miércoles, 22 de septiembre de 2010

Ultimos Tiempos




Capítulo 7:
Habrá un calor extenuante, desorbitante e irresistible sobre todo el planeta, que apenas se podrá respirar (v.1); sin embargo, antes de que eso suceda, los cristianos serán protegidos, diciéndole Dios a sus ángeles enardecidos, que no destruyan ni árboles, ni las naciones, ni la mar, hasta tanto los discípulos de Dios no sean espiritualmente marcados en sus frentes (v.3) y así las plagas no lleguen a ellos. Esto tuvo su simbolismo profético 3500 años antes (1500 a.C) cuando—estando Israel en Egipto—la sangre del cordero pascual untada como marca sobre las puertas de las casas del pueblo de Dios, los salvó de la muerte inminente de todos los primogénitos (Ex 12:21-24, 29-36).
Entre los escogidos de Dios habrán 144 000 judíos convertidos al cristianismo, y de todas las tribus de Israel (v.4-8) que diseminados por doquier, llevarán el mensaje de Cristo alrededor del mundo, padeciendo martirio, y junto a millones de gentiles convertidos de todos los linajes, pueblos y lenguas, aguardarán el final de tantas angustias y el momento de la redención y resurrección, en un nuevo cuerpo eterno que no conocerá jamás la muerte (1 Cor 15: 51-54). Porque—se le dice al apóstol Juan en la revelación—el Cordero que está en medio del trono los pastoreará, y los guiará a fuentes de agua viva, y también limpiará las lágrimas de sus ojos (v.17).
Capítulo 8:
Y entonces se abrió el séptimo sello, que ante el asombro del apóstol Juan, y después de presenciar tanto fuego, guerra y devastación; repentinamente, y durante media hora, se hizo un gran silencio en el cielo, siendo el gran preludio a lo más terrible que hombre jamás presenció o escuchó—y como si ya no fuera bastante, mostrándonos pues hasta dónde han llegado nuestras injusticias ante el Creador de los cielos y la tierra—a la consumación de la ira de Dios, derramada a través de sus siete trompetas angelicales, destinadas a la destrucción total. Y los santos oraban sin cesar (v.1-2).
Truenos, incertidumbre de voces, relámpagos, temblores y terremotos en todas las naciones. El conflicto militar entre dichas naciones alcanzará a su vez una nueva dimensión cuando ya sin miramientos unos a otros intercambien decenas de cohetes balísticos intercontinentales con gran poderío moderno y termonuclear, a un nivel inconcebible, y entonces los
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primeros cuatro ángeles (v.7-12) comenzarán a tocar sus trompetas, y fuego y granizo del cielo tan ardiente hace que la tercera parte de todos los árboles y la hierba del planeta se quemen. Apenas los habitantes de esos lugares pueden caminar o respirar de tanto calor y deteriorada oscuridad. Volcanes ardiendo resurgirán desde los mares contaminándolo de tal manera que la tercera parte de las criaturas marinas y navíos de las naciones del mundo perecerán. El mar se verá como sangre, y un gigantesco meteorito, ardiente como una gran antorcha, caerá desde los cielos esparciéndose sobre la tercera parte de los ríos y fuente de las aguas, por lo que muchos hombres morirán envenenados debido a las amargas aguas contaminadas. De pronto y nuevamente, la tercera parte del sol, de la luna y las estrellas permanentemente dejarán de emitir su calor y luz, lo cual originará un gran desequilibro de la vida natural en el mundo, y a su vez un choque psicológico de proporciones inigualables. El día será más corto, y las tinieblas de la noche durarán aún más.
Y el apóstol Juan—que sobraba dentro de sí mismo espantado—nos dice que oyó un ángel volar por medio del cielo, diciendo en alta voz: ¡Ay, ay, ay de los moradores de la tierra! (v.13).
Capítulo 9:
Y los siguientes dos ángeles tocarán la quinta y sexta trompetas en su orden, y otro gigante y ardiente meteorito cae desde el cielo estremeciendo toda la tierra y abriendo un profundo pozo abismal desde el cual surge un enorme horno volcánico que arrojará fuego y humo de tal forma que su hongo negruzco se extenderá a kilómetros y millas oscureciendo aún más gran parte del planeta en pleno día. Estos impactos atómicos confundirán a los líderes de las naciones, poniendo a disposición de sus ejércitos y sin recelos, todo el arsenal militar, por lo que morirán muchos hombres, de los que no tienen la señal de Dios en sus frentes (v.1-5). ¡Qué tiempos angustiosos serán aquellos para todo el que no creyó en el Hijo de Dios! (Mar 13:19). Y en aquellos días buscarán los hombres la muerte, y no la hallarán, y desearán morir, y la muerte huirá de ellos (v.6); es decir, el tormento tendrán que vivirlo aquellos para los cuales ha sido destinado. ¡Ojalá tú que me lees, lo tomes en serio, y no estéis entre esos!
La Tercera Guerra Mundial arreciará, siendo su foco principal la tierra de Israel y el Asia Menor, pero impactando todo el mundo. Los ejércitos de las potencias industrializadas desatarán todo su poder de fuego, y otro poderoso ejército viniendo del lejano Este, junto al de las naciones árabes que se sumarán en su camino, tomarán parte en la conflagración. Un numeroso ejército se verá luchando unos contra otros con un poder de fuego jamás pensado. Más de doscientos millones de soldados involucrados en la guerra, empleando todo tipo de armas biológicas y químicas, cohetes,
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bombas de todo tipo, aviones de combates, submarinos, tanques, gases paralizantes, fuego, humo azufre; y todo ello arrasará con la tercera parte de los habitantes de la tierra, es decir, millones
de millones (v.7-19).
Así y todo, esos que quedan en el planeta, no buscarán a Dios de corazón, continuando en sus fantasías, falsas idolatrías y cultos espirituales de pactos satánicos; violencia, homicidios, hechicerías, y toda clase de inmoralidades; y escuchando consejos de ciegos (v.20-21).
Fuente:

Del blog de Alejandro Roque


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