango, ataviados con las mejores galas litúrgicas, tengo la impresión de estar en el sambódromo brasileño o asistir al carnaval canario. Disfraces. Ahora bien, el disfraz es farsa: uno se reviste de lo que no es para identificarse, en una ilusión, con una máscara. Hay hombres cuya desnudez les avengüenza, les aterra. Ni el testimonio evangélico ni la caridad cristiana exigen ropajes especiales.
No veo por qué no podría caminar el papa con bastón y sandalias, o viajar montado en un burro o pedaleando en una bicicleta, a menos que por su avanzada edad le falten fuerzas y sus piernas no le respondan. Lo que importa de un papa debe ser únicamente su testimonio de caridad en un mundo que impone la austeridad. Repugnan los políticos que llevan trajes de tres mil euros en países donde se pasa hambre y necesidad. Dios, desde luego, no necesita riquezas.
Pero en Roma hay más tiaras. Existen más de veinte tiaras en el Vaticano para un posible uso futuro. Todas ellas obras de arte y de un valor incalculable en piedras preciosas. La Tiara Milán (1922) de Pío XI tenía dos mil piedras preciosas incrustadas, mientras la de Juan XXIII (1959) tenía veinte diamantes, dieciséis esmeraldas, sesenta y ocho rubíes y setenta perlas. La cantidad programada originalmente era el doble, pero Juan XXIII insistió que la mitad fuera devuelta y el ahorro fuese donado a los pobres.
Los posteriores pontífices se abstuvieron de portarlo e incluso su presencia fue sacada de la heráldica papal. El anterior escudo de Benedicto XVI llevaba, en su parte superior, sólo la mitra de obispo.
la tiara representa los tres poderes que detentan los Pontífices: el magisterio (definir qué es la verdad), santificar (perdonar los pecados y administrar los sacramentos) y gobernar (la Iglesia católica).
La tiara le simboliza por tanto como padre de los reyes, rector del mundo y vicario de Cristo. Por ahora, sólo aparece en su escudo de armas.
Para el teólogo José María Castillo la novedad supone un retroceso. «Lo que cualquiera puede pensar es que el Papa elimina un signo claramente religioso (la mitra) y lo sustituye por uno estrictamente político (la tiara), que es imperial y, por tanto, autoritario».
Cuando veo a una treintena de obispos en una catedral arropando a un compañero que alcanza tan alto rango, ataviados con las mejores galas litúrgicas, tengo la impresión de estar en el sambódromo brasileño o asistir al carnaval canario. Disfraces. Ahora bien, el disfraz es farsa: uno se reviste de lo que no es para identificarse, en una ilusión, con una máscara. Hay hombres cuya desnudez les avengüenza, les aterra. Ni el testimonio evangélico ni la caridad cristiana exigen ropajes especiales.
No veo por qué no podría caminar el papa con bastón y sandalias, o viajar montado en un burro o pedaleando en una bicicleta, a menos que por su avanzada edad le falten fuerzas y sus piernas no le respondan. Lo que importa de un papa debe ser únicamente su testimonio de caridad en un mundo que impone la austeridad. Repugnan los políticos que llevan trajes de tres mil euros en países donde se pasa hambre y necesidad. Dios, desde luego, no necesita riquezas.
Pero en Roma hay más tiaras. Existen más de veinte tiaras en el Vaticano para un posible uso futuro. Todas ellas obras de arte y de un valor incalculable en piedras preciosas. La Tiara Milán (1922) de Pío XI tenía dos mil piedras preciosas incrustadas, mientras la de Juan XXIII (1959) tenía veinte diamantes, dieciséis esmeraldas, sesenta y ocho rubíes y setenta perlas. La cantidad programada originalmente era el doble, pero Juan XXIII insistió que la mitad fuera devuelta y el ahorro fuese donado a los pobres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario