lunes, 23 de agosto de 2010

Para leer. Xabier Pikaza



Para leer. Xavier pikaza.
Gracias Xabier. Le pido a Dios que te de salud para que puedas seguir escribiendo. Tus escritos son una bendición para nuestras vidas. Precioso libro. No debe faltar en nuestra biblioteca.

Este libro recoge y explica ciento ochenta y tres Palabras de Amor que forman un manual o enciclopedia del mundo afectivo y amoroso. Las palabras de amor se sitúan en cuatro áreas principales: Experiencia humana, Experiencia religiosa, Historia de occidente e Identidad humana.

Del amor nacemos, en amor somos, antes de todo pensamiento teórico y de toda acción económica o política. Así lo ha puesto de relieve este diccionario de Palabras de Amor, como libro de consulta y como texto de vida. Es un libro de consulta, no es para leerlo de corrido, sino para fijarse en alguno de los términos o temas, según fuere conveniente o necesario. Es un texto de vida y así quiere ayudar en la vida a quienes quieran saber lo que son y ser lo que quieren amando a los demás y amándose a sí mismos.
No hay, que sepamos, en lengua castellana un libro de amor que pueda compararse a éste. Por eso lo ofrecemos a nuestros lectores con la certeza de cubrir un hueco y de abrir un camino de placer ilusionado y gozo responsable en el campo de siembra y cosecha del amor humano que, en el fondo, es el mismo amor divino, el Amor, entendido como Palabra que une a todos los hombres y mujeres de la tierra.


BIENAVENTURANZAS. LA FELICIDAD DEL AMOR
(→ Iglesia, Jesús, Misericordia, Perdón, Solidaridad). El amor está vinculado con el despliegue de la vida y con las relaciones personales. Al mismo tiempo, es principio y sigo de felicidad: éste es el don y la tarea de la vida, ser felices, agradeciendo de esa forma la vida al Creador. Pues bien, en este camino de felicidad, dentro de una historia muy conflictiva, se inscribe la palabra de Jesús:

– felices vosotros, los pobres, porque es vuestro el reino de Dios,
– felices los que ahora estáis hambrientos, porque habéis de ser saciados,
– felices los que ahora lloráis, porque vosotros reiréis (Lc 6, 20-21).

Ésta es, sin duda, la felicidad del amor. En un primer momento, estas palabras pudieran encontrarse en otros textos de aquel tiempo: en los capítulos finales de 1 Henoc, en Test XII Pat y en algunos rabínicos. Jesús llama felices a los pobres, especificados después como hambrientos y llorosos, no por lo que ahora son, por lo que tienen (o les falta), sino porque se encuentran en las manos del amor de Dios, porque su suerte ha de cambiar: se acerca el juicio, se invertirán los papeles de la historia y los que estaban alienados y oprimidos vendrán a recibir la herencia de la vida. Lógicamente, en ese contexto se hacen necesarias las antítesis: «Pero, ¡ay de vosotros los ricos, porque ya habéis recibido el consuelo! ¡ay de vosotros los ahora saciados..., ay de los que ahóra reís!» (Lc 6, 24-25). El amor es gratuito, pero exigente.

Cf. R. LARRAÑETA, Una moral de felicidad, San Esteban, Salamanca 1979; J. MOUROUX, Sentido cristiano del hombre, Palabra, Madrid 2000; F. CAMACHO, La proclama del reino. Análisis semántico y comentario exegético de las bienaventuranzas de Mt 5, 3-10, Cristiandad, Madrid 1986; W. D. DAVIES, The Setting of the Sermon on the Mount, Cambridge UP 1966; El Sermón de la Montaña, Cristiandad, Madrid 1975; M. DIBELIUS, “Die Bergpredigt”, en Gesammelte Ausätze I, Tübingen 1953, 79-174; J. DUPONT, Les Béatitudes I-III, Gabalda, Paris 1969/73; El mensaje de las bienaventuranzas, CD 24, Verbo Divino, Estella 1988; F. SAVATER, El contenido de la felicidad, Taurus, Madrid 1998.

En un primer momento, las bien- y malaventuranzas expresan una enseñanza normal del Antiguo Testamento, recogida también en el Magníficat (Lc 1, 46-55). Estamos ante la inversión final, ante el Dios de la justicia y del destino, que transforma las suertes de hombres. Pero, leídas desde el conjunto de la vida y mensaje Jesús, ellas proclaman la enseñanza mesiánica del evangelio, que está vinculada al perdón del enemigo y a la superación del juicio, es decir, al amor de Dios.

1. Las bienaventuranzas son una proclamación y presencia de amor: ellas expresan la certeza de que irrumpe el fin, de que ha llegado el Reino, como palabra de gracia. No exigen el cambio de los hombres, para así alcanzar a Dios, sino que empiezan hablando de Dios, para hacer así posible el cambio de los hombres, en la línea de aquella palabra de Jesús que dice «¡Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen!. Porque os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis y no lo vieron, y oír lo que vosotros oís y no lo oyeron» (Mt 13, 16-17). Sólo porque Dios ama a los hombres se puede afirmar: ¡Dichosos, vosotros, los pobres...!
2. Las bienaventuranzas son palabra performativa: realizan lo que dicen. Ellas expresan el sentido de la obra de Jesús: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios... y a los pobres se les anuncia la buena noticia (Mc 11, 5-6). Desde ese fondo descubrimos que no son sentencia para el fin de los tiempos, ni expresión invisible de un reino espiritual, sino palabra creadora. Cuando proclama ¡dichosos vosotros los pobres...!, Jesús les está ofreciendo el reino, entendido como salud, pan compartido, esperanza de vida, en medio de la misma pequeñez y sufrimiento de la historia.
3. Las bienaventuranzas son exigencia de amor.
Todo es don de Dios, regalo de su vida y amor sobre la historia angustiosa y escindida de la tierra. Pero ese don se vuelve exigencia: quien recibe la gracia de Dios ha de convertirse en gracia para los demás. Si Dios fuera talión (¡ojo por ojo, diente por diente!) también nosotros podríamos portarnos en clave de talión, de juicio y lucha mutua; pero el Dios de gracia pide que seamos manantial de gracia. Por eso, las bienaventuranzas se vuelven principio de exigencia, pudiendo así advertirnos: ¡ay de vosotros...!
4. Las bienaventuranzas expresan el triunfo del amor. Cierta apocalíptica judía (y cristiana) parece situar casi de forma paralela (simétrica) el premio y castigo finales, como suponiendo que Dios es neutral y que el resultado de la vida depende de la buena o mala acción de los hombres Pues bien, en contra de eso, el Dios de Jesús no es neutral, de manera que salvación y condena, bienaventuranza y ayes, no pueden colocarse en simetría. Como principio de amor, Dios se ha comprometido positivamente en favor de los hombres, ofreciendo vida a todos, empezando por los pobres. Dios es “parcial” porque ama a los pequeños y perdidos, es parcial porque supera con su gracia y entrega creadora la justicia de la historia. Desde esa “parcialidad” del amor de Dios han de entenderse los ayes.

La primera bienaventuranza es la más general, tanto por el sujeto (pobres: todos los oprimidos, tristes y/o enfermos del mundo) como por el predicado (se les ofrece el reino, el mundo nuevo). Al decir bienaventurados los pobres, Jesús hace una elección: los privilegiados de Dios son precisamente el desecho de la tierra. Esa bienaventuranza primera se divide luego de manera que aparecen por un lado los hambrientos (pobreza más económica) y por otros los llorosos (pobreza más psíquica). La carencia se vuelve así expresión de necesidad radical. De manera correspondiente, el reino aparece también en dos señales: es hartura (más económica) y felicidad (más anímica). Es evidente que allí donde se escucha la palabra de gracia de las bienaventuranzas de Jesús la vida humana puede y debe convertirse en expansión (explosión) de amor: llevar hartura donde hay hambre, felicidad donde se esconde y triunfa la desdicha. Desde ese fondo ha de entenderse la expansión que ha realizado especialmente el evangelio de Mateo (Mt 5, 2-11), desde el contexto de la iglesia, partiendo de la vida y testimonio de Jesús. Desde ese fondo destacamos la mansedumbre y el sufrimiento, en clave de amor.

1. Bienaventurados los mansos porque ellos heredarán la tierra... (Mt 5, 5). El manso es Jesús, pobre y pequeño (sin respaldo económico, sin poder sobre el mundo), pero capaz de elevar y enriquecer a los pequeños. Así ha podido decir: «Acercaos a mí todos los que estáis rendidos y abrumamos, que yo os daré respiro. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde...» (Mt 11, 28-29). Este es el manso que sabe soportar, que aguanta el sufrimiento de la tierra y tiende la mano a los oprimidos, en amor creador.
2. Bienaventurados seréis cuando os persigan, insulten y calumnien (Mt 5, 11; cf. Lc 6, 22-23). Amar no es “no sufrir”, sino sufrir en amor. Los que aman son capaces de aguantar, en paz con el dolor, sin rebelarse contra Dios, sin descargar la violencia contra otros. En esta bienaventuranza emerge un Jesús dichoso, que sabe dar la vida sin victimismo. No busca el dolor por el dolor, no se goza en la desdicha, sino todo lo contrario. Pero de tal forma le llena el amor del reino que es capaz de sufrir gozosamente, para bien de los demás, dejándose matar antes que traicionar su camino de dicha y felicidad.

En esta línea, el camino de amor de Jesús se vuelve itinerario de dicha. El evangelio no es guía de pecadores sin más, ni tampoco de perdedores, como podría suponerse desde Mc 8, 31; 9,31, 10, 32-34 par, sino amadores y gozadores, de personas que saben ser felices desde el más hondo manantial de su existencia. Se ha dicho a veces que la religión es “praeparatio mortis”, preparación o meditación sobre la muerte. Nietzsche ha condenado a Jesús porque, a su juicio, el evangelio contradice los más hondos deseos y poderes de la vida. Pues bien, en contra de eso, leído desde las bienaventuranzas, el evangelio es guía de felicidad en el amor. Desde ese fondo se entienden las bienaventuranzas del amor activo, propias Mateo:

1. Bienaventurados los hambrientos y sedientos de justicia (Mt 5, 6). Ciertamente, son bienaventurados los hambrientos sin más, como ponía el texto de Lc 6, 20-22. Pero Mateo sabe que hay "hambrientos" mesiánicos, que entregan la vida por los otros, dando de comer a los necesitados de la tierra (cf. Mt 25, 31-46). Estos son los hambrientos creativos, aquellos que habiendo descubierto la presencia de Dios en los necesitados se empeñan en ponerse a su servicio. Éstos son los que buscan la justicia del amor. Es evidente que entre ellos se sitúa Jesús, portador de la justicia del reino sobre el mundo (cf. Mt 6, 33).
2. Bienaventurados los misericordiosos (Mt 5, 7). Ellos son como el Dios de Israel a quien la Escritura presenta como "clemente y misericordioso, lento a la ira..." (Ex 34, 6-7). Más aún, Mateo ha definido a Jesús como el Mesías misericordioso, Hijo de David que tiene piedad de los perdidos sobre el mundo (cf. Mt 9, 27; 25, 22; 20, 30-31). Esta es su dicha más honda, la felicidad mesiánica del amor, que consisten en ayudar a los necesitados. La → misericordia convertida en principio de felicidad: esa es la nota fundante del evangelio, el principio de todo amor cristiano.
3. Bienaventurados los limpios de corazón (Mt 5, 8). La limpieza constituye una experiencia esencial del judaísmo centrado en la ley: es pureza de manos que se lavan de acuerdo con el rito, de observancias que se cumplen realizando lo mandado, en vestidos y comidas etc. Pues bien, frente a la pureza de una ley puesta al servicio de los fuertes (piadosos y cumplidores), Jesús ha situado la pureza del corazón, abierta en forma solidaria a todos los hombres, especialmente a los expulsados del sistema. Jesús ha buscado ante todo la limpieza del corazón, propia del amor. Así viene a presentarse como el limpio por excelencia, el hombre que ama con un corazón puro.
4. Bienaventurados los pacificadores (Mt 5, 8). Algunos judíos de aquel tiempo tendían a destacar otras bienaventuranzas: de los guerreros de Dios que conquista el reino (celotas), de los buenos sacerdotes que cumplen el ritual de sacrificios, de los cumplidores de la ley... (línea farisea). Para Jesús, la bienaventuranza verdadera culmina allí donde los hombres son capaces de extender la paz del reino, regalando la vida por los otros en amor. Es evidente que el pacificador por excelencia es Cristo, como ha visto la tradición cristiana (él es nuestra paz: Ef 2, 14-15). Es pacificador porque ama sin imponerse, desde los más pobres. Es pacificador porque no responde a la violencia con violencia. De esa forma es el amante bienaventurado

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