jueves, 11 de noviembre de 2010

Queiruga, grita conmigo: "Marcelino ha resucitado. ¡Aleluya!"

por Luis Fernando Perez Bustamante
El teólogo gallego Andrés Torres Queiruga es quizás uno de los ejemplos más evidentes, al menos en España, de a dónde puede llegar la teología cuando se separa de la fe católica y cuáles pueden ser las consecuencias para aquellos fieles que tomen como maestro a quienes obviamente no creen aquello que la Iglesia profesa. En sus libros y en sus declaraciones a los medios, podemos leer afirmaciones como las siguientes:

“No solamente la resurrección no es un milagro, sino que ni siquiera es un acontecimiento empírico. Y la fe en la resurrección no depende del hecho de que se acepte o rechace la realidad histórica del sepulcro vacío“.

“…los discípulos no vieron con sus ojos al Resucitado ni lo tocaron con sus manos, porque esto era imposible estando él fuera del alcance de sus sentidos”

De hecho, uno de sus libros más conocidos y leídos se llama “Repensar la resurrección". En él encontramos joyas como la siguiente:

El hecho de la huída y ocultamiento de los discípulos fue, con toda probabilidad, históricamente cierto; pero su interpretación como traición o pérdida de la fe constituye una “dramatización” literaria, de carácter intuitivo y apologético, para demostrar la eficacia de la resurrección. En realidad, a parte de lo injusta que resulta esa visión con unos hombres que lo habían dejado todo en su entusiasmo por seguir a Jesús, resulta totalmente inverosímil. Algo que se confirma en la historia de los grandes líderes asesinados, que apunta justamente en la dirección contraria, pues el asesinato del líder auténtico confirma la fidelidad de los seguidores: la fe en la resurrección , que los discípulos ya tenían por tradición, encontró en el destino trágico de Jesús su máxima confirmación, así como su último y pleno significado.

y esta:

Si antes influía sobre todo la caída del fundamentalismo , ahora es el cambio cultural el que se deja sentir como prioritario. Cambio en la visión del mundo, que, desdivinizado, desmitificado y reconocido en el funcionamiento autónomo de sus leyes, obliga a una re-lectura de los datos. Piénsese de nuevo en el ejemplo de la Ascensión : tomada a la letra, hoy resulta simplemente absurda.

o esta:

Desde luego, ya nadie confunde la resurrección con la revivificación o vuelta a la vida de un cadáver. Ni por tanto se la pone en paralelo ni, menos, se la confunde con las “resurrecciones” narradas no sólo en la Biblia, atribuidas a Eliseo, a Jesús o a Pablo (que, por otra parte, casi nadie toma a la letra), sino también en la cultura del tiempo, como en el caso de Apolonio de Tiana. La resurrección de Jesús , la verdadera resurrección, significa un cambio radical en la existencia, en el modo mismo de ser: un modo trascendente, que supone la comunión plena con Dios y escapa por definición a las leyes que rigen las relaciones y las experiencias en el mundo empírico.

Por eso ya no se la comprende bajo la categoría de milagro, pues en sí misma no es perceptible ni verificable empíricamente. Hasta el punto de que, por esa misma razón, incluso se reconoce de manera casi unánime que no puede calificarse de hecho histórico . Lo cual no implica, claro está, negar su realidad, sino insistir en que es otra realidad: no mundana, no empírica, no apresable o verificable por los medios de los sentidos, de la ciencia o de la historia ordinaria.

y también esta:


Por otra parte, rota la linealidad literal de las narraciones , resulta muy difícil, si no imposible, interpretar con un mínimo de coherencia el supuesto contrario. ¿Qué sentido podría tener el tiempo cronológico en que el cadáver permanecería en la tumba, para ser “revivificado” en un momento ulterior? ¿Qué tipo de identidad personal sería la del Resucitado mientras espera la “revivificación ” del cadáver ? ¿Qué significaría esa mezcla de vida trascendente y espera cronológico-mundana?

y, faltaría más, esta:

Lo que sucede es que la novedad de la resurrección de Jesús, en lugar de ser vista como una profundización y revelación definitiva dentro de la fe bíblica, tiende a concebirse como algo aislado y sin conexión alguna con ella. Por eso se precisa lo “milagroso”, creyendo que sólo así se garantiza la novedad. Pero, repitámoslo, eso obedece a un reflejo inconsciente de corte empirista . No acaba de percibirse que, aunque no haya irrupciones milagrosas, existe realmente una experiencia nueva causada por una situación inédita, en la que los discípulos y discípulas lograron descubrir la realidad y la presencia del Resucitado. La revelación consistió justamente en que comprendieron y aceptaron que esa situación sólo era comprensible porque estaba realmente determinada por el hecho de que Dios había resucitado a Jesús, el cual estaba vivo y presente de una manera nueva y trascendente. Manera no empírica, pero no por menos sino por más real: presencia del Glorificado y Exaltado.

