sábado, 25 de septiembre de 2010

Torres Queiruga y la Resurrección




En realidad el problema de Torres Queiruga no es nuevo. Le pasa exactamente lo mismo que a los atenienses cuando les visitó San Pablo. Le escucharon atentamente hasta que.... mejor lo leemos:

Pablo, de pie en medio del Areópago, dijo: «Atenienses, veo que vosotros sois, por todos los conceptos, los más respetuosos de la divinidad. Pues al pasar y contemplar vuestros monumentos sagrados, he encontrado también un altar en el que estaba grabada esta inscripción: «Al Dios desconocido.» Pues bien, lo que adoráis sin conocer, eso os vengo yo a anunciar.
«El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él, que es Señor del cielo y de la tierra, no habita en santuarios fabricados por manos humanas, ni es servido por manos humanas, como si de algo estuviera necesitado, el que a todos da la vida, el aliento y todas las cosas.
El creó, de un solo principio, todo el linaje humano, para que habitase sobre toda la faz de la tierra fijando los tiempos determinados y los límites del lugar donde habían de habitar, con el fin de que buscasen la divinidad, para ver si a tientas la buscaban y la hallaban; por más que no se encuentra lejos de cada uno de nosotros; pues en él vivimos, nos movemos y existimos, como han dicho algunos de vosotros: "Porque somos también de su linaje."
«Si somos, pues, del linaje de Dios, no debemos pensar que la divinidad sea algo semejante al oro, la plata o la piedra, modelados por el arte y el ingenio humano.
«Dios, pues, pasando por alto los tiempos de la ignorancia, anuncia ahora a los hombres que todos y en todas partes deben convertirse, porque ha fijado el día en que va a juzgar al mundo según justicia, por el hombre que ha destinado, dando a todos una garantía al resucitarlo de entre los muertos.»
Al oír la resurrección de los muertos, unos se burlaron y otros dijeron: «Sobre esto ya te oiremos otra vez.»
Y así Pablo salió de en medio de ellos. Mas algunos creyeron, juntándose con él; entre los cuales estaba Dionisio el areopagita, una mujer llamada Dámaris, y otros con ellos.



Pues eso.... la resurrección descentra a los incrédulos. Lo que para unos, los que hemos recibido el don de la fe, es gloria, para los que se niegan a creer es condenación. Mas a ti y a todos los que como tú se niegan a aceptar la verdad, sigue vigente el llamado "ven y ve" (Jn 1,46). Se os ha dado testimonio de la vida, obras, muerte y resurrección de Cristo. No tenéis excusa para no aceptar dicha revelación.


2ª Pe 2,1-2
Hubo también en el pueblo falsos profetas, como habrá entre vosotros falsos maestros que introducirán herejías perniciosas y que, negando al Dueño que los adquirió, atraerán sobre sí una rápida destrucción. Muchos seguirán su libertinaje y, por causa de ellos, el Camino de la verdad será difamado.
2ª Tim 4,3
Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por su propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades.
Tito 3,10-11
Rehusa al hombre hereje, después de una y otra amonestación; ten por cierto que el tal es trastornado, y peca, siendo condenado de su propio juicio.
Por tanto, la resurrección no es una teoría, sino una realidad histórica revelada por el Hombre Jesucristo mediante su “pascua", su “paso", que ha abierto una “nueva vía” entre la tierra y el Cielo (cf. Hb 10,20). No es un mito ni un sueño, no es una visión ni una utopía, no es una fábula, sino un acontecimiento único e irrepetible: Jesús de Nazaret, hijo de María, que en el crepúsculo del Viernes fue bajado de la cruz y sepultado, ha salido vencedor de la tumba.
En realidad basta con leerse los evangelios para comprender que la “literalidad” de la resurrección es un hecho sobre el que gira toda la Iglesia. Pero es bien sabido que los deconstructores del catolicismo se pasan por el forro la norma tomista “Omnes sensus (sc. sacrae Scripturae) fundentur super litteralem” (S. Tomás de Aquino., s.th. 1,1,10, ad 1) y huyen de la literalidad de la Escritura siempre que se encuentran algo de carácter sobrenatural en la misma. Y dado que desde hace décadas no pocos de nuestros Pastores son tan “buenos”, tan “caritativos”, tan “misericordiosos", tan “caritativa” y, en definitiva, tan permisivos con los falsos maestros que conducen al rebaño hacia la pérdida de su fe, pues el dogma de la resurrección de Cristo, sin el cual, en palabras de San Pablo, “vana es nuestra fe” (1. ª Cor 15,14-17).

De poco vale que el Papa confiese verdades eternas si son tantos los Pastores sagrados que toleran y a veces promueven a quienes las niegan. La labor del buen pastor no consiste sólo en llevar a las ovejas a los verdes pastos de la sana doctrina, sino expulsar del rebaño, a pedradas si es necesario, a los lobos que se alimentan de ellas. La verdad no se defiende sólo proclamándola sino plantando cara a la mentira.

¿Harán caso a los apóstoles sus sucesores en nuestro tiempo? Ojalá lo vean nuestros ojos.

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