lunes, 30 de agosto de 2010

Para leer


Orar por la salud
Con frecuencia en nuestra vida sucede que algún amigo o familiar va al médico para hacerse unas pruebas. Se le ha detectado un tumor, y las pruebas van aclarar si se trata o no de un tumor maligno. Esperamos el resultado de los análisis como quien espera en el tribunal una posible sentencia de muerte. ¿Cómo volverse a Dios en una situación semejante? ¿Cómo llevar ante el nuestro desconcierto, nuestro miedo y angustia? La Biblia nos habla de un rey muy bueno, Ezequias, que había servido a Dios con corazón limpio y había combatido contra la idolatría. Un día enfermo gravemente. El resultado de las pruebas vino por boca del profeta Isaías, que le anunció: “Haz testamento, porque muerto eres, y no vivirás” (Isaías 38,1). El momento, como siempre, era el menos propicio. Las tropas de los sanguinarios asirios amenazaban la ciudad de Jerusalén. ¿Cómo reaccionó el rey ante esta noticia? La Biblia sólo nos dice que “volvió su rostro a la pared y oró al Señor: “Ah Señor, dígnate recordar que he andado en tu presencia con fidelidad y puro corazón haciendo lo recto ante tus ojos”. Y Ezequias lloró con abundantes lágrimas” (Isaías 38,3). Piensa en esa madre de familia con cuatro niños pequeños a quien acaban de detectar un cáncer de mama. Han pasado 2700 años desde que Ezequias oró al Señor, pero su oración puede seguir inspirando a los hombres y mujeres de nuestro siglo XXI. Todo ha cambiado, pero el corazón del hombre y la mujer de hoy, confrontados con la vida o la muerte, sigue siendo el mismo, y por eso puede encontrar inspiración y consuelo en esos textos antiguos de la Biblia. En el caso concreto de Ezequias , Dios escucho su oración y envió de nuevo al profeta Isaías a decirle al rey: “ Dice el Señor: He oído tu plegaria, he visto tus lagrimas y voy a curarte… Añadiré quince años a tus días y salvaré la ciudad de las tropas asirias” (2 Reyes 20, 5-6). El profeta acompaño sus palabras con un remedio natural, una masa de higos aplicada sobre el tumor, y le dio un signo: la sombra de la aguja en el reloj del sol retrocedió diez grados. Todos los días decenas de miles de personas se curan de enfermedades muy graves. Conocemos a muchas personas que han sanado de una enfermedad grave en las que se temía por su vida. Ciertamente en su curación fue muy importante la “torta de higos”, el tratamiento médico que es normalmente la medicación humana. El libro del Eclesiástico nos enseña que en la enfermedad hay que acudir a la vez a Dios en la oración y a los médicos que nos pueden ayudar con su sabiduría y con los remedios que Dios ha provisto en la naturaleza. “hijo, en tu enfermedad no seas negligente, sino ruega al Señor, que Él te curará. Aparta las faltas, endereza tus manos, y de todo pecado purifica el corazón. Ofrece incienso y memorial de flor de harina, haz ofrendas abundantes según tus medios. Recurre luego al médico, pues el Señor lo creó también, que no se aparte de tu lado, pues de él has menester (Eclesiástico 38, 9-12). “El Señor puso en la tierra medicinas, el varón prudente no las desdeña” (Eclesiástico 38,4). En la iglesia hay un sacramento especial para la salud quebrantada y la vida amenazada, el sacramento de la unción de enfermos. “¿está enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia que oren por él y le unjan con aceite en nombre del Señor. Y la oración de la fe salvará al enfermo y el Señor hará que se levante y si hubiera cometido pecados, le serán perdonados” (Santiago 5, 14-15). Desgraciadamente, muchos de los que se curan de una enfermedad grave se limitan a dar gracias a los médicos, sin acordarse de dar gracias a Dios. En cambio Ezequias, al sanar de su mal, entonó un cántico precioso al Dios de la vida. ““Me has curado, me has hecho revivir, has cambiado mi amargura en bienestar, porque preservaste mi alma de la fosa… (Isaías 38, 16- 17.20). Ezequias vivió su curación como un signo de Dios en un contexto religioso. Hay muchos que viven su curación de una manera profana, como un puro resultado de la ciencia. El que atribuye su curación al Dios de la vida, no se limita a cantar agradecido, sino que entiende que la propina de vida que le han dado tiene un sentido. Esos quince años más de vida fueron un don precioso que Ezequias quiso emplear “cantando su canción todos los días en el templo” y “enseñando a sus hijos la fidelidad” Aunque la vida anterior de Ezequias no había sido mala, sin embargo, en el don de la salud descubrió un sentido superior para su vida. Aquella propina de vida la empleó para hacer una de las reformas más radicales que hubo en la historia de Israel. Ezequias emprendió una reforma religiosa que limpió el país de ídolos y cultos perversos para llevarlo a un monoteísmo más puro. Quizas ésta sea la principal diferencia entre una curación “profana” y una “religiosa”. En una curación “profana” uno puede aprovechar para emprender una mala vida de opresión de sus semejantes. En cambio, el que se ha sentido curado por Dios dedica la nueva vida recibida a un objetivo más sublime: ser testigo ante los hombres de la fidelidad de Dios.

Artículo extractado
La BIBLIA ESCUELA DE ORACIÓN

Juan Manuel Martín Moreno, SJ
Editorial mensajero

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