jueves, 12 de agosto de 2010

Para leer





Me gustaría poder presentar hoy a mis amigos del blog esta gran obra de Xabier Pikaza.



Espero que disfruteis de su lectura tanto como estoy disfrutando yo en estos días de vacaciones.



Buen día a todos.

Principio. Las comidas del paraíso
Humanidad y riesgo alimenticio (Gn 1-9)

Éste sigue siendo un capítulo introductorio, pero no en plano de ley jubilar, sino de investigación teológica de la historia, a la luz de Gn 1-9, Suele decirse que el humano es lo que come. Lógicamente, la primera ley de la Biblia se formula en claves de alimento: ¡puedes comer; no comas! (Gn 2,17). El Génesis incluye otras normas importantes de carácter afectivo (sexual. familiar) y económico (político, social), pero aquella que define mejor la vida humana es de tipo alimenticio: posesión y consumo de bienes. Lógicamente, la Biblia ha situado aquí el primer problema y/o transgresión del ser humano.
Desde esa visión evocaremos la norma alimenticia del "paraíso original”, ofreciendo así una antropología de la comida, En el camino que va de la "manzana” (fruto conflictivo del Árbol de la Vida) al «pan y vino» de Jesús (comunión eucarística) quiere situarse y avanzar este trabajo, Los temas de este capítulo (ley de comidas, transgresión alimenticia, violencia vinculada al consumo de sangre ... ) son muy importantes en el conjunto de este libro, pero pueden resultar abstractos para lectores menos especializados en cuestiones antropológicas o más deseosos de estudiar de un modo inmediato los diversos alimentos concretos de la Biblia. Por ello, esos lectores pueden dejar por ahora este capítulo (como han hecho con el anterior), para empezar directamente el libro en el capítulo siguiente.


Siguiendo un orden normal, este libro debería comenzar estudiando los diversos alimentos (agua y carne, frutos y verduras) que aparecen en la Biblia. Pero he preferido evocar como introducción las primera páginas del Génesis (Gn 1-9), destacando con ellas el valor (don y riesgo) de la comida en el surgimiento de la historia: siendo animal que reza y piensa, el humano es también un ser vinculado a la comida: ella le alimenta, desde ella se define.
La misma meta de la historia es en la Biblia un Banquete mesiánico, donde los salvados compartirán amor y comida, en bodas perdurables. Lógicamente, en la base de esa historia emerge la comida:
Dios ofrece a los humanos las riquezas de la tierra, para que las disfruten y compartan, en gesto generoso de abundancia (paraíso). Pero la Biblia sabe que ese paraíso ha sido (sigue siendo) conflictivo, de manera que en torno al alimento han surgido las más hondas creaciones y conflictos de la historia. Así lo indicaremos comentando estos pasajes:

a. Orden primigenio. Gn 1 entiende la armonía originaria en forma de comida vegetal pacificada.
b. Paraíso y “caída”. Gn 2-3 presenta la plenitud y riesgo humano como riesgo alimenticio.
c. Conflicto alimenticio. Gn 6-9 interpreta la violencia humana (diiluvio) en claves de comida.

Estos pasajes inician y condensan un camino social y religioso que culmina en la eucaristía. La historia y verdad del humano es la verdad de sus comidas, en plano biológico, social y sacral.

1. Gn 1,27-20: Hombres y animales.
Comida primigenia

Empecemos leyendo la Biblia (Gn 1) y hallaremos la armonía y belleza de la creación, que culmina cuando Dios (Elohim) suscita a su imagen y semejanza al ser humano. Varón y mujer lo creó, capaz de alimentarse, como indica la primera bendición:

[1. Despliegue] Sed fecundos y multiplicaos y bendecid la tierra y sometedla.
[2. Señorío] Dominad sobre los peces del mar y sobre las aves de los cielos y sobre todo animal que repta sobre la tierra (Gn 1,27-28).

[3. Comida humana] Ved que (a vosotros, los humanos) os entrego como alimento toda hierba que lleve semilla y todo árbol que produzca fruto.

[4. Comida animal] y a todo animal terrestre, y ave de los cielos y al reptil de los suelos ... toda la tierra verde les servirá de alimento (Gn 1,29-30).

He distinguido cuatro momentos. El despliegue marca la expansión de los humanos, que se multiplican siguiendo el mandato de Dios, que es principio de vida, superando así el plano del simple deseo biológico. El señorío expresa el lugar especial que los humanos poseen sobre el mundo, dirigiendo y organizando en paz (no con violencia de opresión o muerte) a los vivientes animales. Después viene la ley de la comida, que es paralela para humanos y animales: los humanos, señores de los animales, se alimentan de semillas y frutos del campo; por su parte, los animales deben comer hierba y no carne de otros animales.
En su principio y raíz, el humano es vegetariano: habita en paz mesiánica, cercana a la que ofrecen los más profundos textos de la profecía, cuando afirman que en los tiempos finales se unirán lobo y cordero, alimentándose de hierba, sobre el campo (cf. Is n,2-9; 65,25; Ez 34,25). Ese ideal de concordia entre todos los vivientes late en el origen de la eucaristía. Al presentar las comidas como lo hace, el Génesis eleva la más honda protesta contra el desorden actual del mundo, donde humanos y animales viven de la muerte. Así puede esquematizarse el texto básico (Gn 1,29-30):

1º Alimento humano: Toda hierba que lleve semilla - Alimento animal: La hierba verde les servirá
y todo árbol que produzca fruto (Gn 1.29) de alimento (Gn 1,30)

2º El humano come semillas de plantas (trigo, centeno, - Los animales son también vegetarianos: comen
uvas ... ) o frutos de árboles (olivo, manzano ... ), y así hierbas, tallos de plantas, vinculándose por su alimento
vive en paz sobre la tierra, recogiendo lo que ella produce, a los humanos, tomando aquello que la tierra produce
sin forzarla, como hijo agradecido de madre generosa. de forma espontánea, respetando su proceso vital

3º Comer carne (con derramamiento de sangre de animales) - Humanos y animales habitan en fraternidad universal
es signo de violencia. Quien lo hace no es señor y creador, sin enfrentarse con violencia. De esa forma evoca el sino destructor de la vida. Así lo han pensado mitos y texto bíblico el tiempo feliz, edad de oro en que los símbolos que evocan una “edad de oro", tiempo de paz seres primigenios convivían en paz mesiánica y sobre la tierra (cf. Tao 30b). profética, sobre la ancha y abundante tierra.



Este pasaje (todo Gn 1,26-31) eleva su utopía frente al mundo actual, que es campo de batalla donde humanos y animales se enfrentan por comida. Al afirmar que al principio no era así (no se comía en violencia como ahora), Gn 1 profetiza el banquete final, armonía escatológica de seres vivientes, que comerán ya sin violencia, en un mundo donde no habrá que matar a los demás para comer, pues no habrá muerte (cf. Ap 21-22).
Pero volvamos al texto. Su principio no puede entenderse en forma «historicista». Las cosas no sucedieron así en el ámbito biológico: muchos animales fueron siempre carnívoros; la vida de unos es muerte para otros. Además, los mismos humanos han comido desde antiguo carne, no han sido vegetarianos, como Gn 1 supone. Pero, en el fondo, este gran pasaje es verdadero: ofrece una utopía creadora, expresa el gran deseo de una humanidad y vida ya pacificada, que no se alimenta de muerte.
Conforme a esa utopía, humanos y animales deberían consumir aquello que la tierra produce espontáneamente, el fruto de las plantas, sin «matarlas». Por eso, el señorío del humano en los animales (y de humanos y animales en las plantas) es de organización, no de muerte. Siguiendo una visión que aparece en los mitos de otros pueblos (por ejemplo de Grecia), los humanos deberían ser reyes buenos del mundo, sin aprovecharse de los animales ni matarlos, en armonía con todos los vivientes.
Desde esa perspectiva se entiende el sábado de Dios, liturgia natural del cosmos (cf. Gn 2,1-3). En un mundo como aquél no hacían falta templos especiales, ni sacrificios de animales. La misma armonía universal, reasumida y celebrada cada sábado, en descanso creador era culto sagrado, eucaristía. La humanidad reconciliada y gozosa es paraíso y liturgia, conforme a nuestro texto. Para que celebren su sábado ha creado Dios a los humanos; para que veneren y gocen su fiesta, con los animales, sobre un campo armonioso, les ha hecho.
Dios no necesita que le aplaquen con sangre derramada, pues no se encuentra airado o enojado. Tampoco los humanos deben canalizar su violencia descargándola en víctimas, pues no existen violencias reprimidas sobre el mundo. En este principio no hacen falta sacrificios, ni expiaciones, ni restauraciones, pues no hay nada que expiar o restaurar. La vida humana es gozo compartido sobre el mundo, comida en equilibrio gozoso con todos los vivientes. Ciertamente, este pasaje (Gn 1,29-30) describe una utopía, como he dicho, pues no existe ni ha existido vida semejante en ninguno de los mundos conocidos. Pero no es una utopía falsa, ni es vacío o evasión, sino al contrario: deseo y promesa de pacificación final de todos los vivientes.



2. Gn 2-3. Paraíso «eucarístico» y riesgo de violencia

Gn 1,1-2,4a trazaba un cuadro de armonía y convivencia pacífica de todos los vivientes, elevando a Dios su canto, en favor de los humanos, sus señores verdaderos. Pues bien, Gn 2,4b-3,24 (más extensamente Gn 2-3) ha pintado un cuadro diferente, también verdadero, del origen y sentido de la historia, destacando el carácter dramático de la existencia humana, centrada en símbolos alimenticios. Será bueno que el lector se sitúe por sí mismo ante ese texto, dejando que su fuerza le sorprenda, para recrear desde ese fondo los temas principales de la eucaristía. Las anotaciones que siguen pueden ayudarle a recorrer ese camino de reflexión y compromiso

Tierra árida. El humano, viviente de estepa y de huerto (2,4b-14).

[Estepa] El día en que Yahvé Dios hizo la tierra y los cielos,
no había aún en la tierra arbusto alguno, ni había germinado hierba todavía,
pues Yahvé Dios no había hecho llover sobre la tierra,
ni existía humano que labrara el suelo (Gn 2,2b-5).
[Viviente] Entonces Yahvé Dios formó al humano con barro de la estepa.
y alentó en su nariz aliento de vida, y resultó el humano un ser viviente (Gn 2,7).

[Paraíso] Luego plantó Yahvé Dios un paraíso en Edén, al oriente,
donde colocó al humano que había formado.
[Comida] Yahvé Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles
deleitosos a la vista y buenos para comer,
[Dos árboles] y puso en medio del paraíso:
- el Árbol de la Vida
- y el Árbol de la Ciencia del bien y del mal (2,8-9).



El relato anterior (Gn 1,1-2,4a) suponía que el mundo era armonioso y bueno, y que la tierra producía por sí misma el alimento para los humanos. Éste (desde Gn 2,4b) ha evocado las cosas de otra forma, distinguiendo y precisando tres momentos: la estepa de fondo (de cuyo barro ha sido modelado el humano), el aliento de Dios (que respira en la entraña de ese humano) y el huerto o paraíso que Dios mismo le ha ofrecido para que trabaje (y consiga su alimento).

- Estepa.

De allí venimos, allí podemos retornar. El mundo empieza siendo inhóspito, resulta necesaria el agua de Dios que desciende por la lluvia (y debe encauzarse en fuentes y canales) y el trabajo del humano que cultiva los frutos de la tierra, sacando el agua de su hondura (2,4b-6). Según eso, la comida deja de ser simple objeto natural (fruto espontáneo) para convertirse en resultado de un trabajo, como veremos al tratar del pan y el vino (eucaristía).

- Aliento de Dios.

El texto sabe que Dios modeló al humano (Adam) del barro de la tierra (adamáh), como alfarero que moldea su vasija; pero añade que sopló en su nariz su aliento de vida. Por eso, siendo tierra, el humano pertenece a la respiración de Dios: es barro de estepa y aliento divino. En el borde, entre tierra y Dios habita, como viviente de gran riesgo, abierto a la más bella y gozosa comida de misterio, amenazado por la muerte.

Huerto para trabajar: paraíso. Ya no es campo sin más, ni pura estepa sin fruto, ni naturaleza pura que ofrece por sí misma sus frutos (como en Gn 1), sino tierra cultivada, que sólo produce su fruto si el humano, con la ayuda de Dios, la trabaja. Así dice el texto que el mismo Dios quiso plantar en honor del humanoun paraíso (huerto), allá en Oriente, zona donde nace el sol, donde la vida empieza (2,8-14). Frente a la dureza de la estepa (sin plantas ni agua), emerge el gozo de la vida cultivada en abundancia, los árboles que crecen, los ríos, la inmensa riqueza del oro y las joyas.


Todo lo que el humano pueda anhelar lo ofrece el paraíso que Dios pone bajo su cuidado (trabajo). Su mas bello tesoro son los árboles y plantas deseables (viña o manzano, olivo o trigal), que el humano debe trabajar para que sacien su ansia de felicidad y ternura, de gozo y comida. El texto ha separado dos árboles: en la línea de lo codiciable (Árbol del Conocimiento del bien/mal) y de lo comestible (Árbol de la Vida). Ellos se alzan en el centro del jardín, como signo supremo de sabiduría, señal que dirige hacia aquello que después será la eucaristía: pan y vino, don de Dios, fruto del trabajo humano, comunión salvadora.

Puedes comer …. Trabajo y ley alimenticia (2,16-17).


[Finalidad] Tomó, pues, Yahvé Elohim al Humano
y le dejó en el huerto de Edén, para que lo labrase y cuidase
[Mandato] y Elohim le impuso este mandato:
[Comida] De cualquier árbol del jardín puedes comer,
pero del Árbol de la Ciencia del bien y del mal no comerás,
porque el día que lo comieres morirás (Gn 2,15-17).

Estrictamente hablando, el trabajo (labrar y cuidar la tierra) no está impuesto por ley, ni regulado por ningún mandato, pues brota de la misma condición y realidad humana. Por el contrario, la comida aparece dirigida por una ley positiva (puedes comer) y negativa (no comerás). Ciertamente, Dios impone también al humano el «precepto» de vivir (¡creced, multiplicaos ... !: Gn 1,28), pero ese precepto se extiende también a los restantes animales (cf. Gn 1,22). La novedad y distinción del humano está en el señorío sobre plantas y animales (cf. Gn 1,28), vinculado a la ley del alimento. Pero hay una diferencia: el señorío en cuanto tal no aparece limitado, el alimento sí.
Ciertamente, señorío humano y poder alimenticio se vinculan: sólo una alimentación «según Dios» ofrece al humano el verdadero poder sobre el mundo, en paz con los demás humanos. Por eso decimos que la regulación alimenticia constituye la primera distinción del ser humano sobre el resto de los animales, que comen sin ley, se alimentan sin mandato de Dios y sin posibilidades de transgresión. A partir de esta peculiaridad en la comida se inicia un camino que culmina en la eucaristía.

- Trabajo. Dios «ha confiado» al humano el huerto de la vida, no le ha hecho dueño. Es labrador y
guardián, no dictador egoísta y caprichoso de la tierra. Ciertamente, el jardín es gozo y descanso para aquel que lo trabaja, sabiendo admirar sus olores y colores. Pero es también objeto de cuidado y preocupación. Lógicamente, la comida viene a convertirse en signo de plenitud y riesgo del humano, como indican las palabras de Dios: una positiva (¡De todo árbol del jardín puedes comer!), otra negativa (¡Del Árbol de la Ciencia no comerás ... !).
- Ley alimenticia.

De un modo significativo, la primera ley de Dios se sitúa, al menos simbólicamente, en plano de comida: el humano debe esforzarse para lograrla, como supone la misma eucaristía cristiana al afirmar que el pan y el vino son fruto de la tierra y del trabajo de los hombres (Liturgia romana: Ofertorio). El problema fuerte empieza cuando se ordena y organiza esa comida: ¿vale en ella todo, ¿no habrá que trazar un límite de humanidad y concordia, de comunión y presencia compartida en torno a ella? Sin duda, la doble ley del texto (comerás, no comerás) puede y debe entenderse también en otras perspectivas, pero ésta es la fundante.

Ley del alimento, ley de vida
Ciertamente, la primera tarea del humano no es trabajar; sino comer (= vivir), pero sólo ha de comer aquello que le mantiene en
su verdad, ante sí mismo, desde Dios y en armonía con los demás humanos. Esta doble ley de la comida (come, no comas) le
sitúa ante sus propios límites (no es un ser divino, no lo puede todo ... ). El hecho y modo de comer constituye junto a la
exigencia de la procreación: ¡creced, multiplicaos!: (Gn 1,28) la primera verdad del ser humano. Sobre este fondo
entenderemos mejor la eucaristía de Jesús, el banquete final de la Escritura. Sin duda alguna, las dos leyes (despliegue
vital y alimento) se encuentran profundamente unidas. Pues bien, Gn 2 ha situado la norma o ley fundante del humano en plano
de alimentos (cf. Beauchamp, 1987).


El humano y los animales. Varón y mujer.


[Animales] Dijo luego Yahvé Dios: «No es bueno que el humano esté solo. Voy a hacerle otro como él" ...

[Nombrar] y formó del suelo todos los animales ... y los llevó ante el humano para ver cómo los llamaba ...
El humano puso nombres a todos los animales del campo,
pero no encontró otro como él (Gn 2,18-20).

[Varón/mujer] Entonces Yahvé Dios hizo caer un profundo sueño sobre el humano, el cual se durmió.
Y le quitó una de las costillas, rellenando el vacío con carne.
De la costilla que Yahvé Dios había tomado del humano formó una mujer y la llevó ante el humano. Entonces éste exclamó:

[Exclamación] Ésta sí que es In/eso de mis huesos y carne de mi carne.
Ésta será llamada «varona», pues del varón ha sido tomada.
[Desnudos] Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne.
Estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer, pero no se avergonzaban uno del otro (Gn 2,21-25).

Éste es el relato del origen de las relaciones sociales. Ciertamente, el humano puede hablar a los animales (les pone nombre, doma), pero ellos no le responden; por eso, al final, les acabará «sacrificando» para su servicio religioso, como después evocaremos. La auténtica relación personal, a nivel de carne y desnudez, se establece entre humanos (varón y mujer). Es aquí donde ellos descubren y despliegan su auténtica palabra:

-Animales. Ofrecen al humano cierta «compañía», pero no son otro como él (= ayuda adecuada), ni constituyen su alimento (cf. Gn 1,26-30). Son de Dios, que los creó; el humano los recrea al nombrarlos, en gesto de señorío (domesticación), pero ellos no sacian su soledad, no se sientan a su mesa para celebrar con él la vida, no forman su carne. Lógicamente, la eucaristía plena (invocación de Dios, fiesta de la vida) no podrá celebrarse sacrificando animales, sino compartiendo la vida (el cuerpo) con otros humanos y el signo más adecuado para ello será el pan y el vino de plantas.

- Varón-mujer; compañía. La eucaristía es fiesta de la vida compartida. No es sólo comer, sino comer juntos, juntarse comiendo y compartiendo en gratuidad gozosa el «cuerpo» humano (mesiánico), expresada en los dones del trabajo de la tierra. Por eso, en su base está el encuentro del varón y la mujer que se miran y admiran, cantando gozosos al mirarse, reconociendo un camino compartido, donde irán hallando su lugar los otros miembros de la comunidad humana (padres-hijos, hermanos, amigos, compañeros, etc.). Comida y comunión personal (fecundidad) aparecen así vinculadas.

Cuando el varón llama a la mujer carne de mi carne y hueso de mis huesos, la interpreta como cuerpo y la vincula así a la comida, interpretada en plano de comunicación humana. El varón descubre su cuerpo verdadero en la mujer, y viceversa. Por su parte, la mujer ofrecerá su cuerpo para que surja de ella nueva vida ... Así se encuentran en comunión personal. Es lógico que la comida se asocie a las bodas, es decir, a la comunicación interhumana. Comer y compartir la vida en amor (mesa y cama común), éstos serán los gozos y caminos, las bendiciones y riesgos supremos del humano.
La verdadera compañía y realidad (= comida) de un humano es otro humano. Hasta ahora sólo había humanidad abstracta. Con la dualidad personal, expresada por el cuerpo, empieza la experiencia concreta de hombres y mujeres, la vida y comida compartida (o discutida) en cuya meta podremos situar la eucaristía, en sentido de comer juntos (vincularse por el alimento) y comer unos de otros, pues el Cristo, nueva humanidad, dirá ¡tomad, esto es mi cuerpo! a todos los humanos.
Culmina así la primera creación. Uno a uno han ido surgiendo los elementos básicos: el cosmos ordenado y su liturgia (Gn 1), el paraíso de plantas y ríos, el humano, trabajador del huerto y señor de los animales ... (Gn 2,4b-17). Pues bien, el proceso culmina con el surgimiento de la pareja, llamada a dialogar y recorrer en comunión la vida. Estamos al principio de lo que será la eucaristía, experiencia de vida compartida, unión de todos los humanos (anticipación de las bodas del banquete escatológico).


Serpiente astuta: la mala comida (Gn 3,1-7).


[Serpiente] La serpiente era el más astuto (= desnudo, sabio) de todos los animales del campo
[Comida] que Yahvé Dios había hecho. Y dijo a la mujer: ¿Cómo es que Dios os ha dicho:
No comáis de ninguno de los árboles del jardín ... ?
[Mujer] y como la mujer viese que el árbol era bueno para comer,
apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría,
[Comida] tomó de su fruto y comió,
[Varón] y dio también a su marido, que igualmente comió.
[Desnudez] Entonces se les abrieron los ojos a los dos,
y se dieron cuenta de que estaban desnudos;
y cosiendo hojas de higuera se hicieron unos ceñidores (Gn 3,1.6-7).

Dios ha creado al varón para la mujer y viceversa, de manera que puedan ser encuentro de amor, eucaristía dialogal. Pero, en lugar de compartir su vida y comulgar uno del otro, cada uno se ha cerrado en un monólogo egoísta. Éstos son sus rasgos:

- Monólogo de varón. Lo expresaba el texto precedente (Gn 2,21-25). Adán ha mirado a la mujer y se ha admirado, pero Juego sólo habla (canta) para sí mismo, diciendo: ésta sí que es hueso de mis huesos ... No la llama, ni dirige la palabra, no la escucha ni ve como persona, sino que dice ésta es carne de mi carne, corno si ella fuera sólo cuerpo que él necesita y utiliza cuando le apetezca, sin acercarse a dialogar con ella. Éste es el soliloquio de Adán: en vez de escuchar a la mujer y responderle, se habla a sí mismo en relación con ella.

- Monólogo de mujer (Gn 3,1-7). La mujer de modo semejante, pero subiendo de nivel: no habla con el varón sino con la serpiente (sabiduría, misterio, plenitud sagrada) que parece habitar dentro de sí misma. Es evidente que está refiriéndose al varón, pero no le mira como hueso de mis huesos (como ha hecho el varón al referirse a ella), sino como mediador de una sabiduría que puede llevarle a poseer todo lo que existe, volviéndose así dueña de la vida.

No han dialogado, no han hablado mutuamente, uno al otro y en el otro, desde la gozosa limitación, desde la fértil dualidad, en comunicación eucarística, dándose gracias y bendiciendo al Dios Primero (fuente de comunión), para recorrer así, en diálogo de amor la prueba de la vida. En lugar de abrirse uno al otro, en comunicación personal, parecen encerrarse uno ante el otro, en la espiral de los deseos infecundos. De esa forma dejan de hacerse eucaristía y se vuelven «vanidad», vida frágil, como ha dicho, desde otra perspectiva, el mismo Pablo (cf. Rom 1,21-22).
Por eso, lo que pudo haber sido historia dialogal de gratuidad y comunión humana, a la luz de la palabra de Dios, en medio del jardín, se ha vuelto principio de un proceso de muerte. La tradición posterior ha visto aquí el punto de partida del pecado, la raíz de la ruptura original. No es fácil precisar ese pecado en Gn 2-3, pero es evidente que este des-encuentro de Adán y Eva constituye el principio de una historia dramática de transgresiones, en el reverso de la eucaristía.
Dios había ofrecido a los humanos su alimento, en camino abierto hacia el Árbol de la Vida. Pero los humanos no han querido recorrerlo en búsqueda gratuita, compartida, dialogada, a través del alimento (encuentro personal, agradecido), sino que han intentado comer por sí mismos el Árbol de la Vida, encontrando así su muerte. Estos motivos definen por contraste el simbolismo eucarístico. Ofreciendo su cuerpo por ellos (en vez de querer apoderarse del ajeno), Jesús ha regalado a los humanos el Árbol de la Vida, para compartirla y culminada en comunión, no en enfrentamiento. La serpiente simboliza una comida posesiva. Por el contrario, invirtiendo y completando el camino de Eva y Adán, Jesús ofrece el pan compartido de su vida (sobre el carácter fundante de la caída, cf. Ricoeur, 1969).

Expulsión… ¡que no coma del Árbol de la Vida!.
El texto sigue, irónico y profundo, marcando la suerte del humano. La palabra clave de Jesús será tomad y comed, es mi cuerpo; tomad y bebed, es mi sangre, haciéndose comida de Dios para los humanos, verdadero árbol de vida. Para comulgar con el Cristo, los humanos deben superar el «jardín» de sus deseos absolutos. Por eso, el veredicto de Dios es curativo: ¡Que no coman ... ! Sólo superando el riesgo de Adán-Eva, los humanos tomarán la comida de Jesús. De esa manera, su errante caminar al exterior del paraíso será terapia, un proceso hacia la verdadera eucaristía:

[A1to riesgo] y dijo Yahvé Dios: ¡El humano se ha vuelto como uno de nosotros,
pues conoce el bien y el mal!
[Que no coma] ¡Que no alargue su mano y coma también del Árbol de la Vida
y comiendo de él viva para siempre!
[Expulsión] y le expulsó Yahvé Dios del paraíso de Edén,
para que labrase la tierra de donde había sido tomado.
y habiendo expulsado al humano, puso ante el jardín de Edén querubines,
y la llama de espada vibrante, para custodiar el camino del Árbol de la Vida (On 3,22-24).


Éste es el signo: una espada de fuego ante el Árbol de la Vida, para que los humanos no puedan comer su fruto y celebrar la anti-eucaristía de violencia posesiva. Sólo superando una comida de egoísmo, los hun1anos «expulsados» podrán comer la verdadera eucaristía:
- Riesgo. Los humanos son «excesivos», abiertos al riesgo del deseo destructor, que pudiera c1efinirse como «anti-eucaristía». La comida de Jesús es alimento trabajado, gratuito y compartido: don de Dios, regalo de vida. Pues bien, en el principio de la historia propiamente humana surge esta anti-eucaristía, deseo de controlarlo todo. Bondadosamente, para que no podamos «adueñarnos» de ella y destruirnos, Dios ha dejado que experimentemos nuestra impotencia.
- Expulsión. Dios ha «respondido» a la transgresión de los humanos «expulsándoles» del paraíso (Gn 3,21-24). ¿Les arroja Dios o han sido ellos quienes rechazan la vida, expulsándose a sí mismos de la comida gozosa, agradecida, gratuita? Podríamos afirmar que la historia posterior ha de entenderse, en perspectiva bíblica, como preparación de la eucaristía: es recuperación de aquello que había sido prometido, pero no cumplido, en el paraíso (cf. Giraudo, 1989, 36-80).
Los querubines nos impiden adueñarnos de las fuentes primordiales de la vida. Son ambiguos: signo de un Dios bueno (que quiere protegernos), expresión de un posible señor envidioso, que no quiere que seamos como él, pues guarda celosamente su identidad y privilegios. Al final del camino bíblico, cuando Jesús nos ofrezca su vida (gracia de Dios) como eucaristía (comida de amor) se harán inútiles.

Dios no pondrá más espada de fuego ante la puerta del banquete de su vida. Dejemos así el tema. Por ahora nos basta con saber que no podemos retornar con violencia al paraíso egoísta, pues un querubín guarda su puerta (cf. 3,23-24); pero debemos buscar el paraíso de la vida, que irá surgiendo por la acción de los humanos, para culminar en la pascua de Jesús, que invierte y destruye el camino del pecado. No existe eucaristía sin perdón y retorno al principio de la creación (cf. Navarro, 1993,295-420).



Transgresión primera: negar el cuerpo compartido


La liturgia eucarística de pascua (oh felix culpa, culpa feliz ... ) supone que la transgresión ha sido necesaria (o al menos conveniente) para que Jesús despliegue al fin la gracia y vida de su eucaristía. Lo cierto es que el camino que conduce a ella (comer juntos, comer uno de otro) está marcado en el principio por esta trans-gresión o ruptura. Adán quiere a Eva para sí mismo; por su parte, Eva, en vez conversar y compartir la vida con Adán, dialoga con la serpiente. Así empieza un camino que la tradición ha llamado pecado original, que es «mala comida», inversión de lo que será la eucaristía (el buen banquete de Jesús). Éstos son los personajes:
- Serpiente. Frente a Jesús, que regala su vida en favor de los demás, la serpiente es el deseo de apoderarse de los bienes de la vida de forma engañosa: es símbolo de la envidia que se apodera de los humanos, llevándoles a romper el orden de Dios (expresado en formas de gratuidad), para crear así un desorden de poder violento, que se concreta en forma de mala comida.
- Mujer: Es aquí la humanidad entera, que pretcnde elevarse ante Dios (= volverse Dios) por el conocimiento del bien y del mal, comiendo su fruto, para hacerse señora de la vida. Ésta es su «transgresión»: quiere comerlo o conocerlo todo, haciendo suyas las fuentes (árbol) de la vida, en gesto de enfrentamiento o, al menos, de sospecha frente a Dios. Ella se descubre independiente e introduce en su camino al varón, sin haber dialogado con él.
- Varón y Mujer. El varón ha dicho ésta es carne de mi carne, queriendo apoderarse de la mujer, pero ha quedado (al menos textualmente) en la intención. La mujer, en cambio, dialoga con su deseo grande (pretende adueñarse de la Vida), invitando al varón a compartirlo. De esa forma se vinculan, realizando la primera tarea humana: mujer y varón «comen juntos» del árbol supremo, no para darse (regalarse) la vida uno al otro, sino para apoderarse juntos del Árbol de Dios, construyendo un mundo amenazado de egoísmo. Superando ese nivel, Jesús regalará su vida, en gesto gratuito, diciendo: esto es mi cuerpo (d. Navarro, 1993,217-294).






3. Gn 4-9. La expansión del conflicto alimenticio

Lo que era transgresión genérica se expande y plasma en una serie de transgresiones concretas, en torno al alimento. Ellas enmarcan la violencia de la historia, desde Caín hasta el diluvio.

Gn 4. Comida y violencia:
El sacrificio de Abel.

La historia de los orígenes, antes centrada en Adán y Eva (Árbol de la Vida), nos sitúa ya ante dos hermanos (Caín y Abel), enfrentados entre sí por Dios (sacrificios). En vez de acompañarse y enseñarse mutuamente, compartiendo de esa forma la comida en la ancha tierra, ellos se envidian y uno mata al otro, en gesto sacrificial que sido recogido por la tradición bíblica y litúrgica:

[Dos hermanos] Conoció Adán a Eva, su mujer, la cual concibió y dio a luz a Caín, y dijo:
He adquirido un varón con el favor de Yahvé .
Volvió a dar a luz, y tuvo a Abel, su hermano.
Fue Abel pastor de ovejas y Caín labrador.
[Ofrendas] Pasó algún tiempo, y Caín ofreció a Yahvé una oblación de los frutos del suelo.
También Abel ofreció una oblación de los primogénitos de su rebaño y de su grasa.
Yahvé miró propicio a Abel y su oblación. Pero no miró propicio a Caín y su oblación, por lo cual se irritó Caín en gran manera y se abatió su rostro.
[Tentación] Yahvé dijo a Caín:

¿Por qué andas irritado, y por qué se ha abatido tu rostro?
¿No es cierto que si obras bien podrás alzarlo?
Mas, si no obras bien, a la puerta está el pecado acechando
como fiera que te codicia y a la que debes dominar.
[Asesinato] Caín dijo a su hermano Abel: Vamos afuera.
y cuando estaban en el campo, se lanzó Caín contra su hermano Abel y lo mató.
[Sangre] Yahvé dijo a Caín: ¿Dónde está tu hermano Abel?
Contestó: No sé. ¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?
Replicó Yahvé: ¿Qué has hecho?
Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo.
Pues bien: maldito seas, lejos de este suelo,
que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano ... (Gn 4,1-11) .

Adán y Eva han seguido sin dialogar: el varón «conoce» a su mujer sin hablar con ella, tratándola como objeto de su dominio; la mujer se olvida del varón al engendrar como si ella fuera representante de un Dios que le concede un hijo fuerte (Caín, Kaniti: he adquirido) y otro débil (Abel: Soplo, Vanidad). Estos dos hijos varones (hermanos) son el conjunto de la humanidad, la historia entera. Tienen todo lo que podrían desear, pues se extiende ante sus ojos el inmenso mundo, pero cada uno sólo busca aquello que posee o tiene el otro, en mimetismo envidioso. Así aprenden a descubrir la vida (a escuchar a Dios), no a través del tanteo paciente, como quiere una vieja tradición israelita (d. Heb 5,8), ni del diálogo amoroso, como desea el evangelio, sino de la violencia, que es la primera «verdad» (mentira) de su conocimiento (cf Alonso Schokel, 1985,21-44). Ellos, hijos del Adán, expulsados del paraíso (naturaleza virgen y fecunda, que fructifica por sí misma), se distinguen por sus trabajos productivos:

- Caín (= Engendrado de Yahvé) es agricultor: cultiva los productos de la tierra. Significativamente, conforme al viejo ideal del nomadismo, este labrad es malo, frente al buen pastor Abel

- Abel (= Soplo Débil) es pastor de ganado menor (ovejas y cabras): no es cazador que lucha contra las fieras y animales del campo, sino domesticador; dedicado a la doma de animales.

El antagonismo de oficios o trabajos puede reflejar la primera lucha social de agricultores y pastores, con la victoria final (injusta y violenta) de los primeros. Esa guerra se expresa por los sacrificios animales, en tendidos como evocación sangrienta del misterio de la vida. Ciertamente, muchos israelitas de aquel tiempo (entre los siglos VIII y VI a.C se habían vuelto sedentarios, expertos en agricultura. Sin embargo, su ofrenda religiosa más perfecta era la vida y sangre de animales.

Así presenta la Biblia los primeros sacrificios Dios no ha permitido aún que los humanos maten animales (lo hará en Gn 8, con Noé), pero Abel lo hace, anticipando aquello que repetirán siglo tras siglo los sacerdotes de Jerusalén. Dios no ha pedido a los humanos ofrendas de este tipo, sino «obediencia» o fidelidad a su llamada. Pero ellos sacrifican expresando su rivalidad con gestos religiosos, como si quisieran comprar (conseguir) su favor.

- Ofrendas. Caín eleva una minjá, obsequio vegetal (¿de trigo y vino?), al Dios del campo. De esa forma reconoce su dependencia religiosa y expresa el sentido de su vida sobre el mundo. Por su parte, Abel presenta el sacrificio de los primogénitos del rebaño, quemando sobre el altar la grasa de las ovejas/cabras, reconociendo así el poderío de Dios sobre la vida. De esa forma expresan e inauguran los dos tipos de culto: uno vegetal y otro animal, uno de agricultores y otro de pastores.

- Predilección de Dios. El texto afirma que Dios aceptó la ofrenda de Abel, no la de Caín. La razón parece clara en perspectiva de historia de las religiones: al Dios de oriente le agradaban los corderos/cabritos, la grasa que se quema en su honor sobre el altar como indicará Gn 8,15-22. De manera brusca, sin vacilación alguna, el texto supone que los humanos han roto la dieta vegetariana que estaba en el fondo de Gn 1-2: matan animales para Dios, se alimentan de la carne sacrificada. Hemos entrado en el campo de la violencia religiosa.

No conocemos la causa de la predilección divina, aunque hallamos aquí la teología oficial israelita, con su valoración de los sacrificios animales (que los cristianos rechazan, al descubrir la eucaristía). Tenemos indicios, pero no razones. El texto no ha querido ni podido desarrollar las causas de la división humana (Caín y Abel). Está ahí, debe aceptarse, como expresión de la desigualdad fundante de las cosas y personas: ¿Por qué éste es varón y aquélla mujer? ¿Por qué prospera Abel y no Caín? No se sabe. Sobre esa diferencia, establecida aquí teológicamente, se inicia la historia.

- Abel parece pacifico. ¿Por qué? No se dice. Quizá por derivar su agresividad contra los animales: las ovejas/cabras que sacrifica y quema sobre el altar le sirven de terapia (chivo expiatorio); ellas le pacifican, y no necesita descargar su furor contra el hermano. De todas formas, cuando el evangelio le llama «justo» no está haciendo un juicio moral, sino teológico: es justo porque ha muerto asesinado.

Caín es violento, «aunque» (¿por qué?) su «religión» es pacífica, centrada en ofrendas vegetales. No ha derramado sangre; ha sido posiblemente sosegado, hábil en conocer y aprovechar los ritmos de la naturaleza. Pero desde un punto de vista evangélico es imperfecto: debería haber puesto el pan y vino de sus cosechas al servicio de los otros. Parece hombre de fortuna, capaz de construir ciudades (cf. Gn 4,17). Pero no se alegra ni comparte el pan y vino con su hermano.

La historia que sigue es conocida: Caín se enciende contra Abel y Dios mismo viene a moderarle, en escena que repite los motivos de Eva, aunque ofrece variantes significativas:



- Eva escucha a la serpiente interior (Gn 3,17).
- Dios está en silencio, deja en libertad a Eva.
- Eva come y da de comer a su marido, de manera que ambos se vinculan en la misma transgresión.

- Caín escucha a su fiera interior (Gn 4,5-7).
- Dios habla, quiere guiar a Caín a la reconciliación.
- Caín responde con violencia, mata a su hermano; la transgresión se hace pecado pleno de homicidio



Caín repite así la transgresión de Eva, pero no «con», sino «contra» su hermano. Deberían haberse escuchado y ayudado, descubriendo la presencia de Dios en su diálogo, en la unión de agricultores y pastores, en el mutuo don de sus ofrendas. Pero la misma religión les ha enfrentado: el culto de Dios acentúa las diferencias y lo que debía ser principio de comunión se vuelve fuente de violencia, incomunicación originaria (cf. Wénin, 1988, 105-126).


Sacrificio de Abel y Jesús.
Todas las sangres


Mt 23,35 ha interpretado el asesinato de Abel como principio de todas las sangres o muertes injustas y violentas de la historia. Por eso, el Canon romano interpreta la eucaristía, comida gozosa y compartida, don que se f1wda en Jesús, como antítesis y cumplimiento (superación) del sacrificio del justo Abel. Este Abel fue asesinado por su hermano, apareciendo así como el primero de los justos. Pero sólo Jesús será el justo verdadero, pacificador de la humanidad:

- La sangre de Abel grita a Dios desde la tierra, en gesto teológico y social: tierra y humanidad se encuentran vinculadas de forma inseparable. Por eso dice el texto que la voz de la sangre (qol dam) de los asesinados se eleva a Dios pidiendo justicia (Gn 4,11; cf. Ap 6,9-11).
- Jesús ha invertido la lógica de esos sacrificios.
Por un lado, está cerca de Caín, hombre del pan y vino (agricultor), no ganadero como Abel, que necesita ofrecer sacrificios animales. Pero, al mismo tiempo, es un Abel sacrificado, que ofrece su vida por todos, en forma de pan y vino (es decir, asumiendo como propios los signos y ofrendas de Caín).

- Eucaristía. En el final cristiano de la historia bíblica hallaremos la eucaristía de Jesús, que quiere ofrecer y ofrece su vida como pan-vino para crear solidaridad sobre la tierra. No es un productor (no cultiva y produce pan y vino), como Caín. Pero acoge como propios los frutos de los productores (viñadores, cerealistas), abriendo a los humanos un camino de comida compartida. No eleva a Dios un sacrificio mejor que el de los otros, sus hermanos. No compite en disputas religiosas. Hace algo más profundo: va expresando su vida como encuentro y reconciliación para todos los humanos, en torno al pan y al vino.



Los dos hermanos están vinculados de forma casi simbiótica, sobre una tierra que les ampara, pero no dialogan. Tienen como referencia a Dios, pero se disputan con ansia su favor y no le miran como signo y fuente de más alta comunicación. Así, la religión se vuelve para ellos principio de violencia. En el origen de la cultura emerge así la lucha contra los animales (sacrificios de Abel), la envidia, agresión asesina contra los humanos (asesinato Caín).

El mismo Dios parece llevamos a una tierra maldita, regada por sangre de animales sacrificados y hombres asesinados. El texto no dice que Abel sea justo (eso lo dirá la tradición posterior), ni alude a su bondad moral. Pero afirma que su vida (sangre, ha sido derramada, en gesto de inmensa densidad antropológica, de manera que la misma tierra que debía ser madre (bendición para pastores y agricultores) se vuelve discordia. Ciertamente, la tierra es en principio buena, fuente de vida para plantas y animales, lugar donde podemos dialogar en paz solidaria. Pero la hemos pervertido, ensangrentado, de manera que los sacrificios serán signo de violencia homicida (cf. Barbaglio, 1992).


Gn 6-7. El gran pecado.
Diluvio y anti-eucaristía.


Hemos evocado el origen y sentido de los alimentos en las versiones complementarias de Gn 1 y Gn 2-3: sabemos que el humano ha comenzado a recorrer un camino conflictivo: por un lado ha transgredido las fronteras que Dios puso a su vida; por otro, paradójicamente, ha explorado sus propios límites, descubriendo que no puede alcanzar el absoluto (que no puede volverse Dios). Desde ese fondo hemos leído la historia del pecado concreto más antiguo (asesinato de Abel), relacionado de manera esencial con los alimentos: los humanos ofrecen a Dios sus comidas, iniciando con ellas el conf1icto de la historia.
Descubrimos así la profunda relación de la comida con el amor (o falta de amor) esponsal (historia de Adán-Eva) y el amor/odio fraterno. Ella es el primer capital que enriquece y divide a los humanos: se ofrece a Dios y enciende la envidia mutua sobre la ancha tierra. Hemos asistido al primer banquete de muerte, en gesto que pudiera recordar un rito de antropofagia: la sangre de Abel clama a Dios desde la tierra; quizá debamos suponer que Caín ha comido su carne.

Siguiendo en esa línea, Gn 4-6 presenta el crecimiento de la muerte, vinculada a la cultura de los cainitas (Gn 4,17-24) Y de un modo especial al pecado de los hijos de Dios (Gn 6,1-8), que el texto ha velado, aunque por historias apócrifas (Ciclo de Henoc) sabemos que evoca la invasión de los ángeles caídos que extienden por la historia la dura perversión sexual, alimenticia y guerrera. De esa forma, el mundo de Dios ha corrido el riesgo de volverse escenario de absoluta destrucción: violación, violencia, sangre ... Hay una obsesión de antropofagia: es como si los israelitas hubieran sufrido, de forma casi insuperable, la tentación de comer vida humana, beber su líquido vital, la sangre.



[Hijos de Dios] Cuando los hombres se fueron multiplicando sobre la tierra y engendraron hijas,
los hijos de Dios vieron que las hijas de los hombres eran bellas
y escogieron algunas como esposas y las tomaron para sí …

[Gigantes] En aquel tiempo, cuando los hijos de Dios se unieron a las hijas de los hombres
y engendraron hijos, habitaban en la tierra los gigantes ... (Gn 6,1-4) 3.


Así evoca la Biblia el gran delito. Más extensamente aparece en los apócrifos de la literatura de Henoc: «En aquellos días, cuando se multiplicaron los hijos de los hombres, sucedió que les nacieron hijas bellas y hermosas. Las vieron los ángeles, los hijos de los cielos, las desearon y se dijeron: ¡Ea, escojamos de entre ellas y engendremos hijos! ... » (l Hen 6,1-7,1; traducción de F. Corriente y A. Piñero, AAT 1984, 13-143; cf. Westermann, 1987, 363-383; Pikaza, 1993, 131-182). Ésta es la lucha universal, personalizada en los ángeles invasores. Habitaban en el cielo, poseían todo lo que puede desearse, pero les faltaba sangre y sexo: paternidad y violencia. Bajaron y perturbaron el mundo; son responsables del gran desastre humano, el reverso de la eucaristía.
Desde entonces, los varones parecen «espíritus» violentos; las mujeres, cuerpos violados; la vida, batalla. Las mujeres seducen, los hombres fabrican espadas, cuchillos, escudos, metales de guerra y adornos de muerte (l Hen 8,1). El mundo se vuelve violencia (artes de guerra) y engaño sexual: lucha de varones/ángeles guerreros y mujeres seductoras. Es la destrucción total, como una guerra de galaxias que ha empezado a envenenar y destruir la tierra. La vida que Dios había creado para alabanza y gratitud, experiencia de amor y comida compartida, se vuelve batalla (destrucción del varón y la mujer) y riesgo cósmico (perversión del mismo mundo). Desde ese fondo se entiende la reacción sagrada:

- Diluvio. Por un lado, Dios quiere «destruir al humano». «Miró la tierra y vio que estaba corrompida» (6,12). Es como si hubiera estallado la peste. Lógicamente «se arrepiente de haber creado al humano sobre el mundo» (6,6-7). ¿Ha merecido la pena) ¿Tiene sentido tanto sufrimiento? El mundo era casa común, paz de Dios para los vivientes, pero los humanos (a quienes el mito presenta dirigidos por ángeles perversos) lo han pervertido.

- Arca de Noé. Por otro lado, Dios salva a los humanos (6,13-8,14). Lo «natural» hubiera sido el caos, retorno a la muerte. Lo novedoso y grande es que Dios mismo enseñe a los humanos a construir el arca como casa flotante o barco donde pueden resguardarse de las aguas. Necesitan esa nave (espacio de existencia compartida) para hacer la travesía del diluvio, en unión con los animales. Una humanidad que sólo quisiera salvarse a sí misma se destruiría. El arca es paradigma ecológico, de solidaridad y salvación para humanos y animales. (Visión históricoliteraria en Westermann, 1987, 384-494; estudio psicológico en Drewermann, 1989, 191-324.)

Gn 8-9. Ley de Dios, cuidado por la vida.
Los sacrificios, comida de came

Dios ha liberado a los humanos de la destrucción (diluvio) para indicarles un camino de limitación de de la violencia. La ley de ese camino no expresa la bondad de Dios, ni lleva de nuevo al paraíso. No es eucaristía, comunión con lo divino, sino signo de limitación. Dios acepta por un lado el mal de los humanos, haciendo que por otro puedan caminar hacia la vida. En ese contexto situamos y entendemos los dos relatos que siguen, uno sobre sacrificios, otro sobre comida de animales. Hemos abandonado la utopía primera. Entramos en la historia concreta, un camino más humilde y realista, regulado por lo sacrificios y la carne de animales.

