jueves, 11 de noviembre de 2010

Los viajes de Pablo de Tarso y Benedicto XVI


Juan José Tamayo

Fuente

El correo

Pablo de Tarso fue un apóstol itinerante. Hizo numerosos viajes misioneros para anunciar la novedad del Evangelio en un entorno cultural adverso, el mundo helenista, para crear nuevas comunidades cristianas, animar en la fe a las ya existentes y expresar la solidaridad de las comunidades surgidas en el mundo de la gentilidad con la Iglesia de Jerusalén, que pasaba por una grave situación de penuria. Y los realizó en medio de peligros marítimos, persecuciones, procesamientos, condenas, encarcelamientos y amenazas de muerte por parte de las autoridades políticas que le consideraban subversivo, los filósofos helenistas que le acusaban de loco por predicar la resurrección de los muertos, y de los judíos que no le perdonaban que hubiera abandonado la fe de sus padres y abrazado la nueva religión.
El viaje de Benedicto XVI a Santiago de Compostela y a Barcelona los días 6 y 7 de noviembre poco ha tenido que ver con los de Pablo de Tarso. Vino protegido por un inexpugnable servicio de seguridad. No ha transmitido un proyecto ético y religioso nuevo a los cristianos gallegos y catalanes, y menos aún a los no-creyentes españoles. Su mensaje moral es el mismo que de manera cansina viene repitiendo desde que fue elegido Papa: defensa del matrimonio como unión del hombre y de la mujer y de su indisolubilidad, que considera de ley natural; defensa de la vida desde el momento mismo de la concepción y condena del aborto sin paliativos; defensa de una nueva evangelización de Europa, y especialmente de España, y retorno del viejo continente a Dios, de quien, a su juicio, se ha alejado en los últimos siglos.
A diferencia de Pablo, el Papa no se ha reunido con las comunidades cristianas vivas, ni ha animado a las que se encuentran en crisis, ni se ha comunicado con las personas no creyentes, con quienes en los últimos años han abandonado la Iglesia. Tampoco se ha encontrado con los sectores más desfavorecidos de la sociedad española: inmigrantes, desempleados, enfermos de sida, mujeres maltratadas, jóvenes desempleados y desencantados... Sí lo ha hecho de manera bien visible con las autoridades religiosas y políticas: el Rey, el presidente y el vicepresidente del Gobierno, los Príncipes, el jefe de la oposición, los presidentes autonómicos de Galicia y Cataluña, los arzobispos, obispos y cardenales. No es extraño, por ello, el clima de rechazo e incluso de hostilidad que ha generado la visita en no pocos colectivos cívicos.
No se ha solidarizado de manera efectiva con las víctimas de la crisis económica, 8 millones de pobres que viven en situaciones precarias hasta llegar a pasar hambre y desnutrición. Todo lo contrario, su viaje a España ha supuesto una elevada carga económica para el erario, que, en un acto de despilfarro, ha desembolsado en torno a cinco millones y medio de euros, cantidad que, bien seguro, se detraerá de los servicios sociales, sanitarios, sociales y educativos. Es un gasto que me parece escandaloso y, desde el punto de vista religioso, 'antievangélico', cuando en España hay más de 4,5 millones de desempleados, se han recortado los servicios sociales, se han congelado las pensiones y se han rebajado los salarios de los trabajadores públicos.
Unos gastos tan desmesurados demuestran la insensibilidad de Benedicto XVI, quien debería haber programado el viaje con mayor sobriedad y mesura como peregrino de la fe y no como jefe de Estado, como testigo del Evangelio, y no como autoridad religiosa rodeada de boato. Demuestran igualmente la insensibilidad de las instituciones públicas, que han desviado parte del presupuesto para unos gastos que vienen a incrementar todavía más los privilegios y los pingües beneficios que la Iglesia católica recibe del Estado. Tampoco la jerarquía católica española está exenta de responsabilidad en el dispendio del viaje, ya que ella debería haber informado al Papa de las graves consecuencias de la crisis económica. Tamaños gastos no se hacen con otros líderes religiosos, lo que refleja la discriminación hacia otras religiones en un hipotético Estado no confesional y lo lejos que estamos de la igualdad de todas las religiones.
Como justificación de un gasto tan desmesurado se apelaba a los beneficios que reportaría el viaje. No parece haber sido así. Con todo, ¿se puede jugar con lo sagrado y espiritual de manera tan mercantil? Esos cálculos crematísticos me parecen de una gran mezquindad y de una penosa estrechez de miras y habría que calificarlo lisa y llanamente de simonía, que consiste en sacar beneficios materiales de lo espiritual.
Es posible que la jerarquía eclesiástica haya ofrecido a Benedicto XVI una imagen idílica de la Iglesia católica española y le haya hablado de la vitalidad religiosa de nuestra sociedad. Dicha imagen no responde a la realidad. La Iglesia española está sufriendo una crisis profunda de credibilidad en la mayoría de los sectores de la sociedad, especialmente entre los jóvenes y los sectores populares, y también entre los propios católicos, debido a sus posiciones neoconservadoras en cuestiones morales, al alejamiento de los pobres, a la falta de comunicación con la juventud y a la exclusión de las mujeres de las funciones directivas y ministeriales. Dos muestras de la falta de credibilidad, entre otras: el enorme descenso de los que se declaran católicos y el incremento de las apostasías.
He dejado para el final el hecho más criticable y lamentable de la visita: la afirmación de que España es hoy el epicentro de un laicismo y de un secularismo fuertes y agresivos, y del choque entre fe y modernidad, que vinculó directamente con el anticlericalismo de los años 30 del siglo pasado. Me parece una grave torpeza diplomática, una desconsideración para con la sociedad española y el Gobierno socialista, un análisis sociorreligioso simplista, un juicio de valor que no resiste la prueba de los hechos y un profundo desconocimiento de nuestra historia. ¿No va a reaccionar el Gobierno? ¿Puede quejarse el Papa del trato de favor del presidente y la ex vicepresidenta del Ejecutivo español durante los cinco años de su pontificado?

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