O sea, resumiendo, los relatos evangélicos sobre la resurrección de Cristo, las apariciones del resucitado a los apóstoles y la mismísima asunción no sólo no son históricos, sino que es absurdo creer que lo son. Para sus seguidores, la resurrección de Cristo consiste, pues, en la aceptación de su presencia de una manera nueva y trascendente, ajena a una realidad “empírica", a un hecho físicamente demostrable. Por supuesto, Santo Tomás tenía razón en no creer en una resurrección real por la que el cuerpo crucificado en la Cruz hubiera salido de la tumba donde fue enterrado. Bueno, en realidad es muy probable que Santo Tomás no dijera lo que los evangelios dicen que dijo. Para el teólogo gallego todo es un relato ficcionado que busca ayudar a los fieles a creer.

Hasta ahí, de momento, Torres Queiruga. Ahora voy a recordar lo que ocurrió en Madrid hace unos días, tras la muerte de Marcelino Camacho, líder histórico de Comisiones Obreras, uno de los dos sindicatos más importantes de España. Leamos:

Miles de personas, muchas de ellas llegadas de otros puntos de España, se dieron cita en la madrileña Puerta de Alcalá, para despedir a una histórica referencia sindical y política. En el homenaje, presentado por la escritora Almudena Grandes, han intervenido uno de sus hijos, Marcel Camacho, el secretario general del PCE, José Luis Centella, y el secretario general de CCOO, Ignacio Fernández Toxo. La viuda de Camacho, Josefina Samper, ha agradecido al final del acto, tras los acordes de La Internacional, las muestras de apoyo y recordó unas recientes palabras del líder sindical en las que decía que “si uno cae, se levanta inmediatamente y sigue adelante”.

….
Entre los gritos más coreados han destacado “la lucha sigue, Marcelino vive“, “aquí se ve la fuerza del PCE", “CCOO sindicato trabajador” y “viva la lucha de la clase obrera".

Si aplicamos a Marcelino Camacho lo que Torres Queiruga aplica a Jesucristo, podemos decir con total tranquilidad que “Marcelino ha resucitado… aleluya”. Es decir, la lucha, el mensaje de Marcelino no muere con él. Sigue adelante entre sus camaradas, entre sus seguidores, entre sus hermanos de apostolado sindical. Si se quiere, de una forma nueva, pero no por ello menos real. Es absurdo pensar que Marcelino se ha levantado de la tumba. No nos hace falta. Si dentro de unos años alguien lo dice, será para dotar de un áurea mística, pero poco concorde con una fe sindical adulta y moderna, el hecho incontrovertible de la continuidad en el tiempo de la labor del camarada.

Con todo, lo realmente grave no es que Torres Queiruga, y con él muchos otros, crean y enseñen lo que enseñan acerca de la resurrección de Cristo. Como digo a menudo, herejes ha habido, hay y habrá siempre. Y han tenido, tienen y tendrán discípulos. No, lo realmente grave, lo realmente escandaloso, lo realmente preocupante, lo realmente atentatorio contra la dignidad de Cristo y de las Escrituras, es que en esta Iglesia nuestra de principios del siglo XXI, la autoridad eclesiástica no haya dicho ni una sola palabra sobre las doctrinas de Torres Queiruga, quien además es defendido públicamente por curas, religiosos y seglares, que le presentan como la gran figura de la teología gallega y mundial.

En Santiago de Compostela existe un arzobispo, Mons. Julián Barrio, del que ni se sabe ni se espera una sola afirmación acerca de este sacerdote teólogo de su archidiócesis, que sigue teniendo licencia para celebrar misa. El prelado compostelano se conforma con tenerle lejos del seminario, como si eso bastara para impedir su influencia en muchos de sus fieles y sacerdotes. Pero es más, tampoco sabemos de una sola palabra sobre Torres Queiruga por parte de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe de la Conferencia Episcopal Española. Ahora bien, en este caso no es debido a la falta de voluntad de muchos de los miembros de dicha comisión, sino a la negativa de sus “superiores” en Añastro. Y por último, todavía no hemos oído nada de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que es la que, según mis fuentes, tiene el expediente Queiruga en su mesa. Lo que pasa es que ya se sabe eso de que las cosas de palacio van despacio. Y en este caso, me temo que irán a paso de tortuga. Quizás nos encontremos con una nota de la CDF dentro de unos años, cuando el daño causado por el teólogo gallego sea irremediable para muchas almas.

Y conste que no creo que Roma deba intervenir ante algo tan evidente. Bastaría con que el arzobispo de Torres Queiruga, quizás acompañado del resto de los obispos de su provincia eclesiástica, dejara bien claro que sus enseñanzas son contrarias a la Iglesia y que, por tanto, si no se desdice, debe dejar de ejercer el sacerdocio y la totalidad de las parroquias gallegas deben abstenerse de colaborar por activa o por pasiva a la difusión de sus doctrinas.

Y es que si los obispos hicieran bien su trabajo, la curia romana, en especial la que se encarga de la defensa de la fe, tendría más tiempo para dedicarlo a temas cuya complejidad teológica requiere la actuación de una autoridad magisterial mayor a la de un solo obispo o grupos de obispos. En todo caso, como la realidad es la que es, sería deseable que el dicasterio presidido por el Cardenal Levada agilizara los plazos para resolver algo que salta a la vista a cualquier fiel católico sensato que conozca y profese la fe de la Iglesia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario