A PROPOSITO DE LAS ROMAXES
Estimado José Carlos, permíteme que intervenga en este asunto de las romaxes, aunque ni soy gallego ni escribo desde Galicia. Quizá esta distancia ayuda a ver el problema desde una perspectiva más correcta. Creo que hacéis bien en indignaros por ese carnaval, pero desde mi alejamiento físico me gustaría ayudaros a superar todo el humo nacionalista, político, cultural de la farsa. Realmente no son más que unos pobres carcamales resentidos, que no aman ni la Iglesia ni su propia vocación sacerdotal. Buscan hacer ruido, o quizá tapar el fracaso de sus vidas, pero no hay que centrarse demasiado en ellos.
El meollo del asunto es que esos inconscientes están jugando con la realidad más sagrada de esta tierra: la Santa Misa, el Cuerpo Eucarístico de Cristo.
Y este es el punto de mira al que hay que apuntar. Es simple y llanamente un sacrilegio, por lo que los protagonistas que tienen que intervenir son las autoridades eclesiásticas.
Y yo creo que lo harán, no me cabe la menor duda. Fundamentalmente, por dos razones.
La primera es que las romaxes –quizá gracias a iniciativas como la tuya- han conseguido lo que pretendían, publicidad y alboroto. De este modo, callar sería una estrategia pusilánime que daría nuevos bríos a esta cuadrilla de cobardes.
Y la segunda, es que hay que defender la fe de los débiles, de los humildes. Tal es la característica más importante del magisterio de la Iglesia: la defensa de los pequeños y de los humildes. A mí, las romaxes –si no fuera por el sacrilegio que suponen- me dan risa; pero entiendo que pueden hacer daño grave. Y es por eso que hay que intervenir eficazmente. Y hacerlo enseguida.
Estimado José Carlos, permíteme que intervenga en este asunto de las romaxes, aunque ni soy gallego ni escribo desde Galicia. Quizá esta distancia ayuda a ver el problema desde una perspectiva más correcta. Creo que hacéis bien en indignaros por ese carnaval, pero desde mi alejamiento físico me gustaría ayudaros a superar todo el humo nacionalista, político, cultural de la farsa. Realmente no son más que unos pobres carcamales resentidos, que no aman ni la Iglesia ni su propia vocación sacerdotal. Buscan hacer ruido, o quizá tapar el fracaso de sus vidas, pero no hay que centrarse demasiado en ellos.
El meollo del asunto es que esos inconscientes están jugando con la realidad más sagrada de esta tierra: la Santa Misa, el Cuerpo Eucarístico de Cristo.
Y este es el punto de mira al que hay que apuntar. Es simple y llanamente un sacrilegio, por lo que los protagonistas que tienen que intervenir son las autoridades eclesiásticas.
Y yo creo que lo harán, no me cabe la menor duda. Fundamentalmente, por dos razones.
La primera es que las romaxes –quizá gracias a iniciativas como la tuya- han conseguido lo que pretendían, publicidad y alboroto. De este modo, callar sería una estrategia pusilánime que daría nuevos bríos a esta cuadrilla de cobardes.
Y la segunda, es que hay que defender la fe de los débiles, de los humildes. Tal es la característica más importante del magisterio de la Iglesia: la defensa de los pequeños y de los humildes. A mí, las romaxes –si no fuera por el sacrilegio que suponen- me dan risa; pero entiendo que pueden hacer daño grave. Y es por eso que hay que intervenir eficazmente. Y hacerlo enseguida.
Un cordial saludo desde Roma.
José Carlos: este comentario lo puede haber escrito cualquier español o hispanoamericano residente en Roma. Quizá se trate de uno de tantos sacerdotes que estudian en la Urbe y que poco pueden hacer para acabar con las Romaxes.
ResponderEliminarEs cierto que este comentario lo puedo haber escrito cualquiera, pero me tiene pinta que ha salido del Roma, porque la escritura me recuerda a un buen amigo...
ResponderEliminarOttavini +