¡Cuántas veces hemos sufrido desilusiones, y lo que tal vez llamaríamos “traiciones” de parte de amigos, hermanos, compañeros de ministerio, colaboradores...!
Personas a las que quizás acogimos en nuestros hogares, a quienes hicimos parte de nuestra casa y familia, por quienes invertimos tiempo y aún dinero aunque solo fuera para hospedarlos. Y muchas veces el tiempo fue extenso, dedicado a acompañar, aconsejar, enseñar, consolar, etc. y luego por algún motivo superfluo o importante... nos dan la espalda y como si eso no fuera lo suficientemente doloroso, aún nos lastiman con palabras malignas e hirientes, nos desacreditan injustamente o nos devuelven “mal por bien”...
Y nos duele, nos desanima, nos detiene en nuestro camino, en nuestro desarrollo, en nuestras relaciones interpersonales...
El rey David lo vivió
“Porque no me afrentó un enemigo, lo cual habría soportado, ni se alzó contra mí el que me aborrecía... sino tu, hombre, al parecer íntimo mío... que juntos comunicábamos dulcemente los secretos y andábamos en amistad en la casa de Dios” (Salmos 55:12-14)
El Señor Jesús lo sufrió
“...y cuando se sentaron a la mesa, mientras comían, dijo Jesús: De cierto os digo que uno de vosotros, que come conmigo, me va a entregar” (Lucas 14:18)
El Apóstol Pablo conoció el abandono
“Ya sabes esto, que me abandonaron todos los que están en Asia...” (2 Timoteo 1:15)
“En mi primera defensa ninguno estuvo a mi lado, sino que todos me desampararon...” (2 Timoteo 4:16)
Pero, más allá de todas estas situaciones que podamos vivir, Dios muchas veces es abandonado por sus propios hijos
“Oíd cielos, y escucha tú, tierra; porque habla Jehová: Crié hijos y los engrandecí, y ellos se rebelaron contra mí” (Isaías 1:2)
¡Cuánto más doloroso que un amigo o conocido es que un hijo nos abandone! ¡Y qué decir de un hijo que abandona al Padre Celestial! Esto es infinitamente más triste, deprimente, desolador!
Esta conducta está originada en el pecado...
“¡Oh gente pecadora, pueblo cargado de maldad, generación de malignos, hijos depravados! Dejaron a Jehová, provocaron a ira al Santo de Israel, se volvieron atrás... toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente. Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga...” (Isaías 1:4-6)
Pensemos... Como creyentes, ¿Cuántas veces dejamos a nuestro Padre celestial al afectar negativamente sobre el Espíritu Santo que El ha dejado para que more en nosotros?
“Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención” (Efesios 4:30)
“No apaguéis al Espíritu” (1 Tesalonicenses 5:19)
En esas ocasiones en que nos sentimos heridos, pensamos que dimos lo mejor de nosotros y que no merecemos lo que nos devuelven.
Pero consideremos: Dios SI dio todo por y para nuestro beneficio, como dice en Gálatas 2:20 y Efesios 5:2...
“... lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”
“... como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros...”
Recordemos: Nuestro dolor ante estas situaciones no puede compararse con el dolor del corazón de nuestro Dios cuando lo herimos o abandonamos...
Personas a las que quizás acogimos en nuestros hogares, a quienes hicimos parte de nuestra casa y familia, por quienes invertimos tiempo y aún dinero aunque solo fuera para hospedarlos. Y muchas veces el tiempo fue extenso, dedicado a acompañar, aconsejar, enseñar, consolar, etc. y luego por algún motivo superfluo o importante... nos dan la espalda y como si eso no fuera lo suficientemente doloroso, aún nos lastiman con palabras malignas e hirientes, nos desacreditan injustamente o nos devuelven “mal por bien”...
Y nos duele, nos desanima, nos detiene en nuestro camino, en nuestro desarrollo, en nuestras relaciones interpersonales...
El rey David lo vivió
“Porque no me afrentó un enemigo, lo cual habría soportado, ni se alzó contra mí el que me aborrecía... sino tu, hombre, al parecer íntimo mío... que juntos comunicábamos dulcemente los secretos y andábamos en amistad en la casa de Dios” (Salmos 55:12-14)
El Señor Jesús lo sufrió
“...y cuando se sentaron a la mesa, mientras comían, dijo Jesús: De cierto os digo que uno de vosotros, que come conmigo, me va a entregar” (Lucas 14:18)
El Apóstol Pablo conoció el abandono
“Ya sabes esto, que me abandonaron todos los que están en Asia...” (2 Timoteo 1:15)
“En mi primera defensa ninguno estuvo a mi lado, sino que todos me desampararon...” (2 Timoteo 4:16)
Pero, más allá de todas estas situaciones que podamos vivir, Dios muchas veces es abandonado por sus propios hijos
“Oíd cielos, y escucha tú, tierra; porque habla Jehová: Crié hijos y los engrandecí, y ellos se rebelaron contra mí” (Isaías 1:2)
¡Cuánto más doloroso que un amigo o conocido es que un hijo nos abandone! ¡Y qué decir de un hijo que abandona al Padre Celestial! Esto es infinitamente más triste, deprimente, desolador!
Esta conducta está originada en el pecado...
“¡Oh gente pecadora, pueblo cargado de maldad, generación de malignos, hijos depravados! Dejaron a Jehová, provocaron a ira al Santo de Israel, se volvieron atrás... toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente. Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga...” (Isaías 1:4-6)
Pensemos... Como creyentes, ¿Cuántas veces dejamos a nuestro Padre celestial al afectar negativamente sobre el Espíritu Santo que El ha dejado para que more en nosotros?
“Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención” (Efesios 4:30)
“No apaguéis al Espíritu” (1 Tesalonicenses 5:19)
En esas ocasiones en que nos sentimos heridos, pensamos que dimos lo mejor de nosotros y que no merecemos lo que nos devuelven.
Pero consideremos: Dios SI dio todo por y para nuestro beneficio, como dice en Gálatas 2:20 y Efesios 5:2...
“... lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”
“... como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros...”
Recordemos: Nuestro dolor ante estas situaciones no puede compararse con el dolor del corazón de nuestro Dios cuando lo herimos o abandonamos...
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