miércoles, 21 de abril de 2010

Mantener la esperanza


MANTENER LA ESPERANZA


Fiel es Dios, por quién habéis sido llamados a la unión con su Hijo Jesucristo, Señor nuestro. Os conjuro, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que tengáis todos un mismo sentir, y no haya entre vosotros disensiones; antes bien, viváis bien unidos en un mismo pensar y un mismo sentir. Porque, hermanos míos, he sabido de vosotros por los de Cloe que existen discordias entre vosotros. Me refiero a que cada uno de vosotros dice: “yo soy de Pablo”, “ yo de Apolo” “yo de Cefas”, “ Yo de Cristo”. ¿Está dividido Cristo? ¿Acaso fue Pablo crucificado por vosotros?¿O habéis sido bautizados en el nombre de Pablo? ¡Doy gracias a Dios por no haber bautizado a ninguno de vosotros fuera de Cristo y Gayo! Así, nadie puede decir que habéis sido bautizados en mi nombre. ¡Ah, sí!, también bauticé a la familia de Estéfanas. Por lo demás, no creo haber bautizado a ningún otro. Porque no me envio Cristo a Bautizar, sino a predicar el evangelio. Y no con palabras sabias, para no desvirtuar la cruz de Cristo. Pues la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan –para nosotros- es fuerza de Dios (1Cor 1,9-18)


Confesiones que dividen la Iglesia

Es el primer documento del Nuevo Testamento, escrito unos veinte años después de la muerte de Jesús, en Éfeso, a la comunidad de la gran ciudad de Corinto, y ya oímos hablar de tensiones, divisiones, cismas. Claramente había confesiones ya entonces: en nombre de Pedro, de Pablo, de Apolo, y hasta de Cristo. ¿Y hoy? ¿No descubrimos sin dificultad –con la salvedad de un cierto anacronismo- paralelos en nuestra situación actual?
Los católicos: la confesión de Pedro, que, por su primado, su poder de las llaves y de pastor universal, parece estar por derecho frente a todos los demás.
Los ortodoxos: tal vez la confesión de aquel Apolo que está en la base de la gran tradición del pensamiento griego y que ha interpretado la revelación con más espíritu, más profundidad, incluso “más rectamente”y aun “más ortodoxamente” que todos los demás.
Los protestantes: ciertamente la confesión de Pablo, que es en efecto el padre de sus comunidades, el apóstol sin más, el predicador irrepetible de la cruz de Cristo, el que ha trabajado más que todos los otros.
Y, finalmente, las Iglesias libres, que no hay por qué olvidar al parecer la confesión de Cristo como el Señor y Maestro, y desde ahí tratan de configurar la vida de sus comunidades.
Y ¿por qué confesión se decide Pablo? Los católicos esperarían, sin duda, una referencia a Pedro que, ciertamente, según Mateo es la “roca” sobre la que descansa la Iglesia. Sin embargo, Pablo pasa en silencio sobre el nombre de Pedro, lo mismo que, tácticamente, sobre el de Apolo.
Pero lo sorprendente de esto: desautoriza también a los compañeros de confesión, que le reclaman a él. ¿por qué? Porque no quiere grupos pendientes de un hombre y que se programen en torno a un que no haya sido crucificado por ellos, y en cuyo nombre no hayan sido bautizados. Pues no en su nombre, sino en el de Cristo, el crucificado, han sido bautizados.
Y por eso no puede convertirse en nombre de confesión ni siquiera el nombre de Pablo, que fundó la comunidad.


Si este texto es algo así como la quintaesencia del pensamiento ecuménico para hoy, hay que añadir enseguida: ningún nombre ni ningún cargo, ninguna autoridad ni especialidad de una iglesia puede llevar a la separación de las Iglesias en concreto:
· Un ministerio de Pedro, neotestamentariamente entendido, puede ser para la iglesia si se quiere “roca” de su unidad y de su cohesión, pero no puede convertirse en criterio absoluto para saber donde hay Iglesia de Cristo.
· La tradición, como la entienden los ortodoxos orientales, puede ser para la Iglesia una buena línea directriz de su comunidad y de su permanencia, pero no puede convertirse en línea divisoria más allá de la cual en lugar de ortodoxia sólo puede haber heterodoxia.
· La misma Biblia de los simpatizantes evangélicos de Pablo puede ser para la Iglesia si se quiere fundamento de su fe y de su confesión pero no puede convertirse en cantera de piedras que , en lugar de servir para edificar, se empleen para apedrearse.
· Ni Cristo, el Señor, a quien apela directamente la tradición de las Iglesias libres, puede emplearse como escudo para una confesión que quiera de ese modo lanzarle al campo de batalla de parte de una sola Iglesia en contra de las demás.
A cada una de estas distintas confesiones, con su estructura, su tradición y su doctrina peculiares, perfectamente justificadas en sí mismas, las confronta pablo con esta pregunta que las relativiza a todas: “¿Está dividido Cristo?”.
¿Qué es lo, primero que diría Pablo si viera cómo los cristianos de hoy estamos todos bautizados en el mismo y único Cristo, celebramos la Cena en memoria suya: la memoria Domini, la eucaristía (“acción de gracias”), la koinonía, communio, la “comunión” con Cristo y nuestra comunión mutua: la comida de la unidad?
“¿Está dividido Cristo?”, nos diría también a nosotros, a nuestras Iglesias confesionales y a sus dirigentes, que mantienen tal estado de separación desde hace 500años y aun 900.
Y añadiría: ciertamente en esa comunidad de Cena quedan “superados” en Cristo la raza, la cultura, el sexo, pues en él no hay ya “ ni amo ni esclavo, ni griego, ni bárbaro, ni hombre ni mujer”.
Pues si en la celebración eucarística deben superarse, sin duda, las tensiones y contradicciones tanto políticas como culturales y hasta sexuales, ¿por qué no, y lo primero de todo, las confesionales
?


Superación de las diferencias

Pero se dice de la parte oficial: no tenemos la misma comprensión de la Cena, la misma comprensión de la fe. Ciertamente, no tenemos todos la misma teología, pero ¿no tenemos acaso la misma fe? Por encargo oficial elaboraron las distintas Iglesias una serie completa de documentos de consenso: “documentos de coincidencia creciente” (1983), de 700 páginas. ¿por qué no se llevan a la practica de una vez por todas? Ahí parece claramente lo que es convicción de muchos cristianos de nuestro pueblo desde hace tiempo: que las diferencias en la compresión de la eucaristía, de la Cena, no pueden significar ya una división en la fe.
Y esto vale sobre todo para aquella declaración de convergencia elaborada durante veinte años por la Comisión para la fe y constitución de la Iglesia, del Consejo Mundial de las Iglesias, junto con representantes oficiales de la Iglesia católica, y que se promulgo en Lima, en 1982, bajo el título: “ Bautismo, eucaristía y ministerio”. La “liturgia de Lima”, elaborada por la misma Comisión ecuménica, y practicada allí por primera vez, fue utilizada luego en la última asamblea plenaria del Consejo Mundial de las iglesias en Vancouver, con la participación del obispo católico alemán encargado del ecumenismo y de muchos teólogos católicos, pero también más tarde en muchas comunidades evangélicas y católicas de Alemania. Nosotros la utilizamos en la fiesta ecuménica sobre todo para la plegaria eucarística, para posibilitar a los cristianos de todas las confesiones una oración común, una alabanza y súplica comunes, una común “acción de gracias”, es decir, una “eucaristía” común.
De la declaración de Lima y de la liturgia de lima se desprende lo siguiente: las diferencias que condujeron en el siglo XVI a la separación de las Iglesias se han vuelto superables. Llama la atención el hecho de que el documento no habla ya de cuestiones capitales controvertidas en el tiempo de la Reforma: la lengua vulgar en el culto y el cáliz de los laicos en el banquete eucarístico: Piénsese en lo que se nos hubiera ahorrado en guerras de religión si Roma hubiera sido ya entonces más abierta en esas dos cuestiones puramente disciplinares, como en la cuestión también puramente disciplinar del matrimonio de los sacerdotes.
Pero también las diferencias dogmáticas podrían verse como fundamentalmente superables. Cito sólo cuatro viejos puntos polémicos, sobre los que pueden leerse interesantes “comentarios” en los “papeles de Lima”.
* Punto 1: “sacrificio expiatorio”: ¿es la eucaristía un sacrificio expiatorio o no?
Ningún católico informado dice ya hoy que la celebración eucarística sea una “repetición” del sacrificio de la cruz por el sacerdote. A la inversa, también los evangélicos pueden comprender que no contradice en modo alguno la unicidad del sacrificio de la cruz el que los católicos digan que la entrega y expiación únicas de Jesús “se hacen presentes” en la eucaristía.
Todos los cristianos pueden así afirmar lo que dice el documento de Lima: “La eucaristía es el sacramento del sacrificio único de Cristo, que permanece eternamente, para interceder por nosotros. Es la memoria de todo lo que Dios ha hecho por la salvación del mundo”.

· Punto2: “presencia real”: ¿está Jesucristo efectivamente presente bajo las especie de pan y vino?
Ningún cristiano evangélico informado mantiene hoy la opinión de que el hacerse presente Jesucristo en el banquete eucarístico dependa simplemente de nuestra fe o. Por así decirlo, de nuestra subjetividad.
A la inversa, ningún cristiano católico podría hoy mantener la opinión de que la fe del hombre no juegue ningún papel en absoluto para la presencia de Jesucristo en esa celebración, de que todo sea opus operatum, o un rito que funciona por si mismo.
Todos los cristianos pueden afirmar, por tanto, con los papeles de Lima que el banquete eucarístico “es el sacramento del cuerpo y la sangre de Cristo, el sacramento de su presencia efectiva (presencia real)... La Iglesia confiesa una presencia real, viva y activa en la eucaristía...Aunque la presencia efectiva de Cristo no depende de la fe de cada uno, están todos de acuerdo, sin embargo, en que la fe es necesaria para poder discernir el cuerpo y la sangre de Cristo”.
* Punto 3: “transustanciación”: ¿ cambian de sustancia los dones eucarísticos?
Ningún cristiano católico informado mantiene hoy la opinión de que sólo se pueda explicar de una manera la presencia eucarística de Jesucristo – sólo mediante la teoría medieval y contrareformista de la transustanciación-.
A la inversa, ningún cristiano evangélico informado juzgara esta doctrina de la transustanciación simplemente como magia cuasificalista y automatica.
Todos los cristianos pueden afirmar, pues, con el documento de lima: “ En la historia de la Iglesia ha habido diversas tentativas para entender el ministerio de la presencia real y única de Cristo en la eucarístia. Algunos se conforman con afirmar sin más esa presencia, sin tratar de explicarla. Otros juzgan necesario insistir en una transformación, operada por el Espíritu Santo y la palabra de Cristo, cuyo resultado es que ya no son el pan y el vino usuales, sino el cuerpo y la sangre de Cristo.
· punto 4: “ministros”: ¿quién puede celebrar la eucaristía? Hoy no afirmara ya ningún católico informado que la eucaristía la “celebra” sólo el sacerdote para el pueblo.
A la inversa, ningún evangélico afirmará que cualquier cristiano puede celebrar la eucaristía sin más, cuando y como él quiera.
Todos los cristianos pueden, sin embargo, afirmar con el documento de Lima: “ Es Cristo quien invita al banquete y lo preside...En la mayoría de las Iglesias se expresa esta presidencia por medio de un ministro ordenado... El sirviente (minister) de la eucaristía es el mensajero que representa la iniciativa divina y expresa la vinculación de cada comunidad local con las demás comunidades locales en la Iglesia universal”.


Ciertamente, va siendo hora de que, después de tantos documentos de unificación, también la Iglesia católica reconozca como válidos a los ministros protestantes y las celebraciones protestantes de la Cena. Ya en el encuentro ecuménico de Pentecostés de 1971 en Augsburgo ¡hace 19 años!_ , donde millones de personas practicaron espontáneamente la intercomunión, se hizo llegar por gran mayoría a los dirigentes de todas las Iglesias el deseo de que se permitan celebraciones conjuntas de la Eucaristía a grupos ecuménicos y a matrimonios de distintas confesiones, y de que se psibilitase a cualquier cristiano que quiera recibir la comunión hacerlo en cualquier Iglesia cristiana. Las prohibiciones existentes en este sentido deberían ser suprimidas por las Iglesias.
¿Por qué no se avanza más en está dirección?; ¿ por qué se reacciona casi siempre – a menudo por ambas partes- con estrechez de miras, con angustia por la ortodoxia, con desconfianza y miedo?; ¿ por qué no trajeron ni el Sínodo de Würzburg ni la visita del papa, a pesar de tantas bellas palabras, consecuencias ecuménicas?



¡SAL FUERA, ESPÍRITU INMUNDO!

Quien ha estado siempre comprometido en el trabajo ecuménico ha podido experimentar que se puede tener una Comisión ecuménica internacional de la mayor calidad, se pueden aportar los más altos conocimientos exegéticos, históricos y sistemáticos, se pueden pulir una y otra vez, teológica y lingüísticamente, los documentos de unificación, pero no se puede dar un paso en el ecumenismo si no se tiene el debido, el verdadero espíritu. No me refiero sólo al espíritu de amistad y de colegialidad, ni sólo en primer término al “ espíritu del tiempo”, ni sólo en general al espíritu humano.
Sabemos bien qué ambivalente, peligrosa y aun traicionera “esencia” es este espíritu humano que ha enfrentado, disociado y separado tantas veces a los hombres, a las naciones y también a las confesiones religiosas.
Sí, es un espíritu inmundo el que, a los 900 años del cisma entre Oriente y Occidente , a los 500 años de la separación de católicos y protestantes, causados por él sigue afirmando
Que todavía no está maduro el tiempo para el entendimiento, para la suspensión de la excomunión, para el restablecimiento de la comunión, para la celebración en común de la eucaristía y de la Cena;
_ Que hacen falta todavía muchas reuniones de comisiones y sínodos, aunque ya ha habido tantos cuyos resultados hayan sido simplemente ignorados;
- que hace falta orar mucho todavía, como si la oración de los fieles no debiera unirse, finalmente, la acción de los dirigentes;
- que hace falta sufrir aún más, con paciencia, por la Iglesia y su división, como si el sufrimiento que la separación de las Iglesias trajo y sigue trayendo a la humanidad, a los pueblos, y comunidades, a las familias y matrimonios, no clamara al cielo desde hace ya mucho tiempo...
Se siente uno tentado, en tal situación a echar mano del exorcismo: ¡Sal fuera, espíritu inmundo! Sal fuera, tú que disgregas y separas, obstruyes y retardas. Apártate de tus Iglesias y sus centrales, de facultades e institutos, de organismos y comisiones. Sal fuera de los corazones de los hombres, de nuestros corazones. Y deja espacios abiertos.


Abre espacio al Espíritu Santo que, suave y fuerte a la vez, reconcilia, vincula, unifica, y que es la fuerza de Dios, fuerza y poder de Dios mismo. No un fluido misterioso y mágico, tampoco un hechicero de tipo animista, sino Dios mismo que actúa y nos alcanza pero que es inalcanzable, que es un don pero que es indisponible, que es creador de vida pero que al mismo tiempo la juzga.
No, este espíritu de Dios no es un poder anónimo. Tiene un nombre, desde que aquel dejado de la mano de Dios y de los hombres fue asesinado pero, según la fe de sus seguidores, fue levantado de la muerte e introducido en la vida eterna. O, como se dice en la antigua confesión de fe del comienzo de la carta a los romanos: “constituido hijo de dios con poder, según el espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos (1,4). Éste es el espíritu de Jesucristo, cuya señal más cierta es la libertad: “Donde está el espíritu del Señor, allí esta la libertad” (2Cor2,17). Es el don incomparable, la gracia suprema.
Veni, sancte Spiritus, así canta la secuencia de Pentecostés creada en un tiempo en que la cristiandad todavía no se había dividido. A este Espíritu Santo no se le puede forzar, sólo se le puede pedir: Ven.
Lava quod est sordidun: lava lo que está sucio, desenmascara tú la autojustificación de nuestras Iglesias y purifícanos de nuestras culpas.
Sana quod est saucium: sana lo que está herido, ayuda tú a los heridos por un derecho canónico injusto, y a los menos favorecidos en la Iglesia, sobre todo a las mujeres.
Riga quod est aridum: riega lo que está seco, vivifica tú a los resignados y a los marginados en la Iglesia, y haz que sobre todo los jóvenes vivan de nueva esperanza.
Flecte quod est rigidum: dobla lo que está rígido, humilla tú la arrogancia de los teólogos y jerarcas, y conmueve toda falsa seguridad, para que no todo se reduzca a lo antiguo.
Fove quod est frigidum: calienta lo que está frío, destruye tú nuestras angustias, nuestros prejuicios y tabúes, y dilata nuestros corazones con un amor que no conozca fronteras.
Rege quod est devium: conduce lo que está desviado, haz tú que llamemos al error y a la injusticia por su nombre, y que luchemos en la Iglesia y en la sociedad por la verdad, la justicia y la paz.
Sólo me queda desear que vivamos confiando en la actuación de este Espíritu, y saquemos de ahí fuerza para vivir y para sobrevivir, fuerza para resistir y aliento para el compromiso. Sigue siendo valida para el ecumenismo la frase que se encuentra en el valiente libro de Karl Rahner y Heinrich Fries La unión de las Iglesias, una posibilidad real, la última obra que publico Kart Rahner antes de su muerte: Podemos más de lo que podemos”. Tratemos, pues, con libertad y sinceridad cristianas, confiando en la fuerza unificadora del Espíritu, de aprovechar nuestros espacios de libertad: no contra, sino para la Iglesia de Cristo. Y que la paz de Cristo nos acompañe.


Articulo extractado.

Hans Küng

Editorial Trotta

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