- Holocausto y equilibrio cósmico. El autor bíblico proyecta sobre este nuevo origen sus visiones sacrificiales. Noé, ser humano, aparece lleno de «deseos malos», pero desde su maldad ofrece en holocausto vida y sangre de animales puros, reconociendo así la grandeza de Dios y aplacándole con sus dones. Por su parte, Yahvé se compromete a no matarle, fundando así la paz en la tierra:

[Noé] - Noé construyó un altar a Yahvé,
y tomando de todos los animales puros y de todas las aves puras ofreció holocaustos en el altar.
[Yahvé] - Yahvé olió el aroma aplacador y dijo en su corazón:

[Ser humano] -Nunca más volveré a maldecir el suelo por causa del ser humanao
porque los deseos del corazón humano son malos desde su juventud,
ni volveré a herir a todo ser viviente como lo he hecho.
[Paz] Mientras dure la tierra no cesarán
siembra y siega, frío y calor, verano e invierno, día y noche (Gn 8,20-22).


Noé ha cumplido la palabra: ¡sal del arca con humanos y animales! (8,16-19). El proceso de la salvación se inicia así como un gesto ecológico, de fraternidad con los animales, que Noé, buen humano, ha resguardado del diluvio. Pues bien, ahora observamos que lo hace para que vivan (deja una pareja de cada especie: que se multipliquen), y para poderlos sacrificar, ofreciéndolos a Dios (ha introducido en el arca siete parejas de animales puros, es decir aptos para ser sacrificados; cf Gn 7,1-3).
Noé cuida y salva a los buenos animales para matarlos después, descargando sobre ellos su violencia y aplacando de esa forma a Dios. Evidentemente, se ha roto la armonía paradisíaca de los vivientes, de Dios y los humanos. Ha surgido el mundo real, donde unos animales matan y comen a lo otros, y los humanos se encuentran dominados por deseos de violencia, desde su misma juventud, De aquí derivan dos principios:

- Principio del perdón o gratuidad. Si Dios se «dejara» llevar por la violencia de su lógica sagrada habría destruido ya la vida sobre el mundo. Pero él perdona y mantiene los grandes valores cósmicos (siembra y siega, verano e invierno, frío y calor ... ), con independencia de la bondad o maldad de los humanos(cf. Mt 5,45-46).

- Principio del sacrificio. Antes no eran necesarios, a pesar de que Abel los ofreciera. Ahora lo son: hay que realizar el rito sangriento sobre el altar donde se ofrecen las víctimas que ascienden hacia Dios en holocausto, totalmente quemadas. De esa forma, la comida de Dios es violencia. Éste es un sacrificio de talión, no pura acción de gracias (eucaristía), ni comida gratuita entre los humanos.

Los sacrificios de Yahvé emergen tras el diluvio, como gesto paradójico y terrible, salvador y amenazante. Dios se había esforzado por salvar a los vivientes en el arca; ahora exige a los salvados que quemen en su honor la grasa y la carne de animales. Al principio, los humanos habitaban en gratuidad y transparencia ante Dios y ante los otros animales. Ahora han roto ese equilibrio y, para aplacar la ira de Dios y reprimir la violencia de la historia, sacrifican animales.
El texto dice que Yahvé olió (= aceptó con agrado) el aroma aplacador; conforme a una visión que después se ha referido muchas veces a la eucaristía cristiana, concebida como sacrificio incruento pero real de Jesús, Hijo de Dios, que ofrece su vida muriendo para aplacar la ira del Padre. Estamos ante un Dios que necesita que los humanos le aplaquen, para reprimir su violencia y lograr que no se acaben matando unos a otros. Por eso, tanto Dios como los humanos buscan «chivos expiatorios», animales, donde expresan y expulsan la violencia.
Los sacrificios avalan la violencia de la nueva humanidad, cuyo deseo se encuentra pervertido desde su juventud, y ellos al mismo tiempo la «bondad» de Dios, que acepta a los humanos como son, renunciando a matarles, con tal que le ofrezcan sacrificios. Este cambio se realiza en clave sacrificial sobre los animales quemados en gesto propiciatorio, proclama Dios su palabra de recreación cósmica: no volveré a matar a los vivientes ... (8,21).

- Comida de carne. Nueva bendición de Dios. Antes, en tiempo de Adán-Eva, no había aún escisión: la ofrenda de Dios era la misma armonía de la vida y del encuentro humano sobre el mundo. Ahora avanza la ruptura, como si la relación con Dios tuviera que ir por un lado y la relación con el mundo y los humanos por otro. Evidentemente, esa ruptura no es total y quedará superada (como indicaremos) en la eucaristía cristiana. Pero vengamos a la nueva bendición de Dios, tras el desastre del diluvio: lo que importa es vivir (sobrevivir) sin morir ni matarse del todo en este mundo duro y pervertido:

[a. Creación] Sed fecundos, multiplicaos y llenad la tierra.
[b. Terror] Infundiréis terror y miedo a todos los animales de la tierra,
y a todas las aves del cielo, los reptiles del suelo, y los peces del mar ...
[c. Comida Todo lo que se mueve y tiene vida os servirá de alimento:
Sangre] todo os lo doy, lo mismo que os di la hierba verde.
Sólo dejaréis de comer la carne con su alma, esto es, con su sangre.
[b'. Terror, ley] Por mi parte, yo reclamaré vuestra propia sangre:
la reclamaré a todos los animales y a todos los humanos ...
A quien vertiere sangre humana, otro humano verterá su sangre,
porque Dios hizo al humano a su imagen.
[a’: Creación] Vosotros, pues, sed fecundos y multiplicaos; llenad la tierra y dominadla (Gn 9,1b-7).

Del diluvio a la eucaristía
El riesgo de diluvio es hoy mayor que antiguamente: si seguimos en línea de violencia (opresión de la mujer: lucha entre varones y utilización egoísta del cosmos) podemos destruir nuestro planeta. Necesitamos un Arca de Noé que sea Casa de la Humanidad, mesa de eucaristía, alianza entre los hombres y mujeres de la tierra, incluyendo en ella a los mismos animales. El diluvio es la fuerza del pecado, riesgo de absoluta destrucción. La novedad bíblica no está en las aguas del diluvio, con su estallido amenazante de violencia universal (Gn 6-7), sino en el arca de la vida (que expresa el gran respeto de Dios por hombres y animales) y en la nueva ley de comidas, que Dios impone a los humanos salvados del diluvio y Cristo cambia y culmina gratuitamente por la eucaristía.


Violencia y eucaristía
Ésta es la paradoja del Dios que necesita sacrificios animales para no sacrificar a los humanos: de él una violencia radical (incontrolada) que sólo se vence (se aplasta o domina) con violencia controlada. Los que han interpretado (y siguen interpretando) la eucaristía de Jesús en esta línea (como sacrificio de suave olor que aplaca a un Dios airado) no sólo desconocen el sentido del evangelio, sino el mensaje de la Biblia israelita, que interpreta aquellos sacrificios como fruto y consecuencia del pecado, y no como señal del inmenso amor divino. Ciertamente, en el principio no era así (cf. Mc 10,6) y, al final, la eucaristía será signo de un amor divino/humano, capaz de transformar por gracia este mundo de violencia



Hemos destacado al principio y final del pasaje (a y a') el motivo de la creación, fundada en la misma bendición divina (Gn 9,1a; cf. Gn 1,28). Ella afianza la realidad concreta (postdiluviana), por encima del riesgo de la historia, en la bondad gratuita de Dios. Sobre el pecado humano, que suscita destrucción universal (diluvio), se eleva la acción creadora, expresada en las palabras del principio y fin del texto: creced (= sed fecundos), multiplicaos y llenad la tierra. La vida es fuente de todos los valores; por bendición ha surgido, en bendición se mantiene, como pacto de Dios con los vivientes (cf. Gn 9,8-11).

- Terror. Los humanos eran señores-civilizadores de animales, a quienes ofrecían su cuidado, sin poder matarlos (cf. Gn 1,28-30 y 2,19-22). Ahora pueden convertirse, por ley de Dios, en dictadores o depredadores de esos animales, infundiendo en ellos su terror y matándolos para alimentarse de su carne. Dios y el humano se vinculan sobre la mesa del altar, en gesto sacral (sacrificio de 8,20) y alimenticio (ley de 9,2-3): comen juntos el animal sacrificado, se aplacan y alimentan con su muerte.
- Sacrificios. Sería bueno que los humanos no mataran ni comieran animales. Pero la transgresión violenta ha cambiado las relaciones vitales y Dios quiere que los humanos le ofrezcan sacrificios animales (especialmente de corderos) para apaciguarle. Pero «en el principio no fue así» (cf Mc 10,6); y no lo será al fin: al expresarse en los dones del pan y el vino, la eucaristía cristiana ha superado el nivel de sacrificios sangrientos de animales.
- Comida. Al principio, Dios había ofrecido a los humanos árboles y plantas, pero no el conocimiento del bien/mal, que es el Árbol de la Vida en plenitud. Pero cuando los humanos han querido adueñarse de esa Vida, empiezan a dar muerte a los animales, para alimentarse de ellos. La historia les pervierte: al principio, los humanos eran vegetarianos, comían sólo frutos de la gran madre tierra y de sus plantas; tras el diluvio, en un nuevo comienzo patriarcalista y violento (sellado por la sangre de los sacrificios), han creado una cultura donde unos viven de la muerte de les otros.
- Sangre. Desde que empezaron a matar para vivir, los humanos corren el riesgo de seguir de forma indiscriminada y fatal, como indica la prohibición de comer sangre, pues ella es sagrada. Esta prohibición introduce un dualismo paradójico: por una parte, se puede matar y comer carne; por otra, se prohíbe la comida (bebida) de sangre, pues ella se concibe como vida o alma del animal, que pertenece sólo a Dios y sirve para aplacarle (cf Lv 7,26-27). Esto significa que, en el fondo, toda muerte de animal es sacrificio, un delito que sólo puede expiarse ofreciendo a Dios la sangre derramada y reconociéndole Señor de toda vida. Parece que el humano está sediento de sangre: quiere comer y adueñarse con violencia de la vida de otros seres.
- Dios. Emerge en el fondo de esta ley como señor de sangre: cierra el camino a la violencia humana porque Él mismo es dueño y gestor (garante) de toda violencia. De esa forma suscita y controla la vida con violencia, impidiendo que ella se expanda de forma imparable. La sangre aparece así como esencia de la vida, deseo radical de los vivientes. Por ahora, la ley exige que frenemos el deseo de tomarla, pues ella es de algún modo el Árbol de la Vida. Sólo tras un largo camino, superado ya el deseo de sangre violenta; podrá ofrecemos Jesús su propia sangre, entendida como vida generosa, regalada, compartida. Esto será la eucaristía: el mesías nos dará su ser entero, carne y sangre.

Se abre un camino que lleva de los primeros sacrificios, que son gestos de violencia controlada para superar la incontrolada, hasta el sacrificio final, que consuma y supera por siempre todo sacrificio. Así lo hará Jesús: nos lleva ante la pura gratuidad, ante el don de la vida compartida, celebrada en común, ante una copa de vino, no ante un cordero sacrificado. No será necesario matar a los demás, ni descargar la violencia sobre los animales. Habrá surgido para siempre la gracia del Mesías que dice: ésta es mi sangre, vida convertida en don, pura persona.
La ley de Gn 9,1-7 permite (y de algún modo exige) matar y comer animales, pero respetar (no comer) su vida/sangre, para apagar con sangre el diluvio de sangre. Dios en cambio protege teológicamente a los humanos, imponiendo su violencia (haciendo morir) a los asesinos. No se dice la manera en que lo hará; se expone el tema en un nivel de principios generales, a partir de Gn 1.26-27 (el humano es imagen de Dios). Desde ese fondo se pueden derivar dos actitudes:

- Gn 9: matar al que mata. En medio de su violencia, sometido al riesgo de muerte que proviene de otros seres humanos o animales, amenazado sobre el mundo, el hombre/mujer es imagen de Dios, y Dios le protege apelando al talión, mandando matar al asesino, para ahogar su mal en sangre. Así se reprime la violencia, pero no se crea vida.

- Eucaristía: morir dando la vida. A Jesús le han matado, pero él ha dado su sangre por la salvación de muchos, en alianza no sacrificial de gratuidad y perdón (vida compartida), como veremos en la Cena: tomad, bebed, ésta es mi sangre, derramada por vosotros y por muchos ... Así invierte el talión y se revela como fuente de gracia.

Y con esto podemos volver al sentido general del texto, al arca de Noé que ha sido barco de animales protegidos para que vivan (los no sacrificiales) y sirvan de alimento (los sacrificables). Aquella historia nos puede parecer lejana y, sin embargo, ella es de alguna forma nuestra historia. Como sabe la tradición eclesial, que la interpreta en claves bautismales, esta historia de Noé debe entenderse como preparación eucarística. Éstos podrían ser algunos de sus rasgos:

- Debemos empezar limitando la violencia. A los liberados del primer diluvio, Dios les pidió «que no comieran sangre» (9,4): que no elevaran su vida sobre bases de violencia. La Biblia real, que empieza tras el diluvio, en Gn 8, no ha podido prohibir la carne (impedir de raíz ]a violencia), pero quiere, al menos, limitarla, exigiendo que los humanos superemos la agresividad de fondo: que «no comamos sangre».

- Debemos proteger la vida humana (9,5). Esa misma ley que permite matar (= sacrificar) animales, con tal de respetar (no comer) su sangre, protege a los humanos porque Dios les hizo a su imagen (cf Gn 1,26-27). Como representante (presencia) de Dios, el humano es inviolable: Dios ha puesto en tomo a él una muralla protectora, reprimiendo con violencia la violencia social (9,6a). Así impide que el diluvio estalle, y los humanos se coman entre sí. En contra de eso, Jesús ofrecerá gratuitamente su propio cuerpo en la eucaristía, fundando una comida que vence a la violencia.


Del talión de la sangre, a la gratuidad eucarística
Frente al talión de Gn 9, que exige la sangre (= muerte) de aquellos que han matado, se elevará la gratuidad de la eucaristía. Ciertamente, el asesinado es imagen de Dios ... pero ¿no lo es también el asesino? Entendido en sí mismo, el talión parece expandirse en espiral de venganza infinita, en círculo de muerte que jamás termina, en enfermedad incurable de sangre, como sabe el evangelio (cf. Mt 26,52). Toda la historia parece estar centrada en esta experiencia de muerte que quiere vencer (detener) a la muerte sin lograrlo. De esa forma, la misma religión se vuelve miedo, pues sólo con el miedo de Dios (castigo o muerte) se puede controlar la violencia, pero nunca superada. Pues bien, asumiendo de manera gratuita la muerte y muriendo en favor de los demás, sin pedir ni exigir ninguna forma de venganza, Jesús ha quebrado esa espiral de violencia. Así lo mostraremos al estudiar la eucaristía: superando el realismo de la historia de Noé, el evangelio nos devuelve a las raíces de Gn 1-3, a los valores de un mundo humanizado (Gn 1), un paraíso ecológico. Así lo ha sentido y expresado Jesús, situándose al principio de la nueva creación, abriendo un camino que conduce por la comunicación, gratuidad y entrega de la vida, al nuevo pan y vino (carne y sangre) de la concordia creadora para todos los humanos.






Fiesta del pan, Fiesta del vino.



Verbo divino.



Xabier Pikaza.